sábado, 15 de setembro de 2012

La solución de Islandia para salir de la crisis: ni un céntimo para los bancos




El país que no dio dinero público a la banca y llevó a políticos y banqueros a los tribunales ya está saliendo de la crisis

Día 07/06/2012 - 05.14h
Islandia, 2007: país pequeño, poco poblado y con alto grado de bienestar social. Cuatro pequeños bancos operaban en el interior del país. Poco a poco se fue permitiendo privatizar ciertos recursos, se facilitó la especulación bancaria. Se abusó de la vivienda como recurso de inversión, llegó el boom inmobiliario y con él, la concesión de créditos sin límite. En España ya hemos visto la película, pero en esta ocasión el final cambia.
Como ocurrió con nuestro país, un par de años después Islandia se colapsó. En 2008, fueron nacionalizados los tres mayores bancos y su deuda pública empezó a multiplicarse. Un año después, el Parlamento acordaba devolver la deuda a Gran Bretaña y Holanda, sus principales acreedores bancarios. Cada familia islandesa debía pagar 3.500 durante 15 años al 5,5 % de interés. Aumentaron las protestas sociales y se convocó un referéndum en el que se decidió rebajar el interés al 3% y aumentar el periodo de pago a 37 años.
Finalmente, Islandia tuvo que pedir un rescate internacional del FMI que le obligó a acometer importantes ajustes económicos. Pero, ahí empieza la diferencia: el Gobierno islandés no desembolsó ni una sola corona de los contribuyentes en los bancos. Los dejó quebrar.
En octubre de 2008, Islandia dejó morir a tres grandes bancos —el Kaupthing, el Landsbanki Íslands y el Glitnir—. Renegoció la deuda con los acreedores (en su mayor parte de Alemania, Reino Unido y Holanda) y permitió que tomaran el control de las nuevas entidades. No obstante, se calcula que los tenedores de la deuda (casi todos extranjeros) sufrieron una quita del 70%.

 

Islandia no es España

Pese a las semejanzas en el discurrir de los acontecimientos, Islandia parte de un punto muy distinto. En el país escandinavo, para empezar,no circulan euros y eso les permite devaluar su moneda temporalmente,para ser más competitivos. En segundo lugar, los acreedores de la inmensa deuda de sus bancos, no eran los islandeses, sino alemanes, británicos y holandeses. Eso puede explicar que dejar morir a la banca, sea una opción para ellos, pero no para España.
Sin embargo, hay otro tipo de medidas que Islandia tomó. Los tribunales escandinavos, por ejemplo, juzgaron si el ex primer ministro Geir Haarde era «parte responsable en la crisis financiera». Se trata, por el momento, del único proceso judicial abierto en el mundo contra un político por su presunta implicación en una crisis económica.
El ex primer ministro negó todos los cargos. «Ninguno de nosotros estimaba que había algo mal en el sistema bancario», se defendió, al tiempo que añadía que no había ningún signo «claro» de que fuera a producirse ese «crack». Finalmente Haarde fue exculpado de tres de los cuatro cargos que se le imputaban aunque se le condenó por violar la ley de responsabilidad de los ministros.
También sentará en el banquillo de los acusados la cúpula directiva del banco islandés Kaupthing Bank. El presidente y el consejero delegado de la entidad, fueron acusados junto a otros de fraude y manipulación por la Fiscalía Especial de Islandia, en el marco de sus investigaciones sobre el colapso de la banca islandesa en 2008.

Brotes verdes

A Islandia aún le quedan asuntos por resolver, pero está en el camino de conseguirlo. Su deuda pública sigue suponiendo el 100% del PIB y tiene una importante deuda privada, la inflación no está del todo estable y, aunque pagó anticipadamente de 339, 2 millones al FMI, aún le queda parte del préstamo por devolver.
El mismo órgano acaba de publicar su última revisión sobre el estado de Islandia y las previsiones dicen que este año su economía crecerá un 2,4%, con un consumo privado tirando al 3% y compensando la caída de la inversión pública fruto de las medidas de austeridad.
En la estepa islandesa ya se ven brotes verdes. Los islandeses han tirado el libro de estilo de las crisis económicas por la ventana y, por lo que parece, les está saliendo bien.
ABC.ES

 

¿Están locos los islandeses?

Por L.Silva mié 19:02
Sí, ellos también la cagaron, y bien. Y en parte, por dejarse llevar por las mismas tonterías. En la foto de Reikiavik que abre la entrada, tomada aprovechando el sol esplendoroso que bañaba la capital islandesa el pasado martes, se puede ver un rastro del desatino. Está a la derecha de la imagen y lo representan unos edificios, notoriamente más altos que los demás. También allí se especuló con el suelo para hacer algo que no sólo no encajaba, sino que además tenía un sentido más que discutible: las vistas al mar están muy bien, pero cuando ese mar es el Mar de Noruega, con gélidos vientos que soplan durante la mayor parte del año, implican el peaje de vivir en la zona más inhóspita de la ciudad. No obstante se hicieron y ahí quedan, como recordatorio de los tiempos del disparate. No son el único.
Todo se reveló, del modo brusco en que se revelan los géiseres, en octubre de 2008. Los bancos islandeses, que en vez de dedicarse a administrar con prudencia sus depósitos se habían embarcado en las más delirantes aventuras financieras, se vinieron abajo todos a la vez y sin previo aviso. El país estaba arruinado, la deuda colosal de los bancos multiplicaba por mucho la riqueza nacional.
 Los islandeses, simplemente, no podían devolverla ni en varias vidas que destinaran a ello. Y lo que decidieron es conocido: negarse a pagar. Se echaron a la calle, tumbaron a su gobierno, procesaron al presidente y a los banqueros.
Desde sus orígenes, en Islandia, una isla de sólo 320.000 habitantes, funciona con regularidad la democracia directa. Puede pensarse, con fundamento, que algo tiene que ver esa tradición.
En el paraje de la foto siguiente se reunían los islandeses a decidir entre todos los asuntos públicos:

Incluso juzgaban, asambleariamente, los casos que los tribunales no habían podido resolver. La ley la recitaba un bardo. En la iglesia que se ve en la foto, donde reposan los grandes prohombres nacionales, tienen lugar preferente los poetas. Un país así es un país especial. (Desde luego, distinto del nuestro, donde los restos del más grande poeta del siglo XX descansan en el lugar privilegiado que todos sabemos: una cuneta ignota. Así nos va.)
La reacción contra la rebelión islandesa no se hizo esperar. El FMI y los gestores de las finanzas mundiales declararon a los islandeses proscritos. El Reino Unido llegó a aplicarle a Islandia leyes antiterroristas. 
Como bien podría simbolizar la imagen de la gran falla que pasa cerca de la iglesia, a cuyo cobijo se reunían los antiguos islandeses, y que separa la placa tectónica de Europa de la de Norteamérica (en términos geológicos, a cada lado de la foto es literalmente un continente distinto), los habitantes de la isla se habían quedado desgajados del mundo.
¿Y esto qué significa? ¿Qué catástrofes les han sobrevenido? Pues de momento, ninguna. La moneda islandesa, la corona, perdió buena parte de su valor, muchas familias, sobre todo las endeudadas, pasaron fuertes apuros... Vamos, nada que pueda extrañar por aquí, con la diferencia de que, como nuestra moneda no es nuestra, sino de los alemanes, no podemos devaluarla y nos toca devaluarnos a nosotros mismos. 
La otra gran diferencia es que sólo cuatro años después el paro ha bajado al 4 por ciento. Hay, eso sí, un pleito por ahí, planteado por los estados que se consideraron perjudicados por la espantada islandesa, y que un día de éstos habrá de resolver un tribunal internacional. Tribunal que tendrá que considerar, entre otras cosas, hasta qué punto fueron defraudados los que ingeniaron productos que, poniendo de intermediarios a los bancos de ese pequeño país, les hacían responder, y con ellos a Islandia, de deudas astronómicas y desproporcionadas a su PIB y su población.

Por cierto, tan pequeño es el país que al pasar por la calle principal (la Skólavörðustígur, en la foto anterior, tras  la estatua de Leifr Eiricsson, el descubridor de América para los islandeses) uno se tropieza como si nada con Björk, la cantante nacional y seguramente la más notoria celebrity nacida en la isla. Doy fe, aunque no hice foto por no importunarla.
Pero volvamos a lo del empleo. Que se haya recuperado significa, entre otras cosas, que en la cafetería próxima a las famosas cataratas Gullfoss le atienden a uno, en español, un par de jóvenes que han emigrado en pos de un trabajo que los jóvenes islandeses no quieren porque está a dos horas en coche de Reikiavik, pero que nuestros compatriotas aceptan de buena gana a miles de kilómetros al norte de sus casas. Ventajas de la crisis, para el viajero español: en cualquier lugar del mundo puedes pedir un cortado, tal cual, y en vez de ponerte caras raras te entienden y te lo sirven. Si es que nos quejamos de vicio. 
Como se puede apreciar en la foto anterior, de veras impone ver la catarata viniendo hacia uno, antes de precipitarse al cañón, pero verla caer no le anda a la zaga:
 
El agua tiene ese color porque viene de un glaciar, el Langjökull (o “glaciar largo”, el segundo mayor de la isla) cuya mole luce así en medio del paisaje, casi de otro planeta, de la planicie islandesa: 
Frente a su tierra extrema, aislada y remota, los islandeses supieron adaptarse y construirse un país donde vivir, un país que se asienta sobre sus historias, desde las sagas antiguas hasta el exitoso bestsellerArnaldur Indriðason, que ha triunfado en el mundo escribiendo en islandés (y que acaba de publicar en España nueva novela, Invierno ártico)Entre ambos, todos esos poetas a los que tanto honran y recuerdan sus compatriotas (ellos son la fortaleza desde la que resiste su pequeña y extraña lengua). Tienen su premio Nobel y todo, Halldór Laxness, que vivía en esta casita blanca:
Y en esta mesita ínfima escribía:
Supervivientes y poetas, cuando se vieron en el agujero, uno tan profundo como el del volcán que se ve más abajo (y que se entenderá que no me resistiera a fotografiar), los islandeses supieron pintarlo de verde.
Son obvias las diferencias, entre un país de trescientos mil habitantes y uno de cuarenta millones, pero uno vuelve de allí pensando: ojalá se nos pegara algo.