terça-feira, 7 de agosto de 2012

Quino, el creador de Mafalda, cumple 80 años


Agosto 07 de 2012.-Los cumpleaños que no le festejaban. La ventana en la que calcaba Mafalda. La pensión que compartía con Rodolfo Walsh. Los originales perdidos en un taxi. La chica que dibujaba trenes para Hugo Pratt.

Antes de cumplir ochenta años, Quino confiesa haberse puesto de muy mal humor. “Tenía un humor de mierda”, resume el padre de Mafalda, sin tenerles miedo a las malas palabras. Usará muchas durante esta charla, aunque en rigor de verdad casi ninguna de las que usa se puede contar a esta altura –del nuevo siglo, de los usos y costumbres, del diccionario– como realmente tan mala. Carajo, por ejemplo, será una de las más usadas. Quino es un hombre encantador, que camina con pasos cortísimos, casi deslizándose sobre el piso, un Chaplin de la vejez, y que dice mucho carajo. Ese es Quino, entre tantas otras cosas.

“Estuve deprimido, medio jodido, de todo. Pero ahora que ya cumplí los ochenta todo eso se fue. Ya no me pasa nada con la edad”, aclara ante la mirada atenta de Miguel Rep, su colega y amigo, prácticamente uno de los hijos que nunca tuvo, con el que ahora comparte –a pesar del conocido gusto de Quino por un buen vino– un par de porrones de cerveza. El lugar es el living del departamento que Quino y su mujer Alicia tienen en el centro de Buenos Aires. La hora es al final de la tarde, luego de una tanda de firmas en la Feria del Libro Infantil porteña. “Lo único que me aturde es el desfile de nombres, uno atrás del otro, para las dedicatorias”, explica. Y la excusa para la reunión, por supuesto, es un cumpleaños con números tan pero tan redondos. “¿Siempre los números redondos ponen así, de mal humor?”, quiere saber Rep, quien asegura guardar aún una tarjeta con la que Quino, dos décadas atrás, lo invitó a celebrar sus sesenta años. “No”, responde enseguida Quino. “Nunca les di bola a esas cosas. Porque en mi familia nunca se festejaron los cumpleaños. Algo que a Alicia la hace sufrir mucho, porque siempre me olvido de esas fechas.”

En estos días de celebración casi colectiva de sus ochenta, Quino recuerda que el primer cumpleaños que le celebraron fue recién después de que muriesen sus padres, cuando ya estaba viviendo con su tío Joaquín Tejón, un dibujante publicitario gracias al cual el pequeño Joaquín Lavado decidió dedicarse a lo que lo llevó a ser llamado Quino.

Cada vez que nombra a su tío, Quino mira hacia un cuadro de ese otro Joaquín que está colgado en una de las paredes del living. Muestra a la maja desnuda de Goya, colgada en el museo, pero tapada –vestida– por los curiosos que la están mirando. “Fue mi tía la que me festejó mi primer cumpleaños”, precisa. “Me acuerdo de que compró bombones de Bonafide.”

Rep: ¿Cuándo fue eso?

Quino: Debe haber sido en 1948, después de la muerte de mi madre primero y mi padre después. Recién entonces me festejaron algunos cumpleaños, pero tampoco es que hayan sido tantos los festejos...

R.: ¿Por qué no los celebraban?

¿Por algo en especial?

Q: Me parece que en España es así, porque tenemos un amigo español que tampoco los festeja.

Aunque no se encoge de hombros, los silencios de Quino son como si lo hiciera. Amable y de voz baja, parece decidido a recordar en esta noche de cerveza y ochenta años. “Mi madre se murió cuando se estaba terminando la Segunda Guerra Mundial. Como yo iba al cine solo desde los 8, me había visto todos los noticieros de la guerra. Por eso cuando me cosieron la franja de luto en la manga me sentí como un nazi al que le estuviesen cosiendo el brazalete con la esvástica. ¡Fue terrible!” En esa época, dice Quino, además del luto en la manga se usaba la corbata negra y la tirita negra en la solapa. “No se podía escuchar la radio, y se tenía que dejar entornada la puerta de zaguán durante tres meses”, explica. “Antes de mi madre murió mi abuelo, y después de ella fue mi padre. Así que prácticamente me pasé de luto de los diez a los dieciocho años.”

R: ¿Eso le formó la personalidad? ¿Antes era un niño más alegre?

Q: Claro que sí. Lo fui hasta que mi madre se enfermó de un cáncer que la tuvo dos años en cama. Cuando fui a ver Gritos y susurros de Bergman, casi me tengo que ir del cine. No lo aguantaba.

R: ¿Y cómo fue la relación con su padre?

Q: Mi papá hablaba muy poco, pero cuando abría la boca era muy gracioso. Un andaluz gracioso. Era muy de café y jugar a las cartas, y una tarde de café se enojó con un amigo. No sé qué estaba diciendo el otro, pero mi padre le respondió: “¡Cállate ya, membrillo!”. A partir de entonces al otro le quedó el Membrillo. Lo cagó para siempre.


YANKIS Y MARXISTAS
“Antiperonista.” Así es como se define políticamente Quino en la época de sus comienzos como humorista. ¿Antiperonista pero...? “Pero nada”, asegura contundente.

Recién después explica, sonriente: “Soy hijo de republicanos españoles, anticlerical a muerte”. Cuenta que su abuelo lo llamaba cuando era chico. “Niño, ven pa’acá”, le decía. “¿Tú sabes lo que es una misa?” El niño Joaquín decía respondía que no, y el abuelo le explicaba: “Una congregación de ignorantes adorándole el culo a un tunante”.

Su abuela, además, era comunista. “Venía a vender bonos del partido a mi casa.” Y sus padres, aclara, eran “socialistoides”. “Se armaban unas discusiones del carajo”, recuerda con la mirada perdida y sin poder borrarse la sonrisa de la boca. “Por eso es que yo siempre fui muy politizado.”

Q: Yo sintonizaba La Voz de las Américas y escuchaba a Bing Crosby. En esa época vos ponías la radio y escuchabas de todo: Radio Pekín, a los rusos, lo que quisieras. El éter estaba limpísimo.

R: ¿Su abuela comunista le decía algo cuando lo descubría escuchando a Bing Crosby?

Q: Venía con unas fotos de bombardeos norteamericanos sobre alguna ciudad alemana, que había quedado así, llena de escombros, al ras del suelo, y me acusaba: “¡Mira, niño! ¡Mira lo que han hecho los tuyos!”.

R: ¿Por qué los tuyos?

Q: Porque a mí no sólo me gustaban Bing Crosby y Frank Sinatra, sino también las películas norteamericanas, los musicales, Esther Williams. Todas esas cosas.

R: ¿Ya dibujaba en esa época?

Q: Empecé a dibujar como todos los niños, a los dos o tres años. Pero a los catorce decidí que iba a ser dibujante de humor.

R: ¿Por qué de humor?

