terça-feira, 19 de junho de 2018

Colombia: regreso del uribismo y el nacimiento de una nueva oposición

Colombia: regreso del uribismo y el nacimiento de una nueva oposición

El día de ayer se realizaron en Colombia unas elecciones presidenciales de mucha importancia para toda la región, y particularmente para Venezuela. Una vez más el país fue convocado a elegir entre el proyecto histórico de paz y el de la guerra, optando por el último al final de la jornada. El uribismo vuelve a la presidencia con Iván Duque. El nuevo presidente de Colombia asumirá el poder el 7 de agosto de 2018 hasta la misma fecha de 2022. Sin embargo, el resultado de estas elecciones tan complejas tiene muchas implicaciones necesarias de analizar.
Si bien en ningún país el poder ejecutivo es la mayor parte del poder real, en Colombia el poder de los intereses transnacionales dirigidos por los Estados Unidos, las grandes corporaciones extractivistas, las fuerzas militares, los negocios asociados a la guerra, el narcotráfico y el paramilitarismo, es desproporcionado.
Por eso llama la atención que algunos análisis desde la izquierda sobre los resultados, minimicen la importancia de las contradicciones fundamentales que se enfrentaron en estas elecciones y centren su mirada únicamente en el ganar o perder la presidencia. Si bien el poder ejecutivo es una herramienta de poder nada despreciable, que de haber quedado en manos de Gustavo Petro podría haber marcado un hito en la historia reciente de Colombia, su triunfo no habría implicado una revolución ni garantizaría per se la paz, tal como se dijo en el artículo anterior.
Más allá del fenómeno innegable que es la figura del ex candidato y ahora senador Gustavo Petro, la lucha por la paz con justicia social en Colombia sigue adelante en el seno de las grandes contradicciones. Desde este enfoque los resultados numéricos de estas elecciones permiten sacar cuatro conclusiones iniciales.
Lo primero que salta a la vista es que el uribismo sigue siendo un fenómeno popular y electoral que no se ha sabido entender ni mucho menos enfrentar. Uribe levantó un candidato prácticamente de la nada y logró que el establecimiento cerrara filas en torno a él, a pesar de que su imagen personal comienza a ocultarse. Ayer en la tarde, Álvaro Uribe no acompañó a su bisoño, por el contrario se retiró a su finca en Río Negro desde donde brevemente lo felicitó y se mostró como un anciano retirado, diciendo que ya tiene "horarios de abuelo" y que se iría temprano a la cama. Nada en este animal político es ingenuo.

Aritmética y estadística de una nueva correlación de fuerzas

Lo segundo es que realmente la derecha perdió votos. La fisura que marcó Gustavo Petro marca un hito en la historia electoral de Colombia. Mientras en las pasadas elecciones de 2014 se repartieron 15 millones de votos aproximadamente entre la derecha y la ultraderecha, esta vez cuando todos los partidos del establecimiento colombiano cerraron filas en torno a un solo candidato -sin excepción-, solo sumaron algo más de 10 millones de votos.
Los votos por las alternativas se crecieron a los 2 millones y medio obtenidos por el PDA en 2006 con el profesor Carlos Gaviria, lo que constituyó algo más del 22%. Le siguieron en 2010 los más de 3 millones y medio de Mockus que fueron un poco más del 21%. En esas mismas elecciones en primera vuelta, Gustavo Petro obtuvo menos del 10% de los votos con el PDA. En 2014, Clara López obtuvo 1 millón 958 mil 414 votos, algo más del 15%. Y ahora se sumaron más de 8 millones de votos que constituyeron más del 40% de la votación.
En tercer lugar, las elecciones visibilizaron la geopolítica del conflicto en Colombia. Además de ser el presidente electo en la ciudad capital de la que fue alcalde hasta hace tres años, Petro es también el presidente del Pacífico que resiste. Gustavo Petro ganó ampliamente en toda la costa pacífica colombiana. Territorio de resistencia contra los megaproyectos transnacionales donde se han realizado en los últimos años masacres, desplazamientos forzados y asesinatos selectivos como respuesta a las más grandes acciones de resistencia que han protagonizado las organizaciones populares colombianas.
Cali es la principal ciudad de esta zona y una de las más importantes del país, donde Petro ganó de nuevo en segunda vuelta con el 53% de los votos, pero la heroica Buenaventura, que protagonizó un paro cívico el año pasado, la ciudad de las negritudes que resisten, y recibió además este año gran cantidad de comunidades desplazadas desde el Chocó, le dio más del 70% de los votos. Por el contrario, dos departamentos se mostraron desproporcionadamente uribistas.
Duque es el presidente del Norte de Santander, con más de 77% de los votos. Presidente de toda la frontera colombo-venezolana, y en particular de este departamento que es la capital del contrabando de extracción desde Venezuela y de la especulación financiera con el llamado Bolívar Cúcuta. El otro departamento donde Duque se alzó con más de 72%, y que prácticamente determinó el triunfo de Duque por su caudal electoral, fue Antioquia, y su capital Medellín. El enclave colombiano del narcotráfico.

