quinta-feira, 6 de setembro de 2012

España, Grecia y la crisis del capitalismo desarrollado

En la actualidad no hay consenso en Europa sobre cómo salir de la actual crisis. Las políticas de austeridad de menor gasto público y mayores impuestos son recesivas, empeoran los ingresos fiscales y hacen más difícil pagar las deudas.
Andrés Solimano

Santiago / Economía – El último gran episodio de la saga de la crisis europea es el rescate financiero al Estado español por 100 mil millones de euros para recapitalizar su sistema bancario, medida adoptada el 9 de junio por parte del llamado Euro-grupo de Ministros de Finanzas de la Unión Europea. Esta operación ha sido presentada por el Gobierno español encabezado por Mariano Rajoy como un “préstamo a una baja tasa de interés, sin condicionalidad”, diferenciándose de los programas de rescate de Grecia, Portugal e Irlanda. Lo que gatilló este rescate fue la delicada situación de la banca española y la incertidumbre de la elección griega. La prima de riesgo de los bonos españoles, en el momento de escribirse este artículo, seguía subiendo ante los aumentos de morosidades con los bancos en España.
Según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) los bancos españoles necesitan al menos 40 mil millones de euros en nuevo capital y tienen carteras de mala calidad cercanas a 100 mil millones de euros. El rescate español, a pesar de su foco estrictamente financiero, se agrega a los “rescates macroeconómicos” de Grecia por 240 mil millones de euros (con dos programas, en los años 2010 y 2012), Irlanda por 85 mil millones (2010) y Portugal de 78 mil millones (2011). A diferencia de los otros programas, el rescate español no fuerza, explícitamente, a recortar el gasto público, despedir trabajadores, elevar la edad de jubilación, subir impuestos ni otras medidas contractivas. Aparentemente los países más grandes reciben un mejor trato (menos condicionalidad) que los más pequeños a la hora de recibir ayuda financiera del exterior. Sin embargo, España ya estaba implementando políticas de austeridad antes del rescate. Actualmente un cuarto de su fuerza de trabajo está desempleada y uno de cada dos jóvenes no encuentra trabajo, optando muchos por emigrar, en múltiples casos a América Latina.
LAS DUDAS DEL RESCATE
El préstamo de los 100 mil millones de euros agrega a España cerca de 10 puntos porcentuales del PIB más de deuda, elevando su deuda pública a cerca de 80 por ciento del PIB. El Estado español tendrá, en el futuro, que pagar más intereses por sus pasivos financieros, desplazando otras prioridades, como el gasto en educación, salud, seguro de desempleo e inversión.
La crisis española, como varias de las ya mencionadas, no es una consecuencia de la existencia del Estado de bienestar —el que, por lo demás, ha existido por décadas— sino de la expansión enorme de la deuda asociada al boom inmobiliario y a una inflación de precios de activos (propiedades, bonos, acciones) durante la fase de boom económico anterior a 2008. La corrección del valor inflado de los activos que supuestamente respaldaban la deuda ha evidenciado el verdadero “emperador sin ropas” que había detrás de sistemas financieros sobredimensionados y especulativos. Para evitar una contracción del crédito generalizada, y quizás una corrida de depósitos, se han diseñado estos programas de “rescate”, que más bien son de hundimiento al pasarle al Estado las cuentas de las farras del sector privado. Es la clásica socialización de pérdidas tras una fase de privatización de las ganancias, observada en muchas crisis anteriores en el mundo.
En España, cuando entraron en problemas las cajas (bancos de ahorro que en gran parte financiaron el boom inmobiliario) se fusionaron en un gran banco llamado Bankia. Para dirigir este último se nombró como su presidente a Rodrigo Rato, ex director gerente del FMI; no obstante, este funcionario debió renunciar recientemente al conocerse las pérdidas de Bankia, presentadas como utilidades en el balance del 2011. En la actualidad el Banco Bankia tiene necesidades de caja superiores a 20 mil millones de euros y el caso se convirtió en un escándalo (un anterior director gerente del FMI, el francés Dominique Strauss-Kahn, ha enfrentado otros escándalos y procesos judiciales por abuso sexual). Por otra parte, es interesante observar el ágil repliegue de bancos de gran calado, como el BBVA, que anuncia la venta de sus rentables negocios de las administradoras de fondos de pensiones privadas en Chile, Perú, Colombia y México. Por su lado, el poderoso grupo Santander ha venido realizando consolidaciones y ventas de participaciones accionarias en bancos en el Reino Unido, Brasil, Estados Unidos y otros. Para ambos consorcios bancarios, América Latina es decisiva como fuente de altas utilidades a nivel consolidado y de un ambiente propicio, hasta ahora, para los negocios.
