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11-09-2012 |
A 39 años del fin de la Unidad Popular
Los generales civiles del golpe de Estado chileno
Punto Final
No parece haberse
explorado a fondo el papel que jugaron los civiles en la conspiración
que a lo largo de más de tres años culminó con el golpe militar de
septiembre de 1973, cuando se abrió la puerta a una dictadura que cambió
profundamente a Chile. Los “generales civiles” no trepidaron en
producir el caos y, luego, respaldar sin mayores escrúpulos las
atrocidades salvajes que se prolongaron diecisiete años. Muchos de ellos
se enriquecieron y hasta hoy eluden responsabilidades y vergüenzas. Se
las ingeniaron para empujar a los militares y para ejecutar la política
que más convenía a los intereses de la oligarquía. A la cabeza de la conspiración estuvo Agustín Edwards Eastman, ya entonces director propietario de la cadena
El Mercurio
y cabeza de un grupo económico. Edwards sufrió una verdadera conmoción
por el triunfo de Salvador Allende y la derrota del candidato
derechista, Jorge Alessandri. Había creído en las encuestas y en las
opiniones de Edward Korry, embajador de Estados Unidos. Las peores
pesadillas parecían materializarse.
El Mercurio había planteado
que la decisión del pueblo se daba entre democracia y comunismo. Había
triunfado el comunismo. Y eso era lo que temía Edwards. Dos años antes,
cuando el general Roberto Viaux se había acuartelado en el Regimiento
Tacna tratando de derribar al presidente Eduardo Frei Montalva, el dueño
de
El Mercurio -según se dice- conspiró en las sombras. Y para asegurarse, había viajado a Estados Unidos.
CONSPIRADORES Y GOLPISTAS
En septiembre de 1970, el propietario de
El Mercurio
-que había vivido en Estados Unidos- decidió viajar a Washington. Lo
invitaba su amigo, el principal ejecutivo de Pepsi Cola, cercano al
presidente Richard Nixon. Su objetivo era hablar con el presidente de
Estados Unidos. Y lo consiguió. La entrevista fue breve pero específica.
Edwards pidió a Nixon que interviniera para que Allende no pudiera ser
presidente de la República, haciendo que el Congreso chileno, que debía
decidir entre las dos primeras mayorías relativas, o sea entre Allende y
Alessandri, eligiera al segundo. Nixon estuvo de acuerdo. Y no era para
menos, porque prácticamente desde el mismo 4 de septiembre -como lo
reveló el Informe Church-, Nixon y su secretario de Estado, Henry
Kissinger, estaban diseñando con la CIA medidas de urgencia, con fondos
ilimitados para cerrar el paso a Allende por cualquier medio.
Incluyendo, implícitamente, el asesinato.
Edwards, entretanto,
decidió quedarse en Estados Unidos, trabajando en una subsidiaria de
Pepsi Cola. Sólo volvió a Chile en 1975. Dejó en todo caso a dos peso
pesado a cargo del negocio periodístico: Arturo Fontaine Aldunate, un
ideólogo de la derecha, y como director a René Silva Espejo,
experimentado redactor político con relaciones con oficiales del
ejército y la Fach. Una práctica que el propio Edwards cultivaba
esmeradamente como miembro de una cofradía náutica.
El Mercurio
libró una lucha sin cuartel contra el gobierno del presidente Allende y
la Unidad Popular. Sin cuartel y sin escrúpulos. Desde junio de 1973
llamó abiertamente al golpe de Estado.
La desestabilización
inicial se centraba en la presión sobre la Democracia Cristiana para que
votara a favor de Alessandri en el Congreso Pleno; el candidato
derechista renunciaría enseguida a la Presidencia de la República y
debería llamarse a nuevas elecciones en las que la DC y la derecha
unidas podrían reelegir a Eduardo Frei. Al mismo tiempo, se desencadenó
una ofensiva terrorista para amedrentar a la población. Simultáneamente y
en el mayor secreto, con la colaboración de agentes norteamericanos se
planeaba el secuestro del comandante en jefe del ejército, general René
Schneider, en una operación que contaba con el apoyo de los máximos
jefes de las FF.AA. y Carabineros. El secuestro sería la provocación
necesaria que obligaría a los militares a intervenir.
