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quarta-feira, 8 de maio de 2024
Malabou NEGATIVOS DE LA DIALÉCTICA. ENTRE HEGEL Y HEIDEGGER: HYPPOLITE, KOYRÉ, KOJÈVE
Malabou
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Malabou NEGATIVOS DE LA DIALÉCTICA. ENTRE HEGEL Y HEIDEGGER: HYPPOLITE, KOYRÉ, KOJÈVE
Resumen
El artículo intenta despejar las orientaciones inherentes a toda una genealogía exegética de la filosofía hegeliana en la primera mitad del siglo XX: genealogía abierta
por Heidegger y tejida por los trabajos de Hyppolite, Koyré y Kojève. Al examinar la
cuestión de la negatividad y de la temporalidad, bajo lo que se identifica como la primacía del porvenir, el artículo subraya que los comentaristas de Hegel transforman su
dialéctica en una esquizología, manteniendo como imposible la reconciliación de las
dos comprensiones ontológicas de la negatividad. Así, se orienta hacia el descubrimiento de una economía no-hegeliana de la negatividad, economía que bajo la forma del double bind, de un
Es interesante despejar las orientaciones inherentes a toda una genealogía exegética de
la filosofía hegeliana en la primera mitad del siglo XX: genealogía abierta por Heidegger
y tejida por los trabajos de Hyppolite, Koyré y Kojève. Las líneas de fuerza de este corpus
interpretativo se reúnen en torno a un cierto tratamiento de la negatividad, tratamiento que
acaba por pronunciarse por la ruina de la coherencia del proceso dialéctico en su lógica y
en su economía. La negatividad, en efecto, se vuelve contra sí misma, y de manera no-dialéctica, de tal suerte que el proyecto hegeliano, a final de cuentas, se encuentra fracturado.
Para comenzar estas lecturas, una cuestión: la de la temporalidad, y más precisamente la del porvenir. ¿Hay en Hegel un “auténtico” pensamiento del porvenir o, al
contrario, debemos concluir la clausura absoluta de un Sistema que propone resolver
cualquier trascendencia en la estabilidad de un presente perpetuo? Se podría resumir, así,
la interrogación matriz de los trabajos de Hyppolite, Koyré y Kojève, trabajos inspirados
por el acontecimiento que fue para cada uno el pensamiento heideggeriano de la temporalidad originaria que supone, como se dice, el primado del porvenir sobre los otros dos
éxtasis del tiempo.
Parece, a los ojos de los lectores aquí convocados, que el porvenir en el sentido
temporal y el advenir en sentido lógico solidarizan en el seno del Sistema, confrontando
así el pensamiento, sino con una aporía, por lo menos con una improbable salida. Es a
esta figura de lo improbable que intentaremos dar un nombre.
Se nos preguntará ¿por qué escoger explorar un corpus que, respecto a los estudios
hegelianos actuales, puede parecer “superado” [depassé]? ¿Los trabajos de Hyppolite,
Koyré y Kojève, a pesar de su incontestable importancia, tuvieron su tiempo? A estos
cuestionamientos, respondemos que tales trabajos han contribuido, sin saberlo, a hacer
surgir un tipo de aproximación de la negatividad dialéctica que hoy en día se encuentra
en el corazón de las lecturas más recientes de Hegel. Este tipo de aproximación se verá
esbozada en sus características dominantes al finalizar nuestra investigación.
La dialéctica alienada
¿Habría dos posibles lecturas de Hegel en Hegel? ¿Se pueden separar el porvenir y el
advenir lógico? En su artículo titulado “Ensayo sobre la ‘Lógica’ de Hegel” [“Essai sur
la ‘Logique’ de Hegel”]a
, Hyppolite, luego de haber comentado el capítulo del “Saber
absoluto” en la Fenomenología del espíritu, responde positivamente a estas cuestiones.
Después de preguntar: “¿Cómo reconciliar la filosofía hegeliana de la historia (…) y el
saber absoluto de la lógica?” (Hyppolite 1971, 174)b
, propone la siguiente respuesta:
a La autora se refiere a “Essai sur la Logique de Hegel” publicado en el N°19 de la Revue Internationale de
Philosophie (1952, pp. 35-49) y reeditado en Figures de la pensée philosophique: Écrits de Jean Hyppolite,
1931-1968 (Paris: Presses Universitaires de France, 1971, Tomo I). Para este caso, traducimos directamente
del texto de Malabou. Más adelante, cuando se refiere a Logique et existence. Essai sur la Logique de Hegel
(Paris: PUF, 1953), utilizamos la versión en español de María C. Martínez y Jesús Santander, publicada por
la Universidad Autónoma de Puebla en 1987.
b En la “Conclusión” de “Las categorías de lo absoluto”, la tercera parte de Lógica y existencia, escribEl historiador de la filosofía descubre dos posibles direcciones en el hegelianismo [el subrayado es nuestro –C.M.]. Una indica una filosofía de la
historia […], la otra indica este saber absoluto que, reflexión externa sobre
las filosofías del pasado, sin embargo constituye una filosofía interna de
la completa inmanencia, en la cual el pensamiento no retiene del tiempo
sino la eterna temporalidad de la mediación y se eleva por encima de toda
historia (Hyppolite 1971, 174).
Al hablar de “dos posibles direcciones en el hegelianismo”, Hyppolite las presenta como
un lugar crítico entre inmanencia y trascendencia, entre circularidad lógica y estructura
“ex-tática” del devenir histórico, como un cruce de caminos que, si bien proceden de un
mismo origen, no se superpondrían. Leer a Hegel significaría, entonces, reconocer la doble orientación de su pensamiento, lo que dejaría al historiador de filosofía la libertad de
elegir la “dirección” de su investigación: eternidad conceptual o aventura acontecimental
[événementielle]. Del mismo modo, si se esfuerza constantemente por mostrar la unidad
estructural entre “el saber absoluto, el Logos, y esta filosofía de la historia” (Hyppolite
1987, 230), Hyppolite no cesa de afirmar, al mismo tiempo, especialmente en Lógica y
existencia, que este “paso de lo temporal a lo eterno, es la síntesis dialéctica más oscura
del hegelianismo. La historia es creadora de sí, al igual que el Logos, pero esta creación
es temporal allá, aquí es creación eterna” (Hyppolite 1987, 233-34)1
.