Q: Porque me había criado con mi tío Joaquín, y él estaba suscripto a varias revistas norteamericanas, porque era publicista. A su casa llegaban Life, Esquire y Saturday Evening Post, donde había unos dibujantes norteamericanos que hacían humor mudo, como Eldon Dedini. Y cuando a los dieciocho años me cayó en las manos París Match y me encontré con Jean Bosc y Chaval, ni te cuento. Yo me crié con ese tipo de humor. Divito me decía: “¿Qué tiene que ver esto con el humor de la Argentina? ¡No tenemos nada que ver con un desierto o un elefante!”. Pero no me importaba, el humor que me gustaba era el de ese dibujo de Chaval, en que el tipo va mirando por la ventanilla de un avión y ve pasar un tranvía.

CALCANDO A MAFALDA
Patoruzú, Rico Tipo, El Tony y Tit Bits. Hasta una revista femenina llamada El Hogar. “La comprábamos para mi tía y ahí Lino Palacio hacía una tira llamada El cocinero y su sombra”, recuerda Quino, que no se cansa de recordar nombres de revistas de aquella época, como quien recuerda los apellidos de la delantera de su equipo de fútbol favorito. “Hay una cosa de la economía del momento que no me cuadra, porque me acuerdo que mi padre para comprarse un traje tenía que pedirles una forma a sus amigos para sacar un crédito... y sin embargo en mi casa se compraba todo tipo de revistas. Así que, o las revistas eran baratas, o los trajes eran carísimos.”

Alguna vez Quino dijo que su primer sueño como dibujante fue ser ayudante de Divito, la primera gran estrella del dibujo argentino. “Su romance con Amelia Bence salía en Radiolandia. Y aunque era muy bajito se vestía de manera muy elegante”, recuerda Quino, quien señala que Lino Palacio también tenía su fama. “Lo conocía todo el mundo por las tapas de Billiken.” Para llegar hasta Palacio, Quino recibió la ayuda de Dobal, su ayudante, que le daba consejos para su dibujo. “Aún hoy siempre hablamos por teléfono”, se admira Quino ante la mención del autor de la tira El detalle que faltaba. Y agrega: “Está cada día más bajito”.

Antes de llegar a hablar directamente con Divito, en Rico Tipo lo atendía un dibujante llamado Rovira. “Usaba muy grande el nudo de la corbata, era muy elegante. Porque en Rico Tipo todos sufrían la influencia de Divito en su vestimenta.” Parece que gustaron sus ideas, asegura Quino, porque enseguida pasó a ser atendido por el propio Divito, que hacía que le llevase sus dibujos en lápiz. “Me los corregía, yo los pasaba a tinta y después me los publicaban.”

R: Una vez contó que en sus comienzos dibujaba más sencillo...

Q:¡Mucho más! Yo hacía la línea, nada más. Pero Divito me decía que no, que la gente paga y hay que entregarle material...

R: ¿Cuándo se dio cuenta de que había encontrado su estilo como dibujante?

Q: Después de tomar unas clases con Demetrio Urruchúa. Habrá sido recién después del año 1965...

R: Mucho después de haber empezado con Mafalda, entonces.

Q: Es que yo a Mafalda la calcaba de un cuadro a otro porque no me salía igual y entonces sufría. Oski calcaba muchísimo, él me animó, tenía una mesa de vidrio inclinada con la luz debajo. Yo nunca tuve una mesa así, por eso usaba la ventana...

R: ¿Cómo eran esas clases?

Q: Urruchúa tenía un ejercicio: te hacía pintar un cartón de los colores que quisieras. Después te decía: usted es de familia sirio-libanesa, rusa, o italiana, por los colores que habías elegido. Y era así. Algo increíble. A mí me decía: usted, andaluz, tiene que romper con esos colores de Goya, pinte amarillos y blancos. Yo me ponía a hacerlo, pero una fuerza mayor que yo me hacía taparlo con colores ocres y pardos.

R: ¿A partir de esas clases siente que se asentó su estilo?

Q:Es que yo pasé por varias etapas. De narices puntiagudas o más redondas. Una vez hablando con Julián Delgado recuerdo que me dijo: “Che, estás haciendo los pies muy largos”. Yo miraba y no veía nada raro, así que pensaba que Julián estaba loco. Pero lo que pasa es que no había nada raro en el dibujo: me decía de los pies escritos. Les llamaba pies a los textos, de tan periodista que era.

EL GUERNICA Y EL SALERO
La única vez que Quino asegura no haber dibujado en su vida fue cuando hizo la colimba. Sólo pintaba el banderín del equipo de polo de los oficiales de la Artillería Aérea de Montaña, allá en su Mendoza natal. “Tardaba mucho, porque cuanto más pintaba menos cosas tenía que hacer”, recuerda. “Tres días más tarde...”, apunta Rep.

R: ¿Además de anticlerical era antimilitar?

Q: Es que de chico vivía obsesionado porque tenía que hacer la colimba. Y tenía razón. Es una cagada. Bah, lo que pasa es que uno sale del mundo de su familia y se mete ahí con chicos de otras provincias. Me acuerdo de que había un chico de Córdoba que no sabía lo que era un tenedor.

R: Pensé que iba a decir que no conocía el mar...

Q: Yo conocí el mar recién a los doce años. Fui a Mar del Plata, con mis tíos. Una tía de Joan Manuel Serrat tiene la anécdota más hermosa que yo escuché nunca sobre el mar. Era una señora de unos cincuenta años, así que la llevaron a la costa y toda la familia se quedo atrás para ver qué decía. Estuvo mirando un rato muy largo, hasta que se dio vuelta y le dijo a la familia: “¡Qué ocurrencia!”. El mar, qué ocurrencia. Es buenísimo eso.

R: Claro, porque a ella no se le había ocurrido... Para los consumidores de humor, ya sea por curiosidad o profesión, el humor que más gracia les causa es el humor bruto, porque es más virgen.

Q: Como el de Gila. Era el humor que en una época sabían tener los taxistas de Madrid. Una vez con Alicia nos tocó uno que decía: “Lo que yo no entiendo es eso del vaso medio lleno y medio vacío. ¡Si el vacío es la nada! ¿Cómo va a estar medio vacío?”.

R: ¿Cómo fue que le dijeron hace poco los médicos que lo atendieron en Madrid?

Q: Ah, sí. Hace unos meses, en febrero, tuve una descompensación muy fuerte. Me sentía para el carajo, así que me tomé la presión y cuando vi que tenía cinco de máxima llame a un hospital. Pedí que me enviasen un médico, porque me sentía muy mal. “Vamos a ver, ¿cuánto tiene usted de máxima?”, me preguntó el que me atendió. “Cinco”, le respondí. “¡No puede ser!”, me dijo. “¡Eso no es compatible con la vida!”

R: Es como el chiste de la señora que acomoda el Guernica. Es Manolito. Lo lleva en la sangre.

Q: Teníamos una casita en el Tigre y cada vez que llegábamos estaba todo húmedo. Teníamos un salero chiquitito, de cerámica, con un solo agujerito. La sal no salía, por supuesto, así que yo agarré un clavo y un martillo. Sin pensar que el clavo era más ancho que el agujero, le pegué con el martillo y estalló el salero para todos lados. Eso es Manolito.