El caso español es muy relevante al ser una economía de gran tamaño (la cuarta en importancia en Europa) y con múltiples conexiones con América Latina y Chile, tras su intento de “reconquista económica” de la región en los últimos veinte años a través de la muy agresiva política de inversiones externas de los bancos mencionados y las multinacionales españolas, operando principalmente en las telecomunicaciones y la energía.
La crisis europea se inscribe en un patrón más amplio de crisis financieras que se han constituido en uno de los rasgos salientes del capitalismo globalizado, de carácter neoliberal, que surgió desde la década de 1980. La lista es larga e incluye las crisis de la deuda externa de América Latina a partir de 1982, de las cooperativas de ahorro y préstamo en Estados Unidos (savings and loans crisis), de los bancos en varios países escandinavos a inicios de los noventa, la de Japón, la mexicana de 1994, la asiática de 1997, la rusa de 1998, la de Argentina y Turquía en 2001-2002, seguidas por la gran crisis financiera y posterior recesión en 2008-09 y su secuela de alta inestabilidad en Europa, agravada en el primer semestre del 2012, particularmente en Grecia y en especial en España. La impronta de los últimos treinta años ha sido la dominancia de un capitalismo financiero con fortalecimiento de las élites económicas y el surgimiento de una clase global de superricos (basta ver el listado de billonarios globales de la revista Forbes). En contraste, es evidente el debilitamiento de las clases trabajadoras y sus organizaciones sindicales y la aparición de una clase media heterogénea, consumista y desideologizada. Se ha avanzado en la privatización de la educación, la salud y otros servicios sociales y se ha debilitado la democracia participativa. En un ambiente de confusión conceptual ante una realidad muy cambiante, con el resquebrajamiento de las aparentes certidumbres del neoliberalismo, también han surgido movimientos sociales de carácter autónomo a nivel nacional y globales críticos de la globalización neoliberal.
El triunfo en Grecia de Nueva Sociedad, de centro derecha, en la elección del 17 de junio, con una plataforma moderadamente proausteridad, no ha calmado a los mercados ya que el equilibrio político en esa nación permanece incierto y las condiciones de la economía son muy frágiles. Un escenario probable parece ser una renegociación del programa de ajuste de febrero de 2012 en condiciones menos duras… aunque también Europa “puede dejar” caer a Grecia, forzándola a salir del euro, y concentrarse solo en salvar a España e Italia.
CRISIS ECONÓMICA Y EL PODER DE LAS ÉLITES
La crisis del 2008-2009 en Estados Unidos y sus repercusiones en Europa y a nivel global fue el fin de un período de expansión de más de veinticinco años, acompañada de desequilibrios fiscales, de cuenta corriente de balanza de pagos y sobre todo de un alto endeudamiento de las familias, el Gobierno y las empresas. Particularmente notoria, en este lapso, ha sido la influencia no solo económica sino también política del sector financiero (Wall Street, en Estados Unidos; la City en Londres, y los bancos en España, Francia, Alemania y otros países). Las puertas giratorias entre ejecutivos y asesores de los bancos, ministros de Hacienda, gobernadores de Bancos Centrales y reguladores, crearon una cerrada élite tecnocrática-política que ha terminado suplantando los mecanismos naturales del sistema democrático por los intereses de la banca y las grandes corporaciones. Los ejemplos del exclusivo círculo abundan: el presidente Barack Obama, del Partido Demócrata, en Estados Unidos, tiene más oficiales provenientes de Wall Street que cualquier otro de los gobiernos precedentes, incluidos aquellos encabezados por presidentes republicanos. Mario Dragui fue alto ejecutivo de Goldman Sachs antes de ser gobernador del Banco de Italia y de, más recientemente, asumir como gobernador del Banco Central Europeo. El primer ministro Lucas Papademous, en Grecia, también tenía conexiones fuertes con el sector financiero y la academia.