Si esta “oscuridad” es efectiva, la lectura de Hegel no sería entonces posible sino al
precio del reconocimiento de un cisma, de una forma de escisión que, por su radicalidad,
sería de hecho extranjera a la procesualidad dialéctica. Si se consideran los textos de los
filósofos que se aproximan explícitamente al problema del porvenir en Hegel, a saber,
Heidegger, Koyré y Kojève, se verá que comparten esta actitud en su tematización, más o
menos explícitamente, y le dan una forma más o menos rígida. Examinaremos en primer
lugar, y en orden cronológico inverso, las posiciones de éstos dos últimos lectores.
El análisis de Koyré: El porvenir en “jaque”
En su artículo titulado “Hegel en Jena” [“Hegel à Iéna”], Koyré se entrega al análisis de
la relación entre el tiempo y la eternidad en las primeras versiones de su Sistema.2
Koyré
comienza su estudio insistiendo en la dificultad de la filosofía hegeliana, dificultad que no
duda en llamar su “secreto”: “es”, escribe, “esta impresión de magia, de misterio, la que
hace hablar del ‘secreto de Hegel’” (Koyré 1971, 148). Indica en nota a pie de página,
que el libro de Sterling [sic], introductor de Hegel en Inglaterra, con justicia se titula Thsecret of Hegel (1859).c
Ahora bien, para Koyré el lugar de este secreto no es otro que
la relación entre tiempo y eternidad, más especialmente, entre “dialéctica teológica” y
“dialéctica histórica”. Precisa que
la dialéctica teológica es una dialéctica de lo intemporal. La dialéctica
histórica es la del tiempo. Mientras la primera implica la primacía del pasado, ya que en el nunc æternitatis todo ya está realizado, la otra implica
la preeminencia del porvenir, puesto que el nunc histórico no tiene sentido
sino en relación con el porvenir que proyecta ante sí, que anuncia y que
cumpliría al suprimirlo (Koyré 1971, 160, nota 1).
Koyré se ocupará, en primer lugar, de poner en juego la identidad de estas dos “dialécticas” para concluir, en un segundo momento, su carácter irreconciliable.
El gran mérito del artículo de Koyré radica en haber llamado la atención, en sus traducciones y comentarios, sobre los pasajes de la obra de Hegel en Jena antes de 1807
(Cursos de 1804-1805 y 1805-1806). Los textos de 1803-1804 traducidos y comentados por Koyré, son dos. Uno es un extracto de la Lógica y expone la relación dialéctica
entre lo finito y lo infinito. El otro proviene de Filosofía de la naturaleza, y expone el movimiento dialéctico de los momentos del tiempo.3
Koyré, apoyándose en estos textos, se
propone demostrar que Hegel otorga al porvenir un privilegio, o más precisamente una
“primacía” sobre los otros éxtasis temporales: el porvenir orienta el instante [instant], lo
provoca y, en cierto sentido, lo constituye.
“A nuestro entender”, escribe Koyré, “la dialéctica de lo infinito reproduce, o si prefiere se corresponde con (esta) dialéctica del tiempo” (Koyré 1971, 175). Es precisamente
esta solidaridad estructural de lo finito, de lo infinito y del tiempo, la que permite a Koyré
concluir la identidad de las dos “dialécticas” evocadas más arriba. Lo finito y lo infinito
se persiguen y abisman, uno en el otro; no son sino uno respecto del otro. Escribe Hegel:
“La inquietud aniquiladora de lo infinito (die vernichtende Unruhe des Unendlichen) sólo
existe a partir del ser de lo que aniquila” (Koyré 1971, 166-67).4
Así, está autorizado a
considerar la relación de lo infinito y de lo finito como esencia de la finitud misma, como
permanencia de aquello que no es sino ente. El tiempo, estructura incesante del ser y del no-ser, aparece, pues, como la eternidad misma (“La eternidad, es el tiempo mismo”
[Koyré 1971, 188]). Sin plantear la cuestión fundamental, que aquí no se trata jamás de
la diferencia entre la infinitud en su simple determinación y la “mala infinitud”,d
hace falta
subrayar que aquello que asegura, según Koyré, “el contacto y la compenetración entre
el Tiempo y la eternidad” es “la naturaleza dialéctica del instante [instant]”.
El tiempo, expuesto en el sentido de una filosofía de la naturaleza, opera ya para
Koyré como una dinámica histórica. Ahora bien, histórico, para él como para Hyppolite,
significa esencialmente humano. La historia sólo tiene sentido para un ser que, como el
tiempo, “es lo que no es” (Koyré 1971, 177), procede por una sucesiva denegación de
estados, es decir, de fijaciones de lo real. La existencia humana en su trascendencia y la
temporalidad en cuanto movimiento de denegación del presente, aparecen como un solo
y mismo fenómeno.
Apoyándose en el texto de la Jenenser Logik, Koyré pone en juego un concepto de
infinito menos lógico que existencial, un infinito “tenso, dramático”, un concepto que
lo finito inquieta, socaba y condiciona: “La inquietud es el fondo del ser. Lo finito y lo
infinito se persiguen y abisman, uno en el otro; no son sino uno respecto del otro”. “Inquietud” traduce el alemán Unruhe, la palabra maestra del pasaje de la lógica donde
Hegel declara: “La inquietud aniquiladora de lo infinito sólo existe a partir del ser de
lo que aniquila. Lo suprimido (das Aufgehobene) es tan absoluto que es suprimido, se
engendra en su aniquilamiento, pues el aniquilamiento sólo es en tanto que hay algo
que se aniquila” (Hegel 1980, 58). La relación entre lo finito y lo infinito moviliza, según
Koyré, un concepto trágico de lo negativo como fuerza de disolución del ser, comprendido aquí como existencia. El Tiempo es pensado como idéntico a la eternidad, en la
misma medida en que el tiempo aparece como estructura ontológica, incesante [incessance] del ser y del no-ser.