Los votos en el exterior

La diáspora colombiana también trazó una línea geopolíticamente interesante. En los consulados de Colombia en Venezuela ganó la abstención. En Venezuela el número de votantes inscritos para votar es de 304 mil 8 personas, lo que constituye mucho menos del 10% de la población estimada.
La abstención entre la población colombiana que vive en Venezuela y que está inscrita para votar fue del 89%, es decir, que solo un número cercano al 1% de la población colombiana que habita Venezuela acudió a votar (33 mil 175 votantes). Pero tampoco hay que desconocer que más allá de que todas las vulnerabilidades del sistema electoral colombiano se potencian fuera del país, Venezuela también se constituye como la segunda plaza de votantes del uribismo en el mundo, precedida sólo por Estados Unidos.
Mientras Petro se alzó con la victoria en cuatro países de la región: Argentina, Brasil, Uruguay y Cuba. Siendo el primero, junto a Rusia, los dos países donde Gustavo Petro obtuvo mayor porcentaje de votación en las representaciones consulares.
Se espera una nueva etapa para Colombia en la que se consolide una nueva correlación de fuerzas
Sin embargo, hay que decir que en números netos la mayor cantidad de votos los obtuvo en Estados Unidos, Argentina, Canadá y Venezuela, en ese orden y con poca diferencia entre los tres últimos países. Es en números netos, y no en porcentajes, donde el circuito internacional tiene sentido electoral cuando se trata de las presidenciales en Colombia. Los 69 mil 558 votos de Petro en el exterior fueron mayoritariamente votos movilizados por la izquierda colombiana en el exterior, y eso abre una nueva expectativa en el escenario internacional que quedó marcado por un ejercicio de unidad inédito en aras del cambio en Colombia.
Por último, quedó demostrado que a los tibios los vomita Dios. Los votos en blanco subieron un poco menos de 500 mil entre la primera y la segunda vuelta. A esto se reduce la nueva fuerza electoral de quienes llamaron a votar en blanco. En el caso específico de Sergio Fajardo, las cifras indican que un poco más del 60% de sus votantes en Bogotá votó por Petro y apenas un 15% siguieron su línea de votar en blanco. En política, la cobardía manifiesta puede tener un alto costo.
El gran perdedor de estas elecciones en Colombia fue el sistema electoral colombiano. Un sistema excluyente, artesanal y arcaico que fue evidenciado y cuestionado hasta la burla, como nunca antes. Flaco favor le hizo el Fiscal General de Colombia a este sistema, cuando ante el temor de un triunfo electoral adverso, decidió erigirse en el comodín y anunciar que denunciaría las fallas del sistema solo después de que se realizara la segunda vuelta, con lo que solo aumentó su cuestionamiento y en nada contribuyó a su mejoría. Modernizarlo y hacerlo medianamente respetable es una tarea importante si se sigue aspirando a llegar al poder por la vía democrática.