Una característica del proyecto del euro es el desmedido poder que han asumido las instituciones supranacionales que no rinden cuentas ante ningún electorado, como son el Banco Central Europeo (BCE), el FMI y la Comisión Europea, CE. Esta troika ha sido capaz de imponer medidas de austeridad con amplios impactos sobre el crecimiento, el empleo, los salarios, los beneficios sociales. Recientemente, Berlín y la troika han convencido a los Gobiernos europeos de firmar el Tratado de Estabilidad, Cooperación y Gobernanza en febrero del 2012, el que aún está pendiente de aprobación por los parlamentos nacionales. Este tratado pone una camisa de fuerza a la política fiscal a nivel constitucional y disminuye las atribuciones de los parlamentos nacionales y el Parlamento Europeo en las decisiones fundamentales de política fiscal y económica de los países de la Unión Europea.
La troika, en el 2011, promovió la remoción de los primeros ministros en Italia (Silvio Berlusconi) y Grecia (Giorgios Papandreu). Ambas autoridades cayeron en desgracia y debieron renunciar al quedar sin “piso internacional”. La troika —no el electorado en sus respectivos países— decidió que estos eran líderes sin fuerza ni credibilidad para imponer políticas de austeridad en sus territorios nacionales, lo que dejó en evidencia el poderío político real de estas instituciones supranacionales y de la canciller alemana Angela Merkel, a la vez que la debilidad de las instituciones democráticas de estos.
PERSPECTIVAS Y DESAFÍOS EN LA ACTUAL FASE DE LA CRISIS EUROPEA
A mediados del 2012 los puntos más neurálgicos de la crisis económica europea se concentran en España (con un rescate que no convence) y en Grecia (con Europa evaluando si es más caro ayudar a este país a quedarse en el euro o a salirse). Las primas de riesgo de los bonos del Gobierno de Italia permanecen muy altas, sugiriendo que este país puede ser el próximo candidato a un rescate de la Unión Europea y el FMI.
En la actualidad no hay consenso en Europa sobre cómo salir de la actual crisis. Las políticas de austeridad de menor gasto público y mayores impuestos son recesivas, empeoran los ingresos fiscales y hacen más difícil pagar las deudas. Se pide un cambio a políticas procrecimiento. Por otra parte, se ha sugerido la creación de una unión bancaria europea con un ente regulador central de la Unión Europea. También se pide la emisión de euro bonos. En la actualidad el Banco Central Europeo no puede prestar directamente a los Gobiernos, pero sí a los bancos comerciales (a una tasa muy baja) que vuelven a prestar estos recursos a tasas más altas y hacen una ganancia adicional. También se plantea la necesidad de una unión fiscal y, al final, una especie de Gobierno supranacional.
La democracia también se tensiona. El alto desempleo, los recortes de beneficios sociales y las frustraciones de la juventud son caldos de cultivo para el populismo, la xenofobia, la intolerancia y la violencia. Además, esta crisis se desarrolla en contextos de alta desigualdad y manifiesto poder de las élites. Ya se observa un fortalecimiento de los grupos de derecha radical después de las elecciones en Francia y las elecciones griegas. Por otra parte, la izquierda no socialdemócrata también ha crecido en Francia (Melenchon) y Grecia (Tzipras). La actual coyuntura también evoca los fantasmas de la historia en que el nacimiento del nacional socialismo en Alemania y el fascismo en Italia en los años veinte y su ascenso en los treinta coincidieron con severas crisis económicas en Europa.
Otra fuente de tensiones en Europa es la hegemonía de Alemania en el manejo de la crisis. El triunfo de Francois Hollande en Francia refleja un intento de contrarrestar la fuerte influencia alemana, recuperando un liderazgo más independiente, el que fue sacrificado por Sarkozy al alinearse incondicionalmente a los dictados de Angela Merkel. La ausencia de Gran Bretaña, que no optó por el euro hace una década y siguió con la libra esterlina es también notoria. Otro punto de vulnerabilidad es la ampliación de las fragilidades financieras de la periferia europea (Grecia, Irlanda, Portugal) a naciones de mayor tamaño económico, como España e Italia. Esta película aún no llega a su fin y muchos desenlaces son posibles para este drama europeo.
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Andrés Solimano. Doctor en Economía. Artículo publicado en revista Mensaje, www.mensaje.cl