¿De qué tiempo se trata? La respuesta se encuentra en el análisis de un pasaje de
la Filosofía de la naturaleza donde el tiempo aparece como “el infinito, móvil e inquieto”
(Koyré 1971, 167). Debido a esta definición, “y en esto radica la importancia de (la) disposición (de Hegel)”, el tiempo no es ya “imagen de una eternidad inmóvil” (Koyré 1971,
167). Esta nueva concepción del tiempo se basa en “la curiosa doctrina de la prevalencia
del porvenir sobre el pasado” (Koyré 1971, 187). Koyré cita como evidencia el siguiente
pasaje: “El presente se supera de tal manera (so sich aufhebend) que es más bien el porvenir que se engendra (deviene) en él, es en sí mismo este porvenir; o bien, este porvenir
es, en sí, no por venir (oder diese Zukunft ist selbst in der Tat nicht Zukunft) sino aquello
que supera [supprime] el presente, pero en tanto que es esto, esa (alguna) simple acción de negación absoluta que, sin embargo, antes que el presente en su esencia es también
el no-ser mismo, o el porvenir” (Koyré 1971, 168-69)e
.
Koyré insiste en la originalidad de estos análisis, que mostrarían cómo el presente
está “atrapado” y destruido por su propia futurización. El presente de Hegel es un presente “cada vez menos igual a sí mismo” (Koyré 1971, 178). El “ahora (das Jetzt) [maintenant]” aparece como un “instante dirigido” [“instant dirigé”] y Koyré afirma: “no es hacia
el pasado que está dirigido. Al contrario, es hacia el porvenir” (Koyré 1971, 176). Si el
tiempo se forma extendiéndose a partir del ahora [maintenant], esta extensión no es del
orden de la distensión, sea como prolongamiento o duración; “sino que es a partir del
porvenir, que él (el tiempo) viene a sí en el ahora” (Koyré 1971, 166)f
. El carácter móvil
de una presencia que no llega al reposo, que está siempre trabajada por su propia negación, hace posible lo que Koyré llama “correspondencia” entre la manera en que lo
finito habita el corazón de lo infinito y este porvenir que, permanentemente, destituye el
ahora. En los dos casos, se trata de la misma economía, la de la “nada” [néant] que el
ser “incluye”, que “le sostiene y le acecha” (Koyré 1971, 166)g
. Si tiempo y eternidad se
compenetran, es en el sentido en que el tiempo aparece como la eterna mediación entre
ser y no-ser, como el principio de “aquello que se abalanza, cae, y se eleva de nuevo”
(Koyré 1971, 187). Hegel, por lo tanto, habría pensado el tiempo como “principio de
creación, de lo nuevo” –traducción directa de la prevalencia del porvenir sobre los otros
dos éxtasis temporales– y no ya como “medio homogéneo” o como “número del movimiento” (Koyré 1971, 187).
Entonces, la temporalidad aparece, en adelante, ya no como serie o flujo sino como
diferencia pura. La contradicción, motor de la procesualidad dialéctica, “es tensión diferenciante” (Koyré 1971, 174). Este bello pasaje del análisis de Koyré marca, al mismo
tiempo, su aspecto paradojal, incluso contradictorio. En el mismo momento en que Koyré afirma que la diferencia es “pura”, él precisa que las “diferencias” constituidas por
los momentos del tiempo, como lo hemos anunciado, tienen sentido en relación con el
hombre: “Las dimensiones del tiempo son direcciones. En una multiplicidad pura, no hay
necesidad de distinguirlas. Ellas no tienen sentido sino en relación con nosotros, esto es,
en relación con el hombre puesto en el espacio. Y viviendo el tiempo” (Koyré 1971, 180,
nota 1).h
El “diferir” sólo es tal para un ente que él mismo no existe sino para diferir de
sí. El hombre es un ser que, partiendo del presente, lo reniega buscando realizarse en el porvenir,
que vive para el porvenir o que, a lo menos, en él está buscando su verdad,
ser que no existe sino en esta continua transformación del porvenir en el ahora, que deja de ser el día donde no hay porvenir, donde nada está por venir,
donde todo está ya advenido, donde todo ya está “realizado” [“accompli”].
Esto es porque el tiempo hegeliano es tan humano como dialéctico, porque
es uno y otro, porque es esencialmente tiempo histórico (Koyré 1971, 177).
La historia humana es la vitalidad de las diferencias que, en la naturaleza, no forman sino
un “tiempo paralizado y extendido” (Koyré 1971, 178).
“El día en que ya no hay porvenir” es la muerte. Ahora bien, todo el problema según
Koyré –lo que explica la brusca variación de su conclusión– radica en que esta muerte,
en el sistema hegeliano, no está por venir sino siempre ya advenida: ella es el saber
absoluto mismo, interpretado como “detención” [arrêt] del tiempo (Koyré 1971, 189).
Koyré insiste, pues, en la dificultad, o incluso en la imposibilidad de comprender cómo
esta “detención” es requerida por una filosofía de la historia; esta imposibilidad es otro
nombre del “fracaso [échec] del esfuerzo hegeliano.”i
“Porque”, dice,
si el tiempo es dialéctico y si se construye a partir del porvenir, es —lo que
Hegel dice— eternamente inacabado. Mas, el presente mismo —que es ya
porvenir— no es nada que pueda ser comprendido. Porque, en efecto, el
espíritu puede hacer presente el pasado, no puede hacerlo, sin embargo,
sino para servir al porvenir. Por lo tanto, el carácter dialéctico del tiempo
sólo hace posible una filosofía de la historia; pero al mismo tiempo, el carácter temporal de la dialéctica la hace imposible. La filosofía de la historia,
entonces, queramos o no, es una detención (Koyré 1971, 189).