El objetivo de la paz en el largo plazo

Con el triunfo de Duque se ponen en riesgo los acuerdos logrados con las FARC y la mesa de diálogo con el ELN, pero Iván Duque debe buscar un equilibrio, pues ya Colombia pasó a otra etapa del plan en términos militares y políticos.
Se impone ahora una farsa llamada el "posconflicto", que justifica la salida de las fuerzas armadas de Colombia a otras misiones como ejército mercenario -aunque usen eufemismos más elegantes como "socio global", "ejército multi misión" e "inter agenciado"- y ya ha justificado la entrega de millones de dólares y euros. Por lo que no debería cerrar todos los caminos ni regresar a escenarios anteriores de confrontación.
La prioridad del gobierno colombiano ahora será fingir el fin del conflicto social y armado interno que aún vive, para consolidarse en la vanguardia política, e incluso militar, contra Venezuela y los gobiernos alternativos que quedan en la región.
Por esto, pasada la tensión electoral es pertinente señalar que llegó la hora de introducir recursos legales y ejercer presión política para que la Corte Constitucional de Colombia no apruebe el ingreso de Colombia a la OTAN como socio global. Es de suponer que las acciones al respecto desde la oposición colombiana han estado calladas por la contienda electoral, pero que ahora levantarán sus banderas porque este ingreso sería sin duda mortal para la paz de Colombia y la región, tal como lo ha venido denunciado el propio presidente Maduro.

Corte de caja

Con su discurso al final de la jornada electoral, Petro se consolidó como líder político. Asumió el triunfo de Duque sin derrotismos.
Anunció que asumirá su curul en el Senado para asumir el liderazgo de la oposición al nuevo gobierno, y esta vez debatirá de igual a igual con el senador Uribe. Su fórmula vicepresidencial Ángela María Robledo también asumirá su puesto en la Cámara de Representantes, según la ley recién aprobada. Además, se planteó una hoja de ruta hacia la consulta anticorrupción que se realizará a finales de agosto del año en curso y las elecciones regionales que se realizarán el año entrante. La actitud asumida por Petro le da un peso histórico a esta jornada electoral y su liderazgo, que hasta el día de ayer no había cristalizado.
Gustavo Petro no es un revolucionario, ni es la clase de líderes inmensos que fueron Fidel y Chávez, tampoco parece estar interesado en serlo. Pero como bien lo dijo Atilio Borón refiriéndose a estas elecciones en Colombia: "El pueblo de Colombia se ha puesto en marcha". Con base a ello, la fascinante literatura latinoamericana podría fundirse una vez más con la política real del continente. El ex candidato presidencial colombiano acepta dignamente que ha sido vencido y lanza la frase "por ahora".
Guardando las distancias ideológicas e históricas pertinentes, así comenzó otra historia que cambió el rumbo de América Latina hace más de dos décadas atrás. Entonces, es lícito esperar una nueva etapa para Colombia en la que, a pesar del retorno del uribismo a la presidencia, se consolide una nueva correlación de fuerzas favorables para las luchas populares en Colombia y el continente.
Todo dependerá de que la unidad lograda en las fuerzas de oposición se mantenga, y que esa voluntad de poder que al fin se puso de manifiesto -sobretodo en las nuevas generaciones de colombianos y colombianas- mantenga su voluntad de lucha y la direccione hacia la búsqueda definitiva de una salida política real al conflicto social y armado, la recuperación de la soberanía, y que frene el avance de quienes quieren llevar a Colombia a un conflicto contra Venezuela para consolidarla como el Israel de América.