La pobreza como violación de los derechos humanos


Portada :: Economía
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 06-09-2012

La pobreza como violación de los derechos humanos

Red del Tercer Mundo


Antes de firmar tratados internacionales de comercio o de inversión o de diseñar políticas fiscales, los gobiernos deben asegurar la coherencia de estas políticas con sus obligaciones de derechos humanos y evitar medidas “que creen, mantengan o aumenten la pobreza, internamente o fuera del propio territorio”. Esto es necesario para conciliar la normativa internacional de derechos humanos con la realidad de pobreza en que vive la mayor parte de la población mundial.

Aunque éste y otros puntos -como la reafirmación del derecho al agua- son potencialmente controvertidos, la abogada chilena Magdalena Sepúlveda Carmona, relatora especial sobre la extrema pobreza de las Naciones Unidas, estampó la palabra “final” sobre el proyecto que acaba de enviar a los gobiernos para establecer “principios rectores sobre la extrema pobreza y los derechos humanos”. Sepúlveda cree que habrá consenso y que el Consejo de Derechos Humanos aprobará en setiembre este conciso documento de veinticinco páginas donde resume ocho principios y cuatro requisitos para garantizar catorce derechos específicos de las personas que viven en la pobreza.

El documento está concebido como orientador de las políticas públicas, y, por lo tanto, dirigido a los gobiernos nacionales que deciden sobre ellas, pero también contiene secciones sobre las obligaciones de las grandes empresas trasnacionales.

Culmina así un largo proceso, iniciado en 2001, cuando la entonces Comisión (hoy Consejo) de Derechos Humanos encomendó a la Subcomisión de Promoción y Protección de los Derechos Humanos que definiera cómo aplicar las normas de derechos a la lucha contra la pobreza, que las Naciones Unidas consideran prioridad universal.

El Banco Mundial tiene una definición monetaria de la pobreza y ha establecido la frontera en los ingresos inferiores a un dólar por día (ahora ajustados a un dólar y cuarto). Según el enfoque de derechos humanos, en cambio, la pobreza es “una condición humana que se caracteriza por la privación continua o crónica de los recursos, la capacidad, las opciones, la seguridad y el poder”.

La pobreza, dice el preámbulo de los “principios” a los que Sepúlveda ha dado forma definitiva, es “a la vez causa y consecuencia de violaciones de los derechos humanos”. Los pobres “sufren muchas privaciones que se relacionan entre sí y se refuerzan mutuamente -como las condiciones de trabajo peligrosas, la insalubridad de la vivienda, la falta de alimentos nutritivos, el acceso desigual a la justicia, la falta de poder político y el limitado acceso a la atención de salud-, que les impiden hacer realidad sus derechos y perpetúan su pobreza”.

De ahí que el primer principio que se postula es el de la dignidad humana, junto a “la indivisibilidad, relación mutua e interdependencia de los derechos humanos”. Los restantes principios son la igualdad contra toda discriminación, que “incluye el derecho de ser protegidos contra el estigma negativo asociado a la situación de pobreza”, la igualdad entre hombres y mujeres, los derechos del niño, la capacidad de actuación y autonomía de las personas que viven en pobreza, la participación y empoderamiento, la trasparencia y acceso a la información y la rendición de cuentas.
Basados en estos principios, los Estados deben adoptar estrategias nacionales para reducir la pobreza y lograr la integración social, con puntos de referencia y plazos claros y planes de acción bien definidos. Las políticas públicas deben dar “debida prioridad” a los pobres y las “instalaciones, bienes y servicios necesarios para el disfrute de los derechos humanos” deben ser “accesibles, adaptables, asequibles y de buena calidad”.

Si bien todos los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales se aplican a los pobres, el documento ofrece una lista de “algunos derechos específicos cuyo disfrute por quienes viven en la pobreza es particularmente limitado o está especialmente menoscabado, y respecto de los cuales los Estados tienen con frecuencia políticas inadecuadas o contraproducentes”. Entre éstos se cuentan el derecho al agua y el saneamiento, la alimentación, la salud y la educación, la vivienda, al trabajo y la seguridad social, entre otros esenciales para la dignidad, como el derecho a tener documentos de identidad.