La dialéctica golpearía la misma imposibilidad que ella hace posible: “La filosofía hegeliana, el ‘sistema’, sólo sería posible en tanto que la historia había terminado, si no tenía
más porvenir, si el tiempo pudiera detenerse” (véase página en conclusión). Hegel se
volvería contra sí mismo, sin que esta contradicción sea por su parte dialectizable. En la
medida en que la filosofía aparece según Hegel como trabajo del concepto –comprensión absoluta [saisie absolue] de lo que es, desgarro de la existencia de su exterioridad y
por lo tanto de su temporalidad–, presupondría precisamente la detención de la historia.
Pensar la historia significa detener la historia. La contradicción es la siguiente: el sentido
(la significación) de la historia no emerge sino de la anulación del sentido (orientación)
de la historia. Tras afirmar que Hegel “admite la necesaria unión, la identidad dialéctica
de la esencia y de la existencia, de la eternidad y del tiempo” o “la identidad de la lógica
con la historia” (Koyré 1971, 189), Koyré declara al mismo tiempo que esta identidad
procede de un golpe de fuerza, que él caracteriza como “esfuerzo (…) de hacer volver a
entrar el tiempo en la eternidad y la eternidad en el tiempo” (Koyré 1971, 163). Esta lógica del encajamiento forzado redobla perpetuamente la lógica dialéctica misma, como
su otro, su secreto, y aparece, a la vez, como la razón de su “fracaso” La contradicción inherente al hegelianismo proviene de dos significaciones irreconciliables de la negatividad. En un caso (como aparece en los textos de Jena), la negación y
su redoblamiento estructuran la inquietud de la presencia y despliegan una economía de
la trascendencia. En el otro (sobre todo en el texto del “Saber absoluto”) la negatividad
tiene un sentido estrictamente lógico, y, en su ensamble, el proceso dialéctico presupone
la intemporalidad del concepto. Entonces Koyré puede concluir que “el ‘sistema’ hegeliano está muerto, y bien muerto” y que “los recientes esfuerzos por revivir el hegelianismo
no hacen (…) sino demostrar (…) la esterilidad del ‘sistema’” (Koyré 1971, 153).5
La lectura de Kojève: el “fin de los tiempos”
En la conferencia que concluye el ciclo de cursos titulados “Notas sobre la eternidad, el
tiempo y el concepto”6
, Kojève hace una referencia explícita al artículo de Koyré. Este
“artículo decisivo”, según escribe, “es la fuente y la base de mi interpretación de la Fenomenología del Espíritu” (Kojève 1972a, 143). Prosigue en estos términos:
El texto en cuestión pone en evidencia que el Tiempo que Hegel ha tomado
en cuenta es el Tiempo que, para nosotros, es el Tiempo histórico (y no biológico o cósmico). En efecto, ese Tiempo está caracterizado por la primacía
del Porvenir. En el Tiempo que consideraba la Filosofía pre-hegeliana, el
movimiento iba del Pasado hacia el Porvenir, pasando por el Presente. En el
Tiempo del que habla Hegel, por el contrario, el movimiento se engendra
en el Porvenir y va hacia el Presente transitando por el Pasado: Porvenir →
Pasado → Presente (→ Porvenir). Y esa es la estructura propia del Tiempo
específicamente humano, es decir, histórico (Kojève 1972a, 143-44)j
.
Aquí se reconoce la asimilación del tiempo “verdadero” en el tiempo histórico entendido
como tiempo humano. La fuerza y la originalidad del análisis de Kojève consisten, a partir de esta definición del tiempo, en interpretar el porvenir como energía de lo negativo.
Esta comprensión del porvenir como negatividad permite vincular el tiempo histórico y la
procesualidad lógica, existencia humana y saber absoluto. El porvenir aparece, a la luz de los análisis kojèvianos, como esta extraña modalidad
del no-ser que hace posible la historia. En tanto que es “lo que no es (aún) y lo que no ha
sido (ya)” (Kojève 1972a, 144), el porvenir pone al pensamiento en relación con lo que
no existe, con la posibilidad pura. En este este sentido, es la negación de lo “Real” o, con
todo, de lo dado. Esta negación de lo Real, que deja entrever la posibilidad de un orden
otro de las cosas, se define como “Proyecto”, y su movimiento es la historia, “Tiempo de
la Acción consciente y voluntaria que realiza en el presente, un proyecto para el porvenir,
formándose dicho proyecto a partir del conocimiento del Pasado” (Kojève 1972a, 146).
La “presencia-real del porvenir en el Mundo”, es decir, la interrupción de la nada en
el ser (lo real dado), constituye para Koyré la estructura del Deseo. “El Deseo es la presencia de una ausencia (…)” (Kojève 1972a, 144). Aparece como “como una laguna o un
‘hueco’ en el Espacio: vacío, nada [un vide, une néant]” (Kojève 1972a, 145). El deseo
no puede relacionarse con una realidad de manera positiva, puesto que ella no existe:
“la realidad del Deseo procede de la negación de la realidad dada”k
. Esta negación de
la realidad dada –el presente– equivale inscribir a este último en el registro del pasado.
El deseo aparece, así, como lo que hace pasar el tiempo.
La figura del Amo y del Esclavo, sabemos, se ha constituido para Kojève como paradigma hermenéutico del pensamiento de Hegel, en su conjunto. El hecho de que el
deseo, según Hegel, no se refiera a un objeto sino a otro deseo, testimonia la primacía
del porvenir. La posibilidad de arriesgar la vida para ser reconocido es, según Kojève, la
marca de la “humanidad del hombre” (Kojève 1947, 14).
En la lucha por el reconocimiento, la conciencia demuestra que “ser para sí mismo
o ser hombre, es no estar ligado a ninguna existencia determinada, es no estar vinculado
a la aislada-particularidad universal de la existencia en-cuanto-tal, es no estar vinculado
a la vida”, esto es, una vez más, negar la realidad dada (Kojève 1947, 18).