Foto : Xavier Martin
CON LA MONTERA PUESTA
Quino no es Manolito. Ni Mafalda. Ni Libertad. Sino que tiene partes de todos los personajes de su tira más famosa. Hasta de Susanita porque, como ha contado más de una vez, es un fanático de los chistes. Para demostrar que también tiene algo de Miguelito, siempre recuerda cuando vivían en una pensión con Julián Delgado y de pronto le preguntó: “¿Cuánto pesa un árbol?”. “Por qué no te vas a la puta que te parió”, fue la indignada respuesta de su amigo, harto de semejantes delirios.

Amigo del alma de Quino, con Julián se dejaron de hablar luego de una disputa sobre los primeros originales de Mafalda. “A los seis meses de publicar la tira en Primera Plana, me la pidió un diario de Bahía Blanca. Entonces fui a hablar con Julián, que era el secretario de redacción, y me dijo que los originales eran de la revista, no míos. ¡Mi amigo de toda la vida me dijo eso! Fue un dolor enorme. Así que fui al archivo, le pregunté al cadete si tenía mis originales y él me los dio... ¡y por eso estos carajos lo echaron! Ahí fue cuando dejé Primera Plana”.

R: ¿Los sigue teniendo?

Q:Casi todos. Pero el tomo siete de Mafalda se perdió todo. Un cadete se lo olvidó en un taxi. Y desde entonces nunca han reaparecido.

R: ¿Dónde estaba la pensión en la que vivían con Julián?

Q:En avenida Forest al 1400 o 1600, creo. No era una pensión, sino la casa de una señora que alquilaba dos piezas. Después que se fue Julián, llegó Rodolfo Walsh.

R: ¿Se hablaban con Walsh, eran amigos?

Q: Hablar teníamos que hablar, porque para salir de su pieza tenía que pasar por la mía. A mí Rodolfo me costaba mucho, así que amigos no éramos. Pero cuando él alquilaba la casa en el Tigre, allá fuimos. Sacaba un arma y tirábamos al blanco.

R: ¿Mafalda significó la tranquilidad del trabajo fijo?

Q: No, porque el trabajo fijo ya lo tenía antes con las páginas de humor. Antes de Mafalda llevaba unos once años publicando, así que estaba tranquilo con eso...

R: Y continuó con esas páginas mientras hacía Mafalda...

Q: Sí, era una locura. Pregúntenle a Alicia, nunca sabíamos cuándo podíamos salir de vacaciones. Yo siempre viví obsesionado con la entrega. Hasta el sexo conocí muy tarde por la puta obsesión de ser dibujante y publicar...

R: Ser dibujante es una renuncia a vivir. Aunque ahora debe ser más fácil.

Q: Bueno, ahora los chicos hacen sus blogs. Publican ahí sus ideas y no los jode nadie. Bah, tampoco les paga nadie.

R: Antes dependías de que una revista te aceptara, y no era que te salvabas. Todas las semanas rendías examen.

Q: Con las primeras páginas que publiqué metí la pata. Dibujé un torero que había matado a un toro y estaba con la montera puesta. Un lector mandó una carta tratándome de bruto, como no sabía que el torero dedica el toro a alguien antes de matarlo y le arroja la montera. Eso me marcó. Por eso después me transformé en un obsesivo de la documentación.

R: Es que el lector cuando se ensaña puede ser tremendo. Te está diciendo sos un bruto, te voy a seguir con la lupa.

Q: Yo creo que Oski era el más documentado de todos...

R: Pero no hacía chistes para el gran público...

Q: Tenía Amarroto...

R: Pero no necesitaba documentación para eso, eran cuatro personajes, un delirio. En cambio, usted es un dibujante casi realista. No hay otro caso. Después vino la escuela de Crist y Fontanarrosa, que se cagaron en todo. No se documentan nada, no les importa si el arma que dibujan puede funcionar o no...

Q: Pero Crist de armas algo conoce...

R: Yo no sé si funcionan sus armas, eh. En Oski funcionan, en Mordillo también, en Quino funciona todo. Pero en Fontanarrosa no funciona nada..., ¡ni un vaso funciona!

Q: Recuerdo que para dibujar una máquina de cortar fiambres me iba a verla al almacén. No me salía, y Crist me decía que la inventara. Pero le intentaba explicar que no tengo imaginación para inventar eso.

R: Los que tenían la manía de la documentación eran los dibujantes de historieta realista. Por ejemplo, Pratt se documentaba...

Q: Pratt tenía una mina que le dibujaba las locomotoras.

R: Se llamaba Gisela Dexter.

Q: Era una minifaldera.

R: ¿Conoció a Pratt y sus legendarias borracheras?

Q: A Pratt lo conocí, pero esa clase de noches las tuve con Jaime Dávalos, por el lado del folklore. Después de que hacía mi entrega en Democracia, que estaba en el edificio Atlas, al lado del Bajo, terminábamos en un bar que había en Córdoba y Reconquista.

R: ¿Por qué Dávalos? ¿Venía por el lado de Brascó, que era amigo de Ariel Ramírez?

Q: Claro, vivía en una casa donde había varios dibujantes, como uno que se llamaba Benicio Núñez. Era un tipazo, un indio con una edad incalculable, que una vez lo despertó a Juan Fresán mintiendo: “¡Se murió Picasso, ya podemos estar tranquilos!”.

R: ¿Qué hacían con Dávalos? ¿Chupar y mirar minas? ¿Escuchar folklore?

Q: Claro. Y también aparecían estos poetas salteños...

R: ¿El Cuchi Leguizamón no aparecía?

Q:No, pero me hubiese gustado, porque me gustaba mucho lo que hacía. El que aparecía era Tejada Gómez, esa gente.

R: ¿Lo que sería el folklore de proyección?

Q: No, ésos vinieron después. Son los que asfaltaron el Camino del Indio, como dijo Atahualpa Yupanqui.

R: ¿Y a Yupanqui no lo conoció?

Q: Lo conocí, pero en París. Como el chiste de Crist, el de un gaucho con una guitarra que anuncia: “Voy a hacer una cosa de don Atahualpa, irme de la Argentina”.


MIRANDO PARA AFUERA
Apenas pudo, Quino dejó las revistas de humor y pasó a publicar sus chistes en revistas de actualidad. Algo que confiesa haber elegido, porque –calcula– su humor siempre tuvo poco que ver con lo que se estaba haciendo en la Argentina. “Se hacían chistes sobre las suegras y la oficina, cosas que en Mendoza no había. Bueno, gente que trabajaba en oficinas siempre hubo, pero yo no frecuentaba ese mundo. Mi padre trabajaba en una tienda que se llamaba A la Ciudad de Buenos Aires. Cada piso tenía un rubro, y mi papá era el jefe del bazar”, recuerda Quino, el humorista que quiso ser humorista leyendo a los dibujantes de las revistas extranjeras que le llegaban a su tío Joaquín. “Quino es un renovador del humor argentino”, apunta Rep. “Mientras dibujantes como Calé miraban sólo hacia adentro, él miraba hacia afuera.”

Q: Calé siempre me decía eso: “Pibe, vos siempre estás en la vereda de enfrente. ¿Qué tiene que ver lo que vos hacés con la Argentina?”.

R: Le hubiese dicho lo mismo a Copi.

Q: Copi era más joven, pero era mucho más culto que yo. Yo lo veía como un revolucionario estético, con su mujer sentada. Era un distinto. Ser homosexual, además, en esa época...

R: ¿Como llevaba esa homosexualidad? ¿Hablaban abiertamente de eso o lo ocultaban?

Q: ¿Vos sabés que no me acuerdo? Uno sabía que Copi era homosexual, pero nadie hablaba de eso. Era como ser judío entonces, nadie se hacía esos planteos, no importaba demasiado.

R: ¿No importaba ser homosexual?

Q: Copi nunca se preocupó por serlo, y además no era un tabú.

R: ¿Y usted qué pensaba?

Q: Qué sé yo, viniendo de familia andaluza no era para escandalizarse o andar descubriendo la pólvora. Todos sabíamos de García Lorca y Manuel de Molina. Mi padre amaba a Manuel de Molina.

R: ¿Cuándo se conocen con Copi?

Q: En Tía Vicenta, donde también publicaba otro distinto como Kalondi, que era un petardista del carajo. Una vez me preguntó qué me había parecido la exposición de Fulanito, y yo le dije que me había gustado mucho. “¿No le vas a encontrar ningún defecto?”, se quejó.

R: Era demasiado sincero.

Q: Sí, y además vivía con la culpa de que su viejo tenía guita...

R: Mientras usted peleaba el mango.

Q:Sí yo publicaba entonces en seis revistas al mismo tiempo. La locura de siempre.

R: Siempre dijo que tenía miedo de que alguna vez no se le ocurriese nada...

Q: Es un terror que uno siempre tiene. Lo más angustioso que me acuerdo fue una vez que nos fuimos de vacaciones al Uruguay, a La Paloma. Tenía que mandar Mafalda a Siete Días, y no se me ocurría nada. Pasé una angustia espantosa esos días ahí.

R: ¿Cómo lo solucionó?

Q: Hice una tira que no me gustaba nada, que después mirándola no te das cuenta si es mejor o peor que otras. Pero en el momento la entregué con mucha vergüenza. Porque uno a veces entrega con vergüenza. Y otras veces uno tiene una idea con la que se entusiasma, y está esperando que salga para ver qué te dicen los amigos, y nadie te dice nada de nada.

R: ¿Cuál fue esa Mafalda que entregó con vergüenza?

Q: Una en que Manolito descubre que los ratones le están comiendo un queso.

LOS CUADROS OSCUROS
Ni religión, ni política, ni sexo. Esa fue la censura que Quino sufrió desde el comienzo de su carrera, la misma de todos sus colegas. Al menos en las revistas de humor. “Yo hice una página contra Franco en Tía Vicenta que me alegré mucho cuando salió”, recuerda. “Eran cinco dibujos, de la época en que el slogan de Franco era ‘Caudillo de España por la gracia de Dios’. Y en uno de los dibujos aparecía un hombre mirando el afiche en la calle, y decía: ‘Señor, ¿no te parece que, como gracia, ya está bueno?’. Landrú me lo publicó, pero eso era una rareza.”

Sin embargo, el huir de las revistas de humor hacia las de actualidad no significó que desaparecieran todas las barreras. Quino recuerda el nombre de Jorge Urbano, un director interino de Panorama, al que lo inquietó una página en la que pasaba desfilando una banda militar, y después pasaba silbando un caballo de los de la banda. “Me dijo que esa página no se podía publicar, porque los militares no sé qué”, explica Quino, que también asegura haber sufrido la censura en Siete Días, cuando mandaba sus dibujos desde Italia. “Cuando tocaba temas de sexo, yo veía que no salían.”

El problema con la censura, cuenta, era que no estaba claro qué se podía hacer y qué no. “En Brasil por lo menos había censores”, cuenta. “Ziraldo me mostró una vez cómo le devolvían los chistes que mandaba, con una cruz roja encima prohibiéndolos. Pero acá nadie te decía nada. Así que uno se autocensuraba, porque si no te lo van a publicar, para qué lo vas a dibujar.”

Lo peor de todo lo que alguna vez sucedió con sus dibujos, cuenta Quino, llegó después de que hubiese abandonado Argentina, huyendo de la violencia de los años ’70. “Yo me fui en marzo del ’76. En junio mataron a cinco curas palotinos, y dejaron encima de sus cuerpos el poster del palito de abollar ideologías. Cuando vi por primera vez esas fotos publicadas mucho después de que se hubiesen ido los militares, creo que en Página/12, fue algo que me impresionó muchísimo.”

R: Es horrible que sus dibujos estén asociados a una muerte de ese tipo.

Q: No fue la única vez. También sucedió luego del asalto de un banco por parte de la FAL, en el que murió un policía. Tiraron como volante una página mía que había salido en Primera Plana, en la que aparecía un tablero de ajedrez en el que las piezas eran personajes humanos. De un lado había obreros y del otro los ricos, y aunque los obreros eran más el texto decía: Juegan las negras y hacen mate cuando les da la gana.

PROBLEMAS DE TENOR
Cuando dibujaba regularmente sus chistes, Quino podía llegar a cargar con una idea durante años. La guardaba sabiendo que servía, pero que no le había encontrado final. Muchas de esas ideas, asegura Quino, quedaron sin terminar.

R: ¿No tiene la fantasía de dibujarlas alguna vez?

Q: ¿Ahora? Es que, como estoy viendo tan mal, pensar en eso me jode mucho. No veo bien lo que dibujo. Antes para dibujar un ojo, que es un puntito de mierda, borraba diez mil veces. Qué cosa eso de los ojos, en el dibujo es nada más que un puntito, pero uno se da cuenta cuándo funciona y cuándo no...

R: ¿Cómo es ahora dibujar? ¿Qué se ve?

Q: Se ve como el culo, así se ve. No veo los límites del papel, tengo que poner en la mesa de dibujo un paño oscuro y pongo el papel arriba, porque si no no puedo ver los límites.

R: ¿Dibuja de memoria?

Q: Escribir de memoria puedo, pero dibujar no.

R: ¿Así que existe la posibilidad de que nunca más pueda dibujar?

Q: No lo sé. Cada tanto me pongo a dibujar, no quiero dejar de hacerlo. Pero le rajo al tema. Soy como un tenor que tiene problemas en las cuerdas vocales. Se pone a cantar y escucha que le está saliendo como el culo.

R: ¿Y la cabeza sigue imaginando chistes?

Q: No, me he autocensurado.

R: ¿Ya no tiene ese cuaderno al lado de la cama, para anotar las ideas que se le ocurren cuando sueña?

Q: Las ideas que soñé siempre fueron muy malas, nunca me sirvieron para nada. El cuaderno era para anotar esas ideas que uno se pone a pensar antes de irse a dormir, como le sucede a todo el mundo. Ya no las anoto. Ahora me las quedo para mí.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-8112-2012-08-04.html

A tentativa de golpe contra Lula muito bem explicada



Por José Carlos Ruy, Vermelho

Postado em: 7 ago 2012 às 19:19 
Tudo começou antes mesmo do chamado valerioduto tucano.
Muita gente pensa que a história do mensalão começou em 14 de maio de 2004, quando a TV Globo mostrou uma reportagem com um diretor da Empresa Brasileira dos Correios e Telégrafos (ECT), Maurício Marinho, recebendo propina de uma pessoa apresentada como um empresário.
Outros pensam que foi quando o deputado Roberto Jefferson (PTB-RJ) deu a bombástica e fantasiosa entrevista à Folha de S. Paulo, em 6 de junho de 2005, que logo repercutiu pela imprensa, tornando-se capa nos maiores jornais do país. Foi nela que o então deputado criou o neologismo “mensalão”.
Entretanto, estes acontecimentos expõem apenas a superfície da luta política que há por trás do chamado “mensalão”. Sua história mais profunda só pode ser entendida no quadro mais largo da luta política no Brasil. Ela começou muito antes, mesmo deixando de lado considerações sobre o ”mensalão tucano”, que irrigou a campanha eleitoral de 1998, beneficiando o candidato do PSDB em Minas Gerais Eduardo Azeredo e, também, a candidatura de Fernando Henrique Cardoso à reeleição para a presidência da República (“O valerioduto abasteceu Gilmar”. Carta Capital, nº 708, 27 de julho de 2012).

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    Um dos marcos dessa história foi a eleição de Fernando Henrique Cardoso em 1994, quando a coalizão tucano-pefelista imaginou iniciar um projeto de poder que, como acreditava o mentor de FHC, o ex-ministro das Comunicações Sérgio Mota, deveria durar 30 anos!

    De “principe dos sociólogos” a “monarca dos políticos”

    Não durou tanto. A eleição de Fernando Henrique Cardoso e seu vice do PFL (atual DEM) Marco Maciel foi impulsionada pelo lançamento do Plano Real que, em 2 de julho de 1994, introduziu o real como padrão monetário.
    A promessa de fim da inflação e de uma moeda forte (de “primeiro mundo”) sensibilizou o eleitorado e transformou o então ministro da Fazenda, Fernando Henrique Cardoso, no ansiado (pela classe dominante) anti-Lula: o candidato com apelo popular suficientemente forte para derrotar o líder operário que, em 1989, quase chegou à presidência e deixou a classe dominante em pânico.
    Fernando Henrique Cardoso era, aliás, um anti-Lula conveniente para a classe dominante. Ancorado em seu passado de oposicionista à ditadura militar, sua candidatura navegou no clamor pela ética na política que os brasileiros passaram a ver como uma verdadeira bandeira programática depois do impeachment de Fernando Collor de Mello em 1992, acusado justamente de corrupção.
    Coube ao governo tucano implantar o programa de Collor: o programa de privatizações, reformas neoliberais, desregulamentação das relações trabalhistas, redução dos direitos sociais e submissão às imposições do imperialismo, que Collor iniciou sem poder levar até o final.
    Mas a ilusão popular com Fernando Henrique Cardoso durou pouco e diminuiu drasticamente durante seu primeiro mandato. Para assegurar a aplicação daquele programa antinacional e antipopular, o então presidente usou de todos os meios, sob uma chuva de acusações de ter comprado votos de parlamentares para mudar a Constituição e permitir, para si próprio, a reeleição para mais um mandato como presidente da República. O cientista político Bolivar Lamounier comentou com ironia, na semana daquela votação, que Fernando Henrique Cardoso – antes considerado o “príncipe dos sociólogos” brasileiros – com a reeleição podia se tornar “o monarca dos políticos” (Veja, 5 de fevereiro de 1997).
    Ele tinha razão: a soberba fez o presidente governar de forma imperial, de olhos fechados para o povo e para as ruas, e de joelhos perante a classe dominante, o capital financeiro e o imperialismo, principalmente dos EUA.

    Veja: “A euforia inicial pode azedar”

    Estava pavimentado o caminho para o desastre. Fernando Henrique Cardoso esperou a campanha eleitoral passar e o evento de sua própria posse, em janeiro de 1999, para revelar a gravidade da crise econômica na qual sua política econômica encalacrou o país.
    As medidas por ele anunciadas agravaram a crise, dificultando a vida das empresas e dos trabalhadores, com o aumento do desemprego, que já era alto.

    Ação penal 470 é julgada durante o mês de agosto. Ano: 2012.
    Seu governo mudou o câmbio, desatrelando o real do dólar, desmanchando assim a chamada “âncora cambial”. Em consequência, a cotação da moeda norte-americana disparou de R$ 1,20 em novembro de 1998 para R$ 2,07 no final de janeiro de 1999, representando um golpe rude e inesperado nas finanças das empresas que, estimuladas pelo própio governo, haviam contraído empréstimos externos: em poucas semanas elas viram o valor em reais de suas dívidas quase dobrar. As matérias da revista Veja refletiram a gravidade da crise e o sentimento de traição de grande parte dos empresários. Uma delas tinha um título significativo: “A âncora virou anzol”; outra dizia: “A euforia inicial pode azedar” (Veja, 20 de janeiro de 1999). Contra a crise, o governo pensou na receita conservadora de sempre e, num artigo elogioso sobre o ministro da Fazenda Pedro Malan, a revista assegurou que o governo estudava a venda imediata da Petrobras (Veja, 3 de fevereiro de 1999).
    A popularidade do presidente foi ladeira abaixo. Em dezembro de 1998 ele ainda ostentava 58% de aprovação nas pesquisas de opinião; em março de 1999, caiu para 35% e em julho ainda mais: 26%. A desaprovação crescia no mesmo sentido, passando de 37% em dezembro de 1998 para 56% em março de 1999 e para 66% em julho.
    Se a queda do prestígio de Fernando Henrique Cardoso era nítida, crescia a percepção de que a eleição de 2002 para sua sucessão seria vencida pelo temido Luís Inácio Lula da Silva.

    Um mandato é suficiente para Lula

    Os setores conservadores da política e da mídia, articulados na coalizão PSDB-PFL, alimentaram o sonho de que bastaria um mandato para Lula como presidente. E que logo o controle do Palácio do Planalto voltaria às mesmas forças políticas que sempre estiveram à frente dele: os derrotados de 2002. Apostaram que o novo governo se esboroaria em um imaginado desastre político- administrativo, que o prestígio popular do líder operário logo se diluiria, e que isso favoreceria o retorno do projeto neoliberal e seus paladinos ao governo.
    Mas a realidade não saiu como seus planos e, ante a realidade adversa, tentaram construir este cenário apelando para a velha e esfarrapada banderia da corrução, já aplicada contra Getúlio Vargas (1954, levando ao suicídio do presidente), Juscelino Kubtischek (1955 a 1961) e João Goulart (1961 a 1964, resultando na deposição do presidente).
    As acusações contra Lula se multiplicaram desde 2004 quando os sonhos de esboroamento do governo se desfizeram, principalmente depois do bom desempenho de candidatos apoiados por Lula na eleição municipal daquele ano.
    Ao contrário das esperanças conservadoras, a popularidade do governo Lula não cedia. Se o grau de aprovação do governo caiu, em 2004, chegando a 29% (fruto dos problemas que o governo enfrentava devido à “herança maldita” de FHC e também das acusações feitas através da mídia conservadora), o grau de confiança popular no presidente permanecia: 54% (Jornal do Brasil, 29 de junho de 2004).
    Os brasileiros começavam a notar a diferença entre a nova era que se iniciava sob Lula e o período de retrocesso e empobrecimento vivido sob Fernando Henrique Cardoso. De um lado, essa diferença se manifestava na retomada da economia e do emprego. Em 2004, informa o Caged (Cadastro Geral de Empregados e Desempregados do Ministério do Trabalho e do Emprego) foram criados 1,8 milhão de empregos formais, muito acima do milhão de novos empregos do último ano do governo de Fernando Henrique Cardoso.
    Outro sinal importante de mudança – e inquietante para os conservadores e neoliberais – foi o anúncio feito pelo governo, em março de 2005, de que não renovaria o acordo com o Fundo Monetário Inrternacional (FMI) assinado por Fernando Henrique Cardoso em 2002 e que reforçou a submissão do Brasil às autoridades financeiras daquele organismo e do imperialismo. Aquele anúncio apontava para o fortalecimento da soberania nacional e para a recuperação da autonomia do país em matéria de política econômica, o que é inaceitável para a direita neoliberal.

    Fernando Henrique Cardoso defende a “ruptura institucional”

    Neste quadro, a tática que sobrava para a direita e para os conservadores era investir numa cruzada moralista para abalar o governo do presidente Lula. Paralelamente ao espetáculo midiático protagonizado por Roberto Jefferson e personagens de seu quilate, Fernando Henrique Cardoso repercutia em artigos e discursos aquelas acusações usando-as como base para orientar seus prosélitos do campo conservador e direitista.
    No auge daquela campanha midiática, o ex-presidente tucano repetiu em sua coluna nos jornais O Estado de S. Paulo e O Globo afirmações de que “o partido do presidente e seu governo estão envoltos num tsunami de suspeitas de corrupção” (publicada em 8 de agosto de 2005). Mas fazia uma ressalva dizendo-se cheio “de cuidados para não atribuir ao presidente culpas específicas em função de suas responsabilidades gerais”, embora afirmasse que o presidente não assumia essas responsabilidades deixando de fazer “o que o País espera: governar”. Mas pedia pressa: “Nesse processo, entretanto, ruma-se contra o tempo. O país perderá se deixarmos passar a hora”, insinuando (claramente) a tomada de medidas contra o presidente – o impeachment.
    Em artigo publicado em abril de 2005, naquela coluna, Fernando Henrique Cardoso teve a desfaçatez de propor que, ante as acusações contra o governo, a oposição (isto é, o conluio direitista e conservador) devia estar preparada para tudo, inclusive para uma ruptura institucional! Isto é, para o golpe. Esta ambição recuou logo para o objetivo de impor ao presidente Lula o compromisso de não se candidatar à reeleição em 2006.
    Em 5 de julho de 2005 Fernando Henrique Cardoso voltou à carga apelidando as acusações como “inéditas em nossa história”, mantendo a ressalva de que “até agora nada indica que o presidente Lula tenha diretamente algo a ver com tudo isso”.
    Mas insistia na tese de que “Lula deveria anunciar que não é mais candidato à reeleição” (entrevista à revista Exame,1º de setembro de 2005). E tentava explicar a chantagem: isso “poderia aliviar a crise e permitir que [Lula] volte a ser candidato se as coisas andarem bem”.
    Deixava claro o objetivo político da cruzada moralizante da mídia conservadora e da oposição neoliberal e de direita: abrir caminho para sua volta à presidência da República com o afastamento de Lula e da esquerda da disputa eleitoral de 2006.
    Lula rejeitou prontamente a chantagem. Como mostraram os repórteres Cristiano Romero e Raymundo Costa (“Como Lula deu a volta por cima”, Valor Econômico, 21 de maio de 2010), sua reação foi forte e embutia uma ameaça da qual a direita e os conservadores fugiam como o diabo da cruz: “Se eles estão pensando que vão me tirar daqui no tapetão, nem pensar! Vou pra rua”, disse ele numa reunião.

    Impeachment

    Se o presidente não aceitava as pressões para desistir da disputa, era preciso tirá-lo – esta foi a tese que começou a crescer no campo da oposição conservadora e de direita. Fernando Henrique Cardoso, o principal dirigente da oposição conservadora e neoliberal, defendeu a tese em seu costumeiro estilo sinuoso e aparentemente indireto. Em julho de 2005, numa coluna em O Estado de S. Paulo, referiu-se ao impeachment de Collor num claro paralelo à crise criada em torno do presidente Lula. “Os fatos foram mais fortes do que tudo e nos curvamos a eles e à necessidade da depuração”, escreveu, concluindo com uma espécie de “garantia” ao dizer que “a democracia resistiu galhardamente” (O Estado de S. Paulo, 5 de julho de 2005).
    O subtexto era claro: em sua opinião o afastamento de Lula poderia não significar riscos à democracia na forma como um conservador como Fernando Henrique Cardoso a compreende.
    Em agosto ele voltou à carga. Insistindo na acusação de que nunca teria ocorrido, “na História do Brasil, uma sequência de desvios de conduta tão deprimente como a que foi montada no País sob os auspícios de um partido, o PT” (ele deixava de considerar, é óbvio, a pilhagem do patrimônio público ocorrida em seu governo, entre 1995 e 2002), e pedia que as responsabilidades recaíssem “sobre cada indivíduo na proporção dos erros cometidos. Seja qual for o resultado das investigações, o importante é que, em seguida, haja as punições de acordo com as leis”. Sem reservas: “se crime de responsabilidade houver ou quebra de decoro parlamentar, sigam-se as regras estabelecidas na Constituição com todas as consequências”. O alvo da expressão “crime de responsabilidade “não podia ser outro senão o presidente Lula, não deixando dúvida de que a pena constitucional defendida naquele texto só podia ser seu impeachment (O Estado de S. Paulo, 8 de agosto de 2005).
    O auge da crise ocorreu na ocasião do depoimento do publicitário Duda Mendonça à CPI dos Correios, em 11 de agosto de 2005. Orientado pelo senador Antônio Carlos Magalhães, um dos principais líderes da direita brasileira desde a década de 1950, seu depoimento associou a campanha presidencial de 2002 a irregularidades eleitorais referentes ao financiamento da campanha; elas dariam o pretexto para o pedido de anulação judicial da vitória de Lula em 2002 – podendo passar a presidência da República ao segundo colocado, José Serra!

    Lula: “esses caras não conhecem minha ligação com o povo”

    “O governo Lula balançou” naquele dia, dizem os repórteres Cristiano Romero e Raymundo Costa e, no dia seguinte, a cúpula do Palácio do Planalto fez um exame detalhado da situação, encarando “o impeachment como uma ameaça concreta”, afirmam aqueles repórteres. Lula revelou que um auxiliar havia proposto, dias antes, que renunciasse à reeleição em 2006, aceitando os acenos de trégua feitos por Fernando Henrique Cardoso. “Esses caras são gozados”, respondeu Lula, reafirmando a disposição de continuar no páreo. “Eles não conhecem a minha ligação com o povo. Isso não vai acontecer! Vou ganhar a eleição desses filhos da mãe!”. Desenhava-se, cada vez com mais força, a reação que faria os conservadores e a direita recuar: o apelo à rua (Valor Econômico, 21 de maio de 2010).
    Mas foi exatamente o temor dessa ligação do presidente com o povo que intimidou a direita e os conservadores. A pretensão de levar o presidente ao impeachment começou a perder força quando os dirigentes da oposição avaliaram, numa reunião realizadas na segunda feira seguinte ao depoimento de Duda Mendonça, não terem votos no Congresso Nacional nem apoio popular para tirar o presidente. “Não há clima político para o impedimento e o pedido, se houver, tem de vir da sociedade”, disse o senador tucano Arthur Virgílio, depois da reunião (Valor Econômico, 21 de maio de 2010).
    À sua maneira, o então senador tucano Arthur Virgílio manifestou os temores da direita e dos conservadores: o medo da reação popular. Isto é, da “rua”.
    No passado, a “rua” já se manifestara contra a mesma linha política representada pela coalizão tucano-pefelista: em 1954 quando, após o suicídio de Getúlio Vargas, a população apedrejou instalações de empresas norte-americanas e redações de jornais que participaram da campanha contra o presidente em capitais como Rio de Janeiro, São Paulo ou Porto Alegre. A manifestação teve força suficiente para barrar o golpe em andamento, que ficou “adiado” por uma década. Em 1964, a direita conquistou a “rua”, mas sem mobilizar os trabalhadores a seu favor: as passeatas contra Goulart foram frequentadas pela classe média carola e anticomunista que deu um ar de apoio popular ao golpe de Estado.

    A direita perdeu a “rua”

    As mais recentes manifestações da “rua” não foram exatamente a favor do programa da direita e dos conservadores. Em 1984, multidões exigiram as Diretas Já, apressando o fim da ditadura militar. Em 1992, ergueram-se novamente contra o programa neoliberal de privatizações e cortes de direitos sociais do presidente Fernando Collor de Mello.
    Em 2005 havia, de fato, um risco para a direita e seus dirigentes estiveram à beira do pânico quando, em julho, estudantes que participavam do 49º Congresso da União Nacional dos Estudantes (UNE) em Goiânia, juntamente com o Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) e a Central Única dos Trabalhadores (CUT) colocaram 20 mil pessoas nas ruas da capital goiana contra o golpe em andamento, em apoio ao presidente Lula e à ordem constitucional e em defesa das reivindicações contidas na Carta ao Povo Brasileiro, que fora entregue ao presidente em junho, assinada por 42 entidades do movimento social. Ela convocava manifestações populares contra a campanha da direita e por mudanças no rumo do governo.
    Lula reconheceu o significado daquela iniciativa ao receber a Carta dizendo: “essa é a diferença dos amigos e dos companheiros como vocês em relação aos que apareceram no meu caminho nos últimos anos. É bom contar com vocês nessa hora” (Folha de S. Paulo, 22 de junho de 2005).
    A direita perdera a “rua” e se consolava com um discurso conveniente, para eles, de que o povo teria sido “comprado” pelos programas sociais (como o Bolsa Família) e pelas melhorias econômicas trazidas pelo governo Lula.

    Ilusões desfeitas no moinho da política

    Na entrevista para a revista Exame (1º de julho de 2005) Fernando Henrique Cardoso ainda mantinha a ilusão de obter apoio popular para a campanha que liderava contra o presidente Lula. Fora assim no passado – em 1954 ou 1964, por exemplo; porque seria diferente agora? Para explicar a popularidade de Lula, apesar dos ataques que sofria, ele usou um sofisma. “A opinião pública reage lentamente”, disse, acrescentando um preconceito elitista, de classe, ao argumento: “A opinião mais esclarecida já perdeu a confiança, o povo não. É um movimento que aos poucos vai se espalhando”. “Opinião mais esclarecida”, aqui, é uma expressão que se refere aos setores conservadores que aderiram à campanha anti-Lula; ele esperava que estes setores, tradicionalmente formadores de opinião, repercutissem as teses da campanha conservadora, obtendo a adesão dos trabalhadores e do povo. Mas o país já tinha mudado, e muito – e o que se viu, nos meses seguintes, foi a falência destes formadores de opinião, que perderam cada vez mais a capacidade de influir sobre as decisões dos demais. Basta lembrar o fracasso do pífio Cansei! que a direita tentou convocar em 2007, e que deu em nada.
    Sem perceber, ou admitir, que a questão não é de moralidade ou ética, esta ilusão conservadora se juntava a outras desfeitas no moinho da política e da luta de classes.
    O velho e persistente conflito entre desenvolvimentistas e neoliberais – que, desde os primórdios da República, manifestou-se no confronto entre industrialistas e os dogmáticos da “vocação agrícola” do Brasil – foi reposto com força no final da ditadura de 1964. Os interesses do capital financeiro e do imperialismo confluíram no programa neoliberal imposto pelo Consenso de Washington reforçando a posição subordinada do Brasil na divisão internacional do trabalho.
    Num país como o Brasil, onde a divisão de classes atingiu alto grau de complexidade, a luta de classes em torno do projeto neoliberal envolveu inclusive setores das classes dominantes que discordavam de alguns aspectos parciais, como destacou o professor Décio Saes num artigo publicado na revista Princípios, em 1996.
    Embora praticamente toda a classe dominante fosse favorável à desregulação das relações de trabalho e ao programa de privatizações, cada uma de suas facções tinha lá seu próprio neoliberalismo. Os grandes bancos brasileiros, por exemplo, não queriam a abertura do sistema financeiro aos estrangeiros. A grande burguesia industrial, representada pela Fiesp e pela CNI, queria a liquidação dos direitos sociais e trabalhistas, mas resistia à abertura do mercado ao capital estrangeiro e, sobretudo, à enxurrada de importações representada pela abertura econômica que ameaçava, inclusive, o “desaparecimento do empresariado industrial e a conversão dos antigos industriais em importadores de similares estrangeiros” (Décio Saes, “O governo de FHC e o campo político conservador”. Princípios Nº 40, fevereiro/março/abril de 1996).

    Aldo Rebelo: “A rua não tem regimento interno”

    Lula manifestou uma notável percepção deste dissenso. Se há uma contradição de classe mais geral, que opõe o proletariado à burguesia, ou os trabalhadores às classes dominantes, os conflitos dentro da própria classe dominante têm também uma expressão política que se manifesta na oposição entre programas para o país – e o neoliberalismo de Collor e Fernando Henrique Cardoso atendia sobretudo aos interesses da oligarquia financeira aliada do imperialismo.
    Naquela conjuntura, cresceram os acenos do presidente em direção aos sindicalistas, trabalhadores e ao movimento social. Em 12 de julho de 2005 – em plena crise – ele colocou no Ministério do Trabalho e do Emprego o ex-presidente do Sindicato dos Metalúrgicos do ABC e ex-presidente da CUT, Luiz Marinho. Era uma sinalização importante, reforçada pela aceleração do processo de recuperação do valor do salário mínimo.
    A disposição de “ir pra rua” acompanhava estas mudanças. Na reunião ocorrida no Palácio do Planalto no dia seguinte ao depoimento de Duda Mendonça, Lula reafirmou esta disposição: “Nós vamos pra rua defender o mandato que o povo nos deu”, disse Lula (Valor Econômico, 21 de maio de 2010).
    A “rua” – este era o fantasma dos pesadelos conservadores e da direita. Temor ressaltado pelo deputado comunista Aldo Rebelo ao final de uma reunião com Fernando Henrique Cardoso, em São Paulo, que teve a participação dos então ministros Márcio Thomaz Bastos e Antônio Palocci. O tema da conversa, ocorrida depois do depoimento de Duda Mendonça, foi a questão do impeachment, e os ministros manifestavam preocupação com a agressividade da oposição.
    A oposição temia, dizem os repórteres Cristiano Romero e Raymundo Costa (Valor Econômico, 21 de maio de 2010), que a reação de Lula a um processo de impeachment pudesse ser um apelo ao instinto de classe dos trabalhadores: “o primeiro trabalhador a chegar à Presidência da República ia ser degolado pela elite”, seguido de um inevitável aprofundamento das contradições políticas no país. Temor acentuado quando Aldo Rebelo advertiu o ex-presidente: “Rua não tem regimento interno”. Isto é, seu desenvolvimento pode ser imprevisível, ao contrário dos embates no âmbito do parlamento, onde existe um regimento interno que estabelece as regras para o confronto.
    Tudo indica que a frase de Aldo Rebelo repercutiu no ânimo da liderança tucana. “O problema é o seguinte: temos força?” [para o impeachment], perguntou o ex-presidente aos senadores tucanos Arthur Virgílio e Tasso Jereissati, que era presidente do PSDB. Virgílio já havia concluído, antes, que não tinham. E o próprio Fernando Henrique chegou a essa conclusão na conversa finalizada com a advertência de Aldo Rebelo. “O impeachment é um ato político, o jurídico é outra coisa. Você vai para o tribunal. O ato político você tem que ter força para ganhar, não é ter a razão”, disse aos ministros e ao deputado que foram conversar com ele. E a oposição de direita e conservadora reconhecia não ter força para ganhar.

    A “tática do jagunço”: sangrar o adversário até que morra

    A consequência foi uma mudança na tática da oposição. Se Lula não aceitou desistir da reeleição, se o impeachment era inviável pela falta de força da direita, o caminho escolhido por ela e pelos conservadores foi aquilo que pode se chamar de “tática do jagunço”: sangrar o adversário até a morte. Investir contra ele, de todas as formas imagináveis, com o objetivo de desmoralizá-lo e erodir a alta aprovação popular, levando-o à derrota na eleição de 2006.
    Isto intensificou a campanha moralista da oposição, que passava a apostar no desdobramento das CPIs e em sua repercussão na imprensa conservadora. A “tática do jagunço” mobilizou os cardeais tucanos e pefelistas, de Tasso Jereissati a Jorge Bornhausen, José Serra e Aécio Neves (Valor Econômico, 21 de maio de 2010). Os meses seguintes e a campanha eleitoral de 2006 foram marcados por ela e pelas acusações mais inverossímeis, caluniosas e irresponsáveis que o país assistiu até a véspera da eleição de 2006. Foi, contudo, um vale-tudo inútil cujo resultado é conhecido: a direita e os conservadores perderam.
    Os propagandistas do chamado “mensalão” alardeiam tratar-se do “maior escândalo de corrupção da história da República”. Esquecem do mar de lama constituído pela privataria tucana e pela entrega de patrimônio público a empresas privadas (muitas delas multinacionais), a preços aviltados. Esquecem do esquema de financiamento das campanhas de 1998, envolvendo o candidato tucano em Minas Gerais (Eduardo Azeredo) e também Fernando Henrique Cardoso. Ele e a cúpula de seu governo não esqueceram, e uma das últimas medidas do então presidente da República foi aprovar uma lei, no final de seu governo (em 24 de dezembro de 2002) garantindo foro privilegiado a ex-presidentes, ex-ministros, ex-governadores, ex-secretários de Estado e ex-prefeitos e por aí vai, subtraindo o julgamento de suas ações à justiça comum. Medida que indica o temor de precisar comparecer perante os tribunais para responder por aquilo que fez na presidência da República.

    Ganhar no tapetão

    O processo continuou na justiça. Com base nas apurações feitas pelas CPIs em agosto de 2007 o Supremo Tribunal Federal (STF) aceitou a denúncia apresentada em abril de 2006 pelo Procurador Geral da República, iniciando o processo contra os acusados pelo chamado “mensalão”. É o processo cujo julgamento entrou em sua fase final no dia 2 de agosto.
    As alegações deste processo, baseadas em argumentação frágil, reiteram o caráter político de seu desdobramento e acentuam o objetivo de condenar o governo de Luís Inácio Lula da Silva e a esquerda em geral, acusados de imersos no apelidado “maior escândalo de corrupção” da República.
    Mas não há provas e este é o problema para a oposição. Inexistência de provas reforçada inclusive pelas alegações do autor da farsa do “mensalão” – Roberto Jefferson – ao STF, em setembro de 2011, como revelou a colunista Hildegard Angel (Portal R7, 15 de setembro de 2011). Em sua defesa, o denunciante afirma que o “Mensalão nunca existiu. Não foi fato. Foi retórica”.
    O caráter político do julgamento do chamado “mensalão” revela-se nessa fragilidade. A mídia conservadora e a direita neoliberal condenaram antecipadamente aqueles a quem acusaram pelo crime do “mensalão”. E agora colocam uma faca no pescoço do STF, exigindo que ratifique esta condenação “extrajudicial”. Este é o grande problema da direita e dos conservadores. Que mesmo assim não deixam de usar aquelas acusações e o julgamento como ferramenta política contra o ex-presidente Lula e a esquerda (“Com a faca no pescoço. Ou sem a faca?”. Retrato do Brasil, edição nº 55, fevereiro de 2012).
    Uso, agora, defensivo: em meio às graves dificuldades eleitorais que vai ceifando, eleição a eleição, os quadros mais notáveis do conluio tucano-pefelista, esperam agitar as sessões do STF no mesmo espírito da “tática do jagunço”: sangrar o adversário para pelo menos reduzir sua força na eleição deste ano e criar algumas dificuldades para a disputa de 2014.
    Por José Carlos Ruy, Vermelho