Las
conversaciones políticas fracasaron cuando la DC negoció con la Unidad
Popular un Estatuto de Garantías para votar a favor de Allende en el
Congreso. A los pocos días, el general Schneider fue herido de muerte en
el atentado realizado por la ultraderecha, lo que provocó una reacción
corporativa en el ejército que cerró filas junto al general Carlos
Prats, y fue necesario cambiar de estrategia por una que sería de largo
plazo. Era necesario esperar que la economía sometida a tensiones
internas y externas impulsadas por Estados Unidos actuara. La presión
sobre la Democracia Cristiana debería acentuarse para que se aliara con
la derecha. Sería necesario un movimiento de masas que incluyera a
sectores medios y bajos, y una creciente agitación que llevara en
definitiva a las Fuerzas Armadas, y especialmente al ejército, a dar un
golpe de Estado. Pasados los primeros sesenta días, la tranquilidad
empezó a imponerse. Pero no entre los grandes empresarios que preparaban
las espadas.
Eugenio Heiremans, importante dirigente
empresarial, propuso al ingeniero Orlando Sáez que jugara un papel de
primera línea. Necesitamos, le dijo, dirigentes jóvenes, menos
conocidos, que sean capaces de articular un movimiento gremial muy
amplio que abarque a todos desde los empresarios grandes a los chicos y
también a los comerciantes y transportistas. Eso para empezar. Orlando
Saéz comenzó a moverse. Salió al extranjero. En Argentina, México, Perú y
Brasil se reunió con empresarios amigos, no solo chilenos, para que
financiaran la oposición antiallendista. En octubre de 1974, en el
New York Times
, un periodista norteamericano, Jonathan Kendall, reveló que dirigentes
de la Sofofa habían contado que desde México, Perú y Venezuela se
habían enviado 200 mil dólares a Chile para sostener la huelga de los
camioneros. Kendall precisó que los dirigentes empresariales chilenos
“no dijeron cuánto dinero recibieron de la CIA”. También los empresarios
agrícolas fueron implacables. Se distinguió Benjamín Matte, dirigente
de Patria y Libertad, movimiento sedicioso que empezó a preparar
acciones armadas y sabotajes. Patria y Libertad fue dirigida por el
abogado y profesor de derecho civil, Pablo Rodríguez Grez. Tuvo grupos
de choque y saboteadores, vinculaciones secretas con grupos subversivos
de las Fuerzas Armadas y participó en el “tanquetazo” del 28 de junio de
1973, antesala del golpe del 11 de septiembre. Después del golpe,
muchos de sus militantes se incorporaron a los organismos represivos.
Los terratenientes resistían la reforma agraria comenzada en tiempos de
Frei Montalva, que sabían que se profundizaría en el gobierno de
Allende. Muchos empresarios querían hacer un escarmiento con los
campesinos que tomaban tierras. La Compañía Manufacturera de Papeles y
Cartones, del grupo Matte, se transformó, con apoyo de la CIA, en un
baluarte de la oposición. Su máximo ejecutivo, Ernesto Ayala, mano
derecha de Jorge Alessandri, se convirtió en dirigente opositor entre
los empresarios.
Ricardo Claro Vial actuaba por su lado. Sus
empresas -Elecmetal y Cristalerías Chile- fueron intervenidas, así como
la naviera Sudamericana de Vapores. Claro hacía gala de su
anticomunismo. Siendo estudiante universitario había denunciado a
compañeros de curso como militantes comunistas pidiendo su expulsión de
la Universidad. Conservador integrista, Claro tenía buenos contactos con
la Marina y prestigio entre los empresarios por su manejo de
información, especialmente de mercados internacionales. Después del
golpe, Claro -que fue nombrado asesor de la Cancillería que manejaba el
contralmirante Ismael Huerta- recuperó sus empresas, puso barcos a
disposición de los golpistas para que sirvieran de cárceles y no se
preocupó mayormente por la suerte de dirigentes sindicales de sus
empresas que se convirtieron en detenidos desaparecidos. Se ha sostenido
que Ricardo Claro fue uno de los financistas de la Dina, lo que no se
ha investigado suficientemente.
JAIME GUZMAN, EL IDEOLOGO
El sociólogo francés Alain Touraine, que estaba entonces en Chile, y
vio a Jaime Guzmán en televisión, poco antes del golpe dejó un retrato
exacto en su libro
Vida y muerte de Chile popular : “Me
impresiona ver y escuchar a un tal Guzmán, periodista que es además
profesor de derecho constitucional en la Universidad Católica: jamás
había visto un hombre así en este país. Me ha asustado: en los períodos
de tensión extrema se ven salir las cabezas más horribles. La suya está
habitada por una pasión fría armada de una lógica falsa: es un
inquisidor, su palidez es la de los jóvenes fascistas de antes de la
guerra. Cada una de sus palabras lanza una maniobra sinuosa. No sé si
forma parte de un grupo extremista clandestino. En todo caso merece ser
uno de sus jefes, pues pertenece al mundo del fanatismo fascista”.
Esa es la verdad. Jaime Guzmán fue siempre fascista. Nunca fue un
demócrata como se ha querido mostrar. De adolescente fue franquista. Era
seguidor del sacerdote Osvaldo Lira, mentor del Movimiento
Revolucionario Nacional Sindicalista, que sería capellán de la Dina.
Jaime Guzmán fue dirigente de Patria y Libertad. Después del golpe se
acercó al general Gustavo Leigh, porque éste prometía extirpar “el
cáncer marxista”; sólo después se acercó a Pinochet. Entretanto guardaba
silencio sobre las atrocidades en materia de derechos humanos, aunque
diría que lo hacía para poder seguir ayudando, en silencio, a algunas
víctimas de la represión.
Renato Cristi, académico,
experto en el pensamiento de Jaime Guzmán, señaló: “Me parece que Guzmán
es el autor intelectual del pronunciamiento militar. A Pinochet no se
le habría ocurrido jamás destruir la Constitución, precisamente el golpe
fue dado para protegerla”. Guzmán sentía, como escribió a su madre, que
con Pinochet “Chile había reencontrado su verdadero destino”.
El año 1975 escribía: “La creencia de que la democracia debe aceptar la
coexistencia de marxistas leninistas y demócratas en la vida cívica, en
medio de un Estado ideológicamente neutral es un grave error porque la
democracia debe protegerse. Sin caer en excesos de fanatismo macartista,
creo que los Estados libres deben ser militantemente antimarxistas y
anticomunistas”. En la discusión constitucional Guzmán propuso e hizo
aprobar las normas para la vigencia de una “democracia protegida”:
binominal, leyes orgánicas constitucionales y virtual imposibilidad de
reformar la Constitución debido al previsible empate que se produciría
entre mayoría y minoría configuradas en dos bloques enfrentados. Se
aprobaron otras normas altamente reaccionarias -como el artículo 8° para
proscribir a la Izquierda, la creación del Consejo de Seguridad
Nacional y de los senadores designados-, que fueron derogadas a medida
que se consolidaba la transición.
Jaime Guzmán fue un político
hábil y con clara visión de futuro para sus intereses. Tuvo notables
condiciones de liderazgo. El “gremialismo”- origen de la UDI- por
inspiración suya, prestó especial atención a estudiantes, jóvenes,
mujeres y pobladores.
COLONIA DIGNIDAD
Hay
antecedentes serios, todavía sujetos a investigación judicial, de que la
Colonia Dignidad, cerca de Parral, dirigida por Paul Schaeffer,
condenado por pedofilia que murió preso, fue un centro de torturas, de
eliminación de presos políticos y ocultamiento de restos de prisioneros.
Está demostrado que antes del golpe, Schaeffer y sus secuaces
colaboraron con Patria y Libertad y con oficiales navales y militares
que preparaban acciones de sabotaje. Cerradamente anticomunista,
Dignidad saludó como triunfo propio el golpe militar. El hallazgo de
arsenales, de automóviles pertenecientes a detenidos políticos cuyo
paradero no se conoce aún, la desaparición del físico norteamericano
Boris Weisfeiler y los testimonios de ex presos políticos torturados en
el que fuera un enclave de colonos alemanes sometidos a la voluntad y a
la corrupción de sus líderes, hace verosímiles las denuncias que se
investigan.
Dignidad no solamente fue un modelo admirado por
Pinochet, Lucía Hiriart y altos mandos como el almirante Patricio
Carvajal, o por funcionarios y hombres de negocios de la derecha
alemana, como el canciller de Baviera, Franz Josef Strauss, sino también
fue apoyada por dirigentes de la derecha chilena. En democracia,
diputados y senadores de la UDI y Renovación Nacional fueron celosos
defensores de la Colonia frente a las acusaciones que en definitiva se
han demostrado ciertas. Salvo Sebastián Piñera, se pronunciaron en
contra de la revocación de la personalidad jurídica de la Colonia. La
cercanía Dignidad-UDI es un hecho. La ex ministra de Justicia Mónica
Madariaga recordó en una entrevista la presencia de Jaime Guzmán, Pablo
Longueira y otros dirigentes disfrutando de la hospitalidad de la
Colonia. Mónica Madariaga fue desmentida, pero insistió aclarando que
era explicable que la paz que rodeaba a la Colonia haya llevado a los
entonces jóvenes líderes a utilizar la Colonia como eventual sitio de
descanso. No habría sido extraño. Pinochet fue más de una vez a la
Colonia, Manuel Contreras fue también un visitante asiduo, incluso
acompañado de su hijo, Manuel Contreras Valdebenito, que también ha
recordado haber visto entonces a dirigentes de la UDI. Lucía Hiriart
elogió con entusiasmo a “los alemanes” de la Colonia por sus obras de
apoyo a la comunidad vecina.
EL MODELO ECONOMICO
El mismo 11 de septiembre de 1973 el Alto Mando de la Armada recibió un
voluminoso estudio económico que había encargado a un grupo de
economistas de derecha. Indicaba las medidas indispensables para empezar
la construcción de una economía al servicio de los triunfadores que
eran las clases acomodadas. Había sido preparado básicamente por
economistas de la Universidad Católica que desde hacía casi diez años
mantenían un convenio con la Universidad de Chicago, donde imperaba el
pensamiento neoliberal de Milton Friedman. Año a año viajaban a esa
universidad norteamericana alumnos becados que volvían pertrechados de
instrumentos teóricos para establecer un capitalismo desregulado, con
una drástica disminución de las funciones del Estado y cero aranceles,
abierto al mundo y basado en el aprovechamiento de las ventajas
comparativas. Obviamente el documento consideraba eliminar por completo
la obra de la Unidad Popular. El trabajo hecho a petición de la Armada,
que preparaba el golpe, fue llamado “El ladrillo” por su extensión y
espesor y sus autores, conocidos luego como Chicago boys, aunque no
todos provenían de esa universidad.
Respaldados por la Armada
(a través de Roberto Kelly) pronto asumieron funciones de gobierno. Una
avanzada fue el empresario Fernando Léniz, ex gerente de
El Mercurio
. Luego vino Jorge Cauas, que había actuado en el gobierno de Frei
Montalva, hasta que llegó Sergio de Castro, quien junto a Pablo Baraona y
Miguel Kast eran los líderes del grupo que controlaba la Facultad de
Economía de la Universidad Católica y también su Instituto de Economía.
Las medidas económicas que impulsaron fueron drásticas. Tan brutales,
según sus críticos, que solamente pudieron imponerse por la feroz
represión de la Dina, el Comando Conjunto y los servicios de
inteligencia y seguridad de las Fuerzas Armadas y Carabineros, como lo
denunció en Washington el exiliado ex ministro Orlando Letelier pocos
días antes de ser asesinado por agentes de la dictadura.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 765, 31 de agosto, 2012