Nietzsche contre Foucault La vérité en question - Bouveresse

Nietzsche contre Foucault

La vérité en question

On a pu dire à propos de Michel Foucault que son principal mérite était de nous avoir enfin débarrassés de l’idée même de vérité. En s’appuyant sur la lecture des premiers écrits de Nietzsche, il a établi qu’elle ne reposerait que sur une distinction entre le vrai et le faux toujours à déconstruire — d’autant plus que cette opposition serait au service de l’ordre en place. La vérité serait-elle donc une variable culturelle ?
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Egon Schiele. – « The Truth Unveiled » (La Vérité dévoilée), 1913
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Sur ce que pourraient être, à ses yeux, les mobiles et les buts réels qui se dissimulent derrière la recherche supposée de la vérité, Michel Foucault a donné une idée très claire de la façon dont il se représentait la situation dans sa première année de cours au Collège de France : « Il s’agirait de savoir si la volonté de vérité n’exerce pas, par rapport au discours, un rôle d’exclusion analogue à celui que peut jouer l’opposition de la folie et de la raison, ou le système des interdits. Autrement dit, il s’agirait de savoir si la volonté de vérité n’est pas aussi profondément historique que n’importe quel autre système d’exclusion ; si elle n’est pas arbitraire comme eux en sa racine ; si elle n’est pas modifiable comme eux au cours de l’histoire (1). » Dans une démarche comme celle de Foucault, la grande découverte, due pour l’essentiel à Nietzsche, consiste justement en ce que l’utilisation de la distinction vrai-faux serait elle-même le résultat d’une sorte de violence originaire commise envers la réalité, qui la « falsifie » de façon essentielle : « Si la connaissance se donne comme connaissance de la vérité, c’est qu’elle produit la vérité par le jeu d’une falsification première et toujours reconduite qui pose la distinction du vrai et du faux (2) »
Un partisan d’une théorie réaliste de la vérité dirait sans doute que l’opposition du vrai et du faux dans le langage est liée intrinsèquement à la prétention qu’a le langage de représenter la réalité. Avant que nous n’intervenions de façon quelconque, la réalité a déjà réparti, indépendamment de nous, les faits en ceux qui sont réalisés et ceux qui ne le sont pas. Aristote dit dans une formule fameuse : « Ce n’est pas parce que nous pensons d’une manière vraie que tu es blanc, que tu es blanc ; mais c’est parce que tu es blanc, qu’en disant que tu l’es, nous sommes dans la vérité (3). »On ne voit pas très bien, si on suit Foucault, où on pourrait chercher et trouver encore une raison qui empêche de dire, au contraire, que c’est seulement parce que nous disons que tu es blanc et disons de cette assertion qu’elle est vraie que tu es blanc : il y a du vrai parce qu’il y a ce que nous appelons le « dire-vrai » ; et il vaudrait mieux renoncer à considérer qu’il y a du dire-vrai parce qu’il y a une vérité à dire.

Un « rôle d’exclusion » ?

Le réalisme demande que l’on distingue clairement entre les moyens et les procédures dont nous disposons à un moment donné pour décider si une proposition est vraie ou fausse, lesquels sont historiquement déterminés, contingents, modifiables, imparfaits et faillibles, et la vérité ou la fausseté de la proposition, qui peut très bien être déterminée sans que nous y soyons pour quelque chose. Mais ce n’est évidemment pas ainsi que Foucault voit les choses. Pour lui, ce qu’on appelle la vérité n’est pas une chose qui résulte d’une confrontation entre le langage et la réalité, mais plutôt, selon une expression qui a fait fortune, un effet du discours lui-même. Il pense que nous sommes obligés de choisir entre deux possibilités qui s’excluent : ou bien la croyance naïve et idéaliste à un sujet de la vérité, conçu sur le modèle qu’en construit la philosophie traditionnelle, et à l’idée que la vérité est essentiellement le produit d’un désir de la vérité elle-même par lequel ce sujet est inspiré et animé ; ou bien l’acceptation de ce dont cette idée constitue justement la dénégation, à savoir la réalité du discours, de ses conditions et de ses lois de production, qui, lorsqu’on la prend au sérieux, fait apparaître la volonté de vérité qui y est à l’œuvre comme ce qu’elle est réellement, à savoir « une prodigieuse machine à exclure ». Je ne vois personnellement aucune raison de croire que nous sommes nécessairement enfermés dans une alternative de ce genre, et je pense que les deux options doivent être pareillement rejetées.
Le point de vue réaliste implique que ce qui fait de la vérité une vérité est aussi ce qui fait que la vérité ne peut pas être l’« effet » de quoi que ce soit, et surtout pas du discours. Il peut certes y avoir une histoire de la croyance ou de la connaissance de la vérité, mais sûrement pas de la production de la vérité et pour finir de la vérité elle-même. Et il peut aussi, bien entendu, y avoir une politique de la recherche et de l’utilisation de la vérité, mais sûrement pas ce que Foucault appelle une « politique de la vérité », une expression à laquelle j’ai toujours été, je l’avoue, incapable de donner un sens quelconque. Il ne serait sans doute pas difficile de montrer que la plupart des expressions foucaldiennes typiques dans lesquelles le mot « vérité » intervient comme complément de nom — « production de la vérité », « histoire de la vérité », « politique de la vérité », « jeux de vérité », etc. — reposent sur une confusion peut-être délibérée entre deux choses que Gottlob Frege considérait comme essentiel de distinguer : l’être-vrai et l’assentiment donné à une proposition considérée comme vraie, une distinction qui entraîne celle des lois de l’être-vrai et des lois de l’assentiment. Ce qu’un philosophe comme Frege reprocherait à Foucault est probablement de n’avoir jamais traité que des mécanismes, des lois et des conditions historiques et sociales de production de l’assentiment et de la croyance, et d’avoir tiré de cela abusivement des conclusions concernant la vérité elle-même.
Dans la façon usuelle de s’exprimer, on dirait que Nietzsche a démontré que la plupart des choses que nous reconnaissons comme vraies et appelons des « vérités » — et même, dans l’hypothèse la plus pessimiste, peut-être toutes — sont en réalité fausses et constituent par conséquent des erreurs. Ce que nous dit Foucault est : Nietzsche a démontré que nous croyons (à tort) connaître parce que nous ignorons que ce que nous croyons connaître est en réalité faux. La façon la plus naturelle de rendre compte de cela serait de dire que nous commettons en pareil cas l’erreur de tenir pour vrai quelque chose qui ne l’est pas. Mais ce n’est jamais de cette façon que s’exprime Foucault, qui préfère, dans tous les cas, parler de vérités qui ne sont pas vraies, ce qui s’explique très bien si l’on tient compte de la tendance qu’il a également à identifier la vérité à la connaissance (réelle ou supposée) que nous en avons. C’est, en effet, seulement par la connaissance que nous en avons que la vérité semble acquérir pour lui une réalité, et il s’exprime même assez souvent comme si elle se réduisait en tout et pour tout à cela.
Ce qui vient d’être dit à propos de la distinction (qui pourrait sembler aller de soi, mais le fait visiblement de moins en moins — et parfois plus du tout) entre la vérité et la croyance à la vérité constitue une incitation à se méfier également d’une autre confusion qui est régulièrement commise à propos du lien intrinsèque censé exister entre la vérité et le pouvoir, le second ayant besoin de s’appuyer sur la première pour réussir à légitimer son existence et son exercice, et la première de l’aide du second pour réussir à s’imposer. « On rend, écrit Pascal, différents devoirs aux différents mérites : devoir d’amour à l’agrément, devoir de crainte à la force, devoir de créance à la science. On doit rendre ces devoirs-là ; on est injuste de les refuser, et injuste d’en demander d’autres (4) » On n’a donc pas de devoir de croyance (et évidemment pas non plus, même si c’est un devoir qu’il est capable d’exiger aussi, de devoir d’amour) envers le pouvoir. Mais on en a un à l’égard de la vérité, et le pouvoir a par conséquent tout intérêt à essayer de convaincre les gens sur lesquels il exerce sa domination qu’il le fait au nom de vérités d’une certaine sorte, qu’ils ne peuvent pas manquer de reconnaître. Il ne faut cependant pas s’empresser de conclure de cela qu’il a besoin de la vérité elle-même. Ce dont il a besoin en réalité est seulement la croyance, ce qui implique de sa part la capacité de faire reconnaître et accepter comme vraies des choses qui ne le sont pas forcément et peuvent même être tout à fait fausses.
Cela ne constituerait pas une objection de remarquer que croire une proposition est équivalent à croire qu’elle est vraie et que pour cela il faut que le concept de vérité existe. Car dire que le pouvoir a un besoin essentiel du concept, que cela soit ou non démontré, n’est pas du tout identique à dire qu’il a besoin de la chose, dont il se passe même la plupart du temps assez bien. Ce ne sont pas les avantages de la vérité mais ceux de la croyance à la vérité que le pouvoir a besoin de rechercher et d’exploiter. Et c’est Nietzsche lui-même qui souligne dans L’Antéchrist (5) qu’il ne faut surtout pas confondre la vérité et la croyance que quelque chose est vrai. Les deux choses sont en effet complètement différentes et les chemins qui mènent respectivement à l’une et à l’autre le sont également.
De toute façon, même s’il était établi que la vérité est par nature un système de pouvoir, ou est en tout cas liée à des systèmes de pouvoir qui la produisent et la supportent, et est par conséquent, pour une part essentielle, un instrument dont le pouvoir a besoin pour ses propres fins, cela n’autoriserait sûrement pas encore, du point de vue nietzschéen, à utiliser cela comme un argument contre elle.
Foucault a expliqué que, si Marx était « le philosophe du rapport de production », Nietzsche était, pour sa part, « le philosophe du pouvoir ». Mais, comme l’a souligné avec raison Domenico Losurdo, on n’est pas tenu d’accepter « le glissement qui se vérifie dans l’analyse de Foucault : de “philosophe du pouvoir”, Nietzsche se transforme subrepticement en un “critique du pouvoir”. La première définition est juste et finit par confirmer le caractère intégralement politique de Nietzsche. La deuxième est profondément erronée (6) ».
Nietzsche n’a, en effet, rien à reprocher au pouvoir en tant que tel, et ce qui le scandalise n’est sûrement pas le fait qu’il soit capable de s’affirmer et de s’exercer sans avoir besoin pour cela de fournir des justifications quelconques. Ce qui l’inquiète est bien moins l’usage instrumental que le pouvoir pourrait faire du concept de vérité que l’usage « transcendant » et mystificateur que les inférieurs et les dominés ont intérêt à construire et à imposer pour des concepts généraux qu’il estime être de nature plébéienne, comme ceux de « vérité », de « raison », de « science », de « justice », etc., qui appartiennent à la même famille et dans lesquels s’affirmeraient également, sous un déguisement trompeur, avant tout leur propre volonté de puissance et leur désir de contester la supériorité des meilleurs et des plus forts.
Présenter la volonté de vérité comme jouant un « rôle d’exclusion »et l’imposition de la distinction du vrai et du faux à la réalité comme résultant d’une opération qui s’apparente à un acte de pouvoir de nature plus ou moins autoritaire et arbitraire a pour effet de les rendre pour le moins suspectes, et produit la plupart du temps dans un esprit philosophique le désir de prendre le parti de ce qu’on a cherché à dissimuler, à rabaisser ou à exclure et d’essayer de rétablir une certaine égalité de dignité et de traitement qui semble menacée. Mais il faut se souvenir ici que ce qui gêne Nietzsche n’est pas qu’il y ait des asymétries, des hiérarchies et des inégalités ; c’est plutôt qu’il n’y en ait plus suffisamment et que l’on s’achemine vers une situation où il n’y en aura peut-être même plus du tout. Choisir comme amis les dominés et les exclus, et traiter par principe comme ses ennemis les dominateurs et les maîtres — ceux qui détiennent le pouvoir et l’exercent avec l’absence de scrupules, le manque de compassion et même le genre de cruauté que cela implique la plupart du temps —, est à peu près le contraire de ce qu’il faut faire, selon lui.
Parler, à propos de l’introduction d’une distinction comme celle du vrai et du faux, de violence et d’exclusion ne nous dit donc, en réalité, pas grand-chose. Porter la marque du pouvoir, de la force, de l’autorité et du commandement n’a en soi, pour Nietzsche, rien d’infamant ni même de suspect.
Jacques Bouveresse
Philosophe, professeur honoraire au Collège de France. Auteur de Nietzsche contre Foucault. Sur la vérité, la connaissance et le pouvoir, Agone, Marseille, 2016.
(1Michel Foucault, Leçons sur la volonté de savoir, Gallimard-Seuil, Paris, 2011 (1re éd. : 1971).
(2Ibid.
(3Aristote, Métaphysique, Vrin, Paris, 1986.
(4Blaise Pascal, Pensées sur la religion et sur quelques autres sujets, avant-propos et notes de Louis Lafuma, 2e édition, Delmas, Paris, 1952.
(5Friedrich Wilhelm Nietzsche, L’Antéchrist, Flammarion, Paris, 1993.
(6Domenico Losurdo, Nietzsche, il ribelle aristocratico. Biografia intellettuale e bilancio critico, Bollati Boringhieri, Turin, 2002.