Los Estados tienen la obligación ya mencionada de ser coherentes, solicitar asistencia internacional cuando sus esfuerzos no sean suficientes y asistir si están en condiciones de hacerlo, rindiendo cuenta de sus intervenciones.

“En un mundo caracterizado por un nivel sin precedentes de desarrollo económico, medios tecnológicos y recursos financieros, es un escándalo moral que millones de personas vivan en la extrema pobreza”, dice el prefacio del documento. Cuando se lo apruebe, erradicar la pobreza extrema ya no será solo un deber moral, sino también una obligación jurídica.

* Director del Instituto del Tercer Mundo (ITeM).

http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2012/08/31/la-pobreza-como-violacion-de-los-derechos-humanos/


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Passando a limpo as atrocidades da Europa Imnperial


The Independent

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.

¿Recuerdan toda aquella introspección y autoflagelación nacional acerca del Imperio Británico y todos los horrores cometidos en su nombre? No, yo tampoco. Pero este es el británico imaginario que ha sido conjurado por nuestro Secretario de Exteriores, William Hague. “Tenemos que quitarnos esta culpa postcolonial”, declaró en Friday's Evening Standard. “Tenemos que tener confianza en nosotros mismo”.
Esto es un eco de la afirmación hecha por Gordon Brown en 2005 de que “los días en que los británicos tenían que pedir perdón por su historia colonial han pasado”. Era una falacia del hombre de paja, porque nunca se ha pedido perdón por el imperialismo británico. Una amnesia colectiva ha borrado prácticamente el Imperio Británico, como un secreto embarazoso y sórdido que nunca se debe mencionar en una compañía educada. Se puede amonestar con toda razón a un país extranjero como Turquía por no aceptar una atrocidad como el genocidio armenio, pero se olvidan intencionadamente los momentos más aciagos de nuestra propia historia.
Consideremos India, la “joya de la corona” del Imperio Británico. A principios del siglo XVII, antes de que fuera conquistada, su participación en la economía mundial estaba muy por encima de una quinta parte, casi lo mismo que toda Europa junta. En el momento en el que el país obtuvo la independencia había bajado a menos de un 4%. Se trató a India como un generador de dinero: el Conde de Chatham describió los ingresos que afluían al Tesoro de Londres como “la redención de la nación […], el tipo de regalo de los cielos”. A finales del siglo XIX India era el principal comprador del mundo de las exportaciones británicas y proporcionaba un trabajo muy bien remunerado a los funcionarios británicos, todo a expensas de India.
Mientras India se volvía cada vez más decisiva para la prosperidad británica, millones de indios morían de muertes completamente innecesarias. Hace más de una década Mike Davis escribió un libro fundamental titulado Los holocaustos de la era victoriana tardía [*] [Late Victorian Holocausts]: el título está lejos de ser hiperbólico. A consecuencia de las políticas de laissez-faire económico que Gran Bretaña aplicó despiadadamente, entre 12 y 29 millones de indios murieron de hambre innecesariamente. Se exportaron a Gran Bretaña millones de toneladas de trigo incluso cuando el hambre hacía estragos. Cuando se establecieron campamentos de ayuda, apenas se alimentó a los habitantes y murieron casi todos ellos.
La última hambruna a gran escala que tuvo lugar en India fue bajo el dominio británico y desde entonces no ha tenido lugar ninguna otra. Más de cuatro millones de bengalíes murieron de hambre en 1943 después de que Winston Churchill desviara comida a los bien alimentados soldados ingleses y a países como Grecia. “El que mueran de hambre los ya desnutridos bengalíes es menos grave” que lo hagan “los robustos griegos”, argumentó. “Odio a los indios. Son un pueblo horroroso con una religión horrorosa”, le dijo a su secretario de Estado para India, Leopold Amery. En cualquier caso, el hambre era culpa de los indios por “reproducirse como conejos”. Churchill tenía antecedentes: ya en 1919 se declaró “completamente a favor de utilizar gas venenoso en contra de tribus no civilizadas” argumentando que “difundiría un terror vivo”.