El origen del fenómeno del porvenir es el lenguaje. Hablar viene a sustituir el concepto de una cosa o de un ser a su presencia efectiva o material: “De manera general,
cuando se crea el concepto de una entidad real, se la desprende de su hic et nunc dado
(…) Así es cómo ese perro real es en tanto que concepto no sólo ‘ese perro’ sino además
‘un perro cualquiera’, el ‘perro en general’, ‘cuadrúpedo’, ‘animal’, etc., y también ‘Ser’
a secas” (Kojève 1972b, 142-43)l
. Por consiguiente, es posible afirmar que el leguaje,
en tanto que suspensión del ente empírico, es el porvenir de la presencia. En efecto, la
negación del estar-ahí [être-là] es la posibilidad misma de su sentido. Es así que Kojève
puede afirmar: “el porvenir es (…) la nada del ser, es decir su sentido” (Kojève 1972b,
149, nota 1)m.
El saber absoluto es asimilado al “Discurso” o empresa de “separación” [“dégagement”] del sentido del ser que “separa la esencia de la existencia” (Kojève 1972b, 147)
n
. Kojève explica que el “sentido-esencia de una cosa es algo así como esa cosa misma
menos su existencia. Ahora bien, la ‘sustracción’ que quita el ser al Ser es el Tiempo, que
hace pasar al Ser, del presente en el cual es, al pasado en el cual no es (ya), y donde no es más que sentido puro (o esencia sin existencia)” (Kojève 1972b, 144-45). Si el tiempo
es el sentido mismo del ser, y el sentido es la posibilidad del Concepto o del discurso,
entonces el Concepto y el tiempo son idénticos ya que es “la temporalidad del ser [Être
lui-même]” (Kojève 1972b, 144).
Vayamos a las paradójicas consecuencias de análisis de Kojève. Al mismo tiempo
en que él afirma la identidad del concepto y del porvenir, Kojève concluye la clausura
del porvenir mismo. El “Sabio” [Sage] (otro nombre del Saber absoluto) termina por comprender todo. A partir de momento en que la filosofía toma conciencia de la actividad
conceptual como negación de lo dado, no puede negar esta estructura sin negarse ella
misma. Por lo tanto, no puede haber ningún porvenir para una filosofía que se entiende
como porvenir: “(…) la existencia en verdad humana es (…) la del Sabio que se limita
a comprender todo, sin negar jamás o modificar nada” (Kojève 1972b, 171). Citamos,
aún, esta conclusión: “El Hombre ya no se relaciona (…) con un objeto cosificado opuesto a él; tampoco tiene necesidad de negar para mantenerse en la existencia conservando
su identidad consigo mismo. Y el Hombre que no niega más, no tiene porvenir verdadero” (Kojève 1972a, 173)ñ
.
Apegado a subrayar la actualidad de la filosofía hegeliana, a pensar la fuerza de su
porvenir y renovación, Kojève interpreta el saber absoluto en términos del “final de los
tiempos” (Kojève 1947, 531).o
Ahora bien, ¿qué tiempo podría corresponder al fin de los
tiempos, sino la parálisis [stasis] misma del tiempo en la forma petrificada de un presente
a perpetuidad? Se encuentra, en la lectura de Kojève, nuevamente, la misma paradoja
que descubre Koyré: sería imposible reunir sin contradecir las significaciones –lógica y
cronológica– de la negatividad hegeliana.
Conclusión de estos análisis
Las diferentes interpretaciones aquí recordadas según sus principales orientaciones, se
emplean, según hemos mencionado, para elucidar la relación entre las dos significaciones del porvenir que inmediatamente se imponen a la lectura de la filosofía especulativa.
La conclusión de esos análisis parece clara e inequívoca: ambos porvenires son irreconciliables, lo que entraña, a fin de cuentas, la ausencia de porvenir de la filosofía hegeliana.
Cualquiera sea el valor y el interés incontestable de estos análisis y la gran influencia
que han ejercido en nombre de las lecturas de Hegel, ellos se descansan en un cuádruple
malentendido. En primer lugar, eternidad lógica y temporalidad histórica aparecen allí
como estructuras pre-constituidas, que se dan, de alguna suerte, totalmente preparadas
por el pensamiento; Koyré y Kojève jamás se interrogan sobre la historia de estos conceptos ni sobre el proceso de su formación, en el sentido de la filosofía de Hegel. En segundo
lugar, estos análisis convocan otro pensamiento del tiempo que el de Hegel –el de Heidegger– para explicar el pensamiento hegeliano del tiempo. En efecto, la cuestión de una
“prevalencia” o de una “primacía” del porvenir no es una cuestión planteada por Hegel.
El tercer malentendido concierne a la comprensión del pensamiento heideggeriano mismo. En efecto, al afirmar que “el tiempo se temporiza prioritariamente hacia el porvenir”p
,
Heidegger no pretende realizar una simple inversión de los momentos del tiempo, privilegiando el porvenir. El tiempo tal como lo comprenden Koyré y Kojève permanece
solidario, en términos de Heidegger, de la comprensión vulgar del tiempo. Finalmente, y
esta es la cuarta reserva, al asimilar la conciencia al hombre, estos comentaristas hacen
sufrir, tanto a Hegel como a Heidegger, lo que Bernard Bourgeois justamente llama una
“reducción humanista” (Bourgeois 1991, 26) y “antropologista” de sus pensamientos.
Esto no impide que esta cuádruple desviación sea significativa por más de un motivo. Nos
reservaremos esta interpretación luego del examen de los rasgos relevantes de la lectura
heideggeriana de Hegel.
Las lecturas heideggerianas de Hegel: negatividad y negatividad
Llamadas
En principio, es conveniente recordar que el tiempo, en el pensamiento heideggeriano,
no aparece ya como un “medio homogéneo” en el que se desarrollan los acontecimientos, sino como estructura ex-táticaq
donadora de “horizonte”. Esta comprensión de la
temporalidad ya está virtualmente presente en filósofos como Aristóteles y Kant, quienes
realizan “avances” respecto del pensamiento del porvenir, caracterizado en Ser y tiempo,
como “liberación previa (vorgangige Freigabe)”r
. “Previo”, dice Heidegger, “en este sentido ontológico, se dice en latín a priori, en griego πρότερον τή θύει, (Arist., Metafísica
A, I) (…), ‘ser lo que ya era’, ‘lo que cada vez despliega ya previamente su ser’” (Heidegger 1997, 111, nota c)s
. Lo “previo” no es lo “pasado intemporalmente pasado” de la
esencia hegeliana, sino el recurso mismo de la temporalidad. El porvenir ya no es, pues,
un simple momento del tiempo, sino el dispositivo o articulación que permite al sujeto
relacionarse con antelación a lo que viene, u ocurre [arrive].El pensamiento kantiano tiene “la audacia” de afirmar la identidad de la subjetividad
y del tiempo: “El tiempo y el ‘yo pienso’ no se enfrentan ya, incompatibles y heterogéneos,
sino que son lo mismo. Kant, en virtud del radicalismo con el cual, en su fundamentación
de la metafísica, ha interpretado trascendentalmente, por primera vez, el tiempo y el ‘yo
pienso’ tomados por separado, los reunió en su identidad originaria” (Heidegger 1996,
163-64). Aquí, Heidegger tiene en vista el rol que la imaginación trascendental juega en
el seno de la originaria unidad sintética de la apercepciónt
, produciendo determinaciones a
priori del tiempo, permitiendo, así, la esquematización de categorías del pensamiento puro.
La imaginación abre al sujeto la perspectiva pura. Heidegger afirma: “Mantenerse
de antemano dentro de este margen libre y formarlo originariamente no es otra cosa
que la trascendencia” (Heidegger 1996, 67). El pensamiento heideggeriano de la prioridad del porvenir debe, precisamente, comprenderse a partir de esta problemática de
la trascendencia –movimiento de salir fuera de sí– y no como la orientación de la serie,
del orden del tiempo por uno de sus éxtasis que, de alguna suerte, obtendría la victoria
sobre los otros.
Hegel sin “horizonte”
¿Hegel, por su parte, ha pensado esta trascendencia? La respuesta de Heidegger es
doble. En efecto, en su obra propone dos tipos de lecturas de Hegel: Una interpreta el
hegelianismo como clausura del porvenir, provocada por el gesto del “adiós al tiempo”
(Ser y tiempo)
u
, la otra descubre en él un movimiento de auténtica temporalización (“El
concepto de experiencia de Hegel” en Caminos de bosque [1997]). Estas dos lecturas
hacen aparecer la división no dialectizada [clivage non dialectisé] que, según Heidegger,
existe en el corazón del pensamiento de Hegel. En su curso sobre la Fenomenología del
espíritu, Heidegger declara:
Ahora se nos da (…) a propósito una indicación referida a los momentos
temporales en el ‘ser’ de lo dispuesto para ser sabido de manera absolvente, ello se hace con el total convencimiento de que al obrar así vamos
más allá de Hegel y, a decir verdad, no simplemente en una dirección que
casualmente no dejó de convertírsele a él de manera propia en problema,
sino en una dirección que, una vez desbrozada, se dirige contra él (Heidegger 2008, 119).
t
Cf. Kant 2007, §16, B134. [N. del T.]
u En efecto, resultan de radical importancia: el §82 de Ser y tiempo (1997a, 441-49), el referido “El concepto
de experiencia de Hegel”, así como “La constitución onto-teo-lógica de la metafísica” (Heidegger 1988, 98-
157) y las clases de 1930-1931 (Semestre de invierno) reunidas bajo el título La fenomenología del espíritu de
Hegel (Heidegger 2008). Justamente, de este último –Hegels Phännomenologie des Geistes (Frankfurt: Klostermann, 1980), traducido al francés como La phénomenologie de l’esprit de Hegel–, Catherine Malabou, en la
Introducción de su L’avenir de Hegel: plasticité, temporalité, dialectique (Paris: Vrin, 1996), cita este importante
pasaje: “l’exposition hegelienne du concept veritable de l’être (…) avec sa mention du temps, n’est rien d’autre
qu’un adieu au temps comme chemin vers l’esprit qui est l’éternel”. [N. del TEn Ser y tiempo, Heidegger presenta la exposición enciclopédica del concepto de tiempo
como la radicalización de la comprensión vulgar del tiempo (“intra-temporeidad (Innerzeitigkeit)”). Heidegger muestra que, para Hegel, el tiempo “se presenta frente al espíritu
pura y simplemente como algo que esta-ahí (vorhanden)” (Heidegger 1997, 448). La
interpretación corriente, o vulgar, del tiempo, es solidaria del pensamiento tradicional de
la subjetividad que Hegel llevó a su cumplimiento, finalizando [achevant], así, la metafísica. El subjectum es la instancia que permite capturar [saisir] el ser de lo que está siendo,
según esta modalidad de la presencia que se ofrece inmediatamente a la mirada: la
Vorhandenheit, que caracteriza el estar inmediatamente disponible. El adjetivo vorhanden
tiene el sentido literal de “a la mano” [“sous la main”]. Ahora bien, en filosofía, el “sujeto”
que está determinado como sustrato, soporte, o cogito, siempre está conectado a esta
concepción del ser vorhanden, en la medida que es un acto de “estar-delante” [“poserdevant”]. En el curso de 1930, Heidegger dice: “Lo que Hegel denomina el ente y el ser,
nosotros lo designamos con las palabras lo ‘que está presente ante la mano’ (das ‘Vorhandene’) y su ‘estar presente ante la mano’ (‘Vorhandenheit’)” (Heidegger 2008, 65).
Ahora bien, en “El concepto de experiencia de Hegel”, Heidegger propone otra lectura de la subjetividad hegeliana. Comentando la frase de la Introducción de la Fenomenología del espíritu según la cual “lo absoluto está ya en sí y para sí con nosotros y quiere
estar con nosotros”, Heidegger declara: “Este estar-con-nosotros (parousia) es ya en sí la
manera en que la luz de la verdad, el propio absoluto, nos ilumina” (Heidegger 1997b,
123).7
La parousia, aquí, no es intemporalidad de la presencia a sí, sino apertura anterior
de un horizonte subjetivo de verdad, dicho de otra manera, de un porvenir. Heidegger,
en efecto, caracteriza la parousia como el “predominio (que) concierne [a] el venir-a-lapresencia en el desocultamiento” (Heidegger 1997b, 123), es decir, como posibilidad
misma del acontecimiento.
La estructura de la “liberación (Freigabe)” de los posibles, tiene la estructura de la
experiencia, prueba del aparecer del saber por la cual lo absoluto destina la conciencia.
La experiencia, en cuanto presentación del saber que aparece, es “el escepticismo que se
consuma”; “Con ello recuperamos el significado originario de la palabra skepsis”, prosigue Heidegger, “σχέψι̋ significa, el ver, el mirar, el observar, que inspecciona qué es lo
ente en cuanto ente y cómo es” (Heidegger 1997b, 142). La experiencia es la vista de lo
que adviene. Más aún, nótese esta afirmación decisiva: “Hegel no concibe la experiencia
dialécticamente, sino que piensa lo dialéctico a partir de la esencia de la experiencia”
(Heidegger 1997b, 169).
Heidegger no afirma aquí ni una sola vez que el tiempo de la experiencia sea el
de la naturaleza; aparece, más bien, en el sentido del camino de la conciencia en tanto
que está llamada, atraída, por la prueba de una diferencia que no es nada menos que
la del ser y el ente. La conciencia, dice en efecto Heidegger, “es la comparación entre
el saber óntico preontológico (saber de alguna cosa, su relativo a su objeto) y el saber ontológico (llamada del ser)” (Heidegger 1997b, 168). La significación del prefijo “dia”,
en la palabra “dialéctica” está, entonces, asignada completamente a la comprensión de
esta diferencia. Este prefijo designa la apertura de un espacio de juego donde se encuentra comprometida [engagée] la conciencia: “ella avanza siempre en un constante estar
a medio camino de aquí para allá que se desenvuelve entre la conciencia natural y la
ciencia” (Heidegger 1997b, 135). La conciencia hace experiencia de aquello que no se
deja presentar: el ser. En este entremedio, prueba la constante desaparición de sí, desaparición que justamente Heidegger denomina muerte de la conciencia natural, la cual
intenta explicar lo “ente a partir de lo ente”v
y se mantiene, así, sujeta a su objeto. Debido
a que está llamada, más allá de sí misma, en un “impulso irrefrenable” por lo absoluto
del saber que ve de entrada “el ser de lo ente”, la conciencia llega a liberarse del saber
relativo, es decir, de la relación con los objetos, mientras accede “a la libertad de su ser”
(Heidegger 1997b, 138)w
.
Por lo tanto, la parousia de lo absoluto es precisamente lo que libra –o absuelve– a
la conciencia de su exclusiva relación con lo Vorhandenheit. “Esta liberación (Selbstloslösung) de la autocerteza, que la desata de la relación objetual, es su absolvencia
(Absolvenz)”x
. Es claro que aquí Heidegger interpreta el movimiento de la conciencia
según su proximidad con el “ser-para-la-muerte”. Tal como el Dasein está comprometido
en una relación con su finitud, que orienta su existencia hacia el porvenir, la conciencia
aparece como un ente comprometido en el movimiento de la comprensión de su ser, e
impulsada, de este modo, por la “meta atrayente”y
que es su propia muerte. El porvenir
que aquí se promete no es en absoluto un simple “aún-no-presente”, sino la prueba de la
finitud en cuanto tal. En el curso de 1930 pregunta Heidegger: “¿Lo que Hegel expone en
la ‘Fenomenología del espíritu’ como la absolvencia es sólo la trascendencia encubierta,
es decir, la finitud?” (Heidegger 2008, 97).
¿De qué manera entender estas dos lecturas? Éstas tienden a demostrar la existencia, en la filosofía de Hegel, de dos comprensiones de la negatividad –por lo tanto, de
dos compresiones de la dialéctica– que no se dialectizarían. Heidegger distingue entre
una comprensión lógica y una comprensión ontológica de la negatividad. En la primera,
la negatividad está dada por adelantado, su proveniencia no es interrogada y su operación es puramente formal, tal como lo vemos estudiado en esta “absoluta negatividad”
que es el tiempo (Heidegger 1997a, 447).8
En la segunda, como lo hemos visto en el
texto de Caminos de bosque, la negatividad tiene lugar en la finitud originaria. Por lo tanto, Heidegger, a posteriori, ofrece el motivo ontológico que sostiene las interpretaciones
de Hyppolite, Koyré y Kojève. Lo que ellos analizan como una contradicción no resuelta
entre porvenir temporal y advenir lógico del saber absoluto, encuentra, en realidad, su
razón de ser en la comprensión hegeliana del ser mismo, que preside al doble destino de
la negatividad¿Cómo explicar la co-existencia de estas dos concepciones de la negatividad? Esta
coexistencia es inherente, según Heidegger, de manera evidente, no a una división [clivage] entre “tiempo humano” y sentido de la historia, sino a la determinación tradicional
de la dialéctica que jamás cuestiona su propia condición de posibilidad. En Ser y tiempo,
Heidegger pregunta:
¿Por qué toda dialéctica se refugia en la negación sin fundamentarla a
ella misma dialécticamente, e incluso sin poderla siquiera determinar como
problema? ¿Se ha problematizado siquiera alguna vez el origen ontológico
de la negatividad [Nichtheit] o buscado previamente las condiciones que
permiten plantear el problema del no y de su negatividad y posibilidad?
(Heidegger 1997a, 304).
Incluso, aunque ella esté en desarrollo hacia un pensamiento de lo absoluto como estructura de deliberación [délivrance], apertura de posibilidades y liberación [libération]
de las formas de desatadura [détachement], Hegel, al no haber respondido a la cuestión
de la proveniencia de la dialéctica, se mantiene sujeto [attaché] a una idea del ser “predecidido” y no puede llegar hasta el fondo de su propio gesto. La estructura misma de la
experiencia de la conciencia finita, termina por anularse dialécticamente en la presencia
a sí del espíritu. La filosofía de Hegel fundamentalmente se mantiene cautiva de lo que
Heidegger llama “la estructura onto-teológica de la metafísica”. Esta estructura –economía de la metafísica tradicional– es doble. Articula dos ejes, el primero que se podría
llamar “horizontal”, y el segundo “vertical”. El primero, es consideración [prise en vue]
de la comunidad de seres como entes presentes en el sentido que ha sido previsto más
arriba. Esta comunidad es en sí un ente, pero un ente que no puede estar presente en el
mundo: un ente supremo –Dios– a partir del cual es posible obtener la totalidad de los
otros entes. La filosofía de Hegel se mantiene tributaria de un ente dado, ya develado9
.
La dialéctica escindida
Que la solución buscada respecto de la cuestión del porvenir en Hegel pase por el reconocimiento, en el pensamiento de Hegel, de dos direcciones ontológicas o de una contradicción, y que esta solución recurra a otro pensamiento que el de Hegel para explicar
a Hegel mismo: en todos los casos, y cualquiera sea la diferencia de nivel ontológico que
separa estas interpretaciones, Hegel se ve alienado, y la dialéctica permanece impotente
frente a las figuras de la escisión que ella no puede asumir.
Sobre la base de estas consideraciones, y dispuestos a nombrar sus consecuencias,
incluso al precio de un neologismo, estimamos poder afirmar que los comentaristas de
Hegel transforman su dialéctica en una “esquizología” (del griego skizo: escindir, partir
[fendre], rasgar [déchirer]), lógica de oposiciones irreconciliables. El proceso dialéctico
no sería legible sino a la luz de su impensado: un discurso de la abertura [fente], o de la
división [clivage]. Una patología lógica (en la cual la Spaltung, o disociación, le toma el
paso a la Widerspruch, o contradicción) asediaría la dialéctica, impidiéndole así desarrollar sus propios recursos. Si la filosofía hegeliana moviliza dos comprensiones de la negatividad que de hecho son irreconciliables, hace falta, entonces, recurrir a una concepciónno dialéctica de la dialéctica para descifrar el proceso dialéctico y reconocer en ella, como
su paradójica condición de inteligibilidad, una escisión (disociación o cisma) irreductible.
En los citados comentaristas, la “esquizología” de Hegel se explica de diversas maneras: a) como resultado de un fracaso o impotencia para sacar a relucir el origen ontológico de la negatividad; b) como contradicción interna del sistema –“esquizología”
estructural; c) como enfermedad lógica evolutiva –“esquizología” diacrónica: el joven
Hegel siendo “más flexible”, “menos rígido” que el último. Así, por ejemplo, Koyré nota
un progresivo endurecimiento del pensamiento hegeliano, que se puede advertir en la
evolución que conduce desde sus textos de Jena a la Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Él insiste en el “hiato” o la “rotura” (Koyré 1971, 153) (estos términos, aquí, son
particularmente elocuentes) que existe entre estos textos:
[...] de hecho, ¿qué encontramos en la Enciclopedia en lugar de análisis y descripciones, tan profundas como ricas (de los textos de juventud)? Casi nada:
Una frase sobre Chronos, otra sobre la necesidad de no separar la eternidad
y el tiempo. Y tan curiosa doctrina de la prevalencia del porvenir sobre el pasado, está condensada en el orden en el cual Hegel enumera los momentos o
dimensiones del tiempo: ahora, porvenir, pasado (Koyré 1971, 187).
A partir del momento en que el porvenir entra en orden, ya no hay pensamiento del porvenir en Hegel.
Esta exploración de lecturas sobre Hegel se concluye dando a la conclusión misma
la forma de una disociación o de un “esquizo”. ¿Qué hay que pensar de estas lecturas?
¿Enuncian algo como una “profunda verdad” del hegelianismo exhibiendo su impensado
–tan cerca de una esquizofrenia conceptual– u obedecen, en realidad, sin gobernar ni controlarla, a otra preocupación que la lectura de Hegel sensu stricto, a una preocupación de
resistencia de la dialéctica? ¿No se orientan ellas hacia el descubrimiento de una economía no-hegeliana de la negatividad, economía que Jacques Derrida caracteriza como double bind, o doble inyunciónz
: “una contradictoria exigencia doble, una exigencia doble a
la cual solamente se puede acceder denegándola”? El double bind es una “sentencia” que
afirma, o más bien produce, instituye, una ley cuya estructura misma te pone
en la posición de transgredida fatalmente (…) De ahí la infinita violencia
de lo que en sentido estricto puede llamarse un ‘doble mensaje’, una doble
obligación, una doble petición. La disyunción no permite aplazamiento, no
permite la esperanza de la reconciliación (Derrida 2003, 117-18).
¿Habríamos, pues, a la luz de estos análisis, separar a Hegel, someterlo al double bind
para pensar su porvenir? ¿Escindir la dialéctica para preguntar qué tiempo hay en ella?
O bien, al contrario, ¿hace falta postular que la lógica de lo doble, propia a la dialéctica
y perfectamente asumida por ella, la atraviesa y economiza sin rasgarla? Es esta doble
cuestión, que forma y no forma una doble demanda, la que debe intentar sino decidir al
menos instalar rigurosamente toda investigación actual sobre la posteridad, el porvenir, la
chance de la filosofía hegeliana.Bibliografía
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z
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