Solemos asociar los “campos de concentración” con los nazis, pero el término entró en el vocabulario gracias a los británicos. Durante la Guerra de los Bóeres a principios del siglo XX más de una sexta parte de la población bóer, en su mayoría mujeres y niños, murió después de que los británicos los encarcelaran en campos. Sus casas, granjas y cosechas habían sido quemadas y sus ovejas y ganado matados en una política de tierra quemada.
En cualquier parte de África el dominio británico podía ser exactamente igual de cruel. Dos décadas antes de contribuir a enviar a la muerte a cientos de miles de soldados rasos británicos, Lord Kitchener dirigió una campaña brutal para apoderarse de Sudán. Como afirma el historiador Piers Brendon en su obra The Decline and Fall of the British Empire [La decadencia y caída del Imperio Británico], “las expediciones punitivas británicas en Sudán” fueron extremadamente brutales, “en ocasiones casi equivalentes a un genocidio”.
Este tipo de atrocidades no pertenece todas a un pasado distante. El pasado mes de julio tres supervivientes del levantamiento Mau Mau contra el dominio británico en Kenia en la década de 1959 pidieron indemnizaciones al gobierno por supuestas torturas. En la brutal ofensiva contra la insurgencia se llevó a miles de miembros de la tribu kikuyu a campos de detención, que la historiadora de Harvard Caroline Elkins describió como “el gulag británico”. Los cálculos de estas muertes varían enormemente: para el historiador David Anderson la cantidad de muertos fue de 20.000, pero Elkins cree que podrían haber muerto hasta 100.000 personas. A pesar de la valiente oposición de la laborista Barbara Castle y, cosa extraña, del Tory de derecha Enoch Powell, se ocultaron los crímenes británicos a la población británica a la que a cambio se ofreció una dieta diaria de atrocidades de los Mau Mau.
Nada de todo lo dicho tiene la intención de señalar a Gran Bretaña en particular: una conspiración del silencio permanece sobre el imperialismo europeo en su conjunto. La mayoría de la gente nunca ha oído hablar del rey Leopoldo II de Bélgica, pero debería ser considerado un tirano de la talla de Hitler y Stalin. Bajo su tirano gobierno de lo que es ahora la República Democrática de Congo aproximadamente 10 millones de personas o la mitad de la población murió de muertes horribles. Se obligó a millones de personas a recolectar la salvia del árbol del caucho; a quienes que no lograban cubrir las cuotas les cortaban las manos. Resulta difícil saber por dónde empezar con otros horrores europeos, con el olvidado genocidio alemán de los pueblos herero y nama en el África del sudoeste a principios del siglo XX o la matanza francesa durante la posguerra de cuentos de miles de personas en Indochina y Argelia.
A menudo se reivindica la superioridad moral europea a pesar del hecho de que las mayores atrocidades de la historia de la humanidad (el colonialismo, dos catastróficas guerras mundiales, el nazismo, el Holocausto) fueron todas ellas cometidas por europeos y se recuerdan vívidamente. Pero es demasiado tentador retocar la historia de la era colonial. Como dice Hague, “pertenece a un pasado muy lejano, la retirada del imperio”.
Con todo, a un agresor le resulta demasiado fácil decir “lo pasado, pasado está”. Cientos de millones de personas siguen padeciendo las consecuencias del colonialismo. Como afirmó en 2005 el entonces presidente de Sudáfrica Thabo Mbeki, el colonialismo dejó “un legado común y terrible de países profundamente divididos según la raza, el color, la cultura y la religión”. Por todo África, Oriente Próximo y el subcontinente indio permanecen los conflictos creados o exacerbados por el colonialismo.
Nosotros también podríamos aprender de nuestro pasado colonial. Las voces de sirena de los terroristas de salón, que piden a gritos la intervención a manos extranjeras, serían mucho menos atractivas si fuéramos conscientes de los horrores del pasado. En el siglo XIX Gran Bretaña se quedó empantanada en una guerra en Afganistán imposible de ganar y así la historia se repite.
Tanto William Hague como Gordon Brown quieren que creamos que ya nos hemos torturado bastante acerca del Imperio y que es el momento de avanzar. Pero ni siguiera ha empezado un debate nacional sobre ampliamente ignorada. Hace demasiado tiempo que se debería haber hecho.

Nota:
* Los holocaustos de la era victoriana tardía: el niño, las hambrunas y la formación del tercer mundo, Valencia, Universitat de València, 2006 (traducción al castellano de Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco).