Chile: la historia oficial; por Fernando Mires
Por Fernando Mires
| 6 de Enero, 2012
Como
en películas de gángsteres, cuando un asesino intenta borrar huellas
del crimen falsificando documentos que lo podrían involucrar, han
procedido personeros del ministerio de Educación chileno con respecto a
ese pasado inmediato del cual muchos de ellos provienen, sino física,
por lo menos ideológicamente.
Mientras la noticia recorre el mundo
frente a ese procedimiento tan aberrante como ha sido el de borrar la
palabra “dictadura” de los textos de estudio y reemplazarla por el
inofensivo término “régimen militar”, algunos de ellos han declarado
–mostrando así que la excusa puede ser en algunos casos peor que la
ofensa- que se trata de “un tema sin importancia”.
¿Todavía no se dan cuenta, desdichados,
que la de Pinochet fue una de las más monstruosas dictaduras habidas en
suelo latinoamericano? ¿Cuántas veces habrá que repetir como durante el
mandato del degenerado dictador no sólo hubo subordinación de los
poderes públicos al ejecutivo -lo que de por sí bastaría para usar la
palabra dictadura- sino que allí tuvieron lugar las torturas más
horripilantes que pueda concebir la mente humana? ¿Cómo explicarán a
nietos y bisnietos de los cientos de mujeres violadas, de padres y
madres desaparecidos, a las víctimas de tantos dolores y traumas, que en
el Chile de Pinochet no hubo dictadura sino un simple “régimen
militar”?
La noticia recorre el mundo y desde la
capitanía general, como suele ocurrir, no se enteran del escándalo.
Razón por la cual uno se pregunta si el ministro Harald Beyer vive en
otro planeta. “Yo reconozco que fue un gobierno dictatorial” –adujo-
pero “se” usa el término más general que es régimen militar” ¿Quién será
ese “se”, ministro? ¿Usted, su familia, sus compadres? No obstante hay
declaraciones peores que las del ministro: Loreto Fontaine del
Ministerio de Educación afirma: “puede haber distintos puntos de vista y
experiencias sobre ese periodo”. Evidente, Sra. Loreto, puede haberlas.
La experiencia vivida por el torturador no es la misma que la del
torturado, ni la del violador la misma que la de la mujer violada. El
problema es cual experiencia va a pasar a la historia: ¿o las dos tienen
para usted el mismo significado?
¿No se da cuenta distinguida dama,
adonde nos puede llevar su pluralista idea de aceptar todas las
interpretaciones posibles en los textos escolares? ¿Se imagina que en
lugar de referirnos a la dictadura de Hitler dijéramos “régimen ario”,
de la de Stalin “régimen industrial de estado”, de la de Franco “régimen
autoritario-católico”, de las que regían en Europa del Este
“democracias populares” (así se designaban a sí mismas) de la de Corea
del Norte, “régimen filial” y de la de Cuba “régimen hermanal”?
Hay, además, otras interpretaciones de
antología: Osvaldo Andrade, Presidente del Partido Socialista, afirma:
“Eso es dictadura, le pongan el nombre que le pongan”.
Nadie está pidiendo, por supuesto, que
Andrade conozca la semiótica de Saussure o el Tractatus de Wittgenstein.
Pero a estas alturas de la vida todo el mundo sabe que las palabras no
sólo designan, además construyen la realidad. Debido a esa razón la
destrucción de la realidad pasa por la desrealización de las palabras.
No es verdad entonces que las cosas son iguales cuando les cambian su
nombre. Todo lo contrario: con el cambio de los nombres cambian las
cosas. Si al Partido Socialista de Andrade le cambiáramos el nombre por
el de Partido Surrealista –es un ejemplo- todo el mundo lo conocería
como surrealista y no como socialista. Lo mismo pasa con la palabra
dictadura, Andrade. Si la cambiamos por la palabra “régimen”, la
dictadura de Pinochet será conocida como “régimen” y no como dictadura
Es cierto, reconozco, en la vida
cotidiana no usamos siempre el término exacto para designar
acontecimientos cuya sola mención podría despertar discordancias o
avivar odios reprimidos. En España, por ejemplo, cuando se reúnen las
familias, la gente en lugar de nombrar la dictadura de Franco suele
decir, “durante Franco”: En Alemania, en lugar de la dictadura nazi se
usa la expresión “en tiempos de guerra”, y así sucesivamente. En estos
casos no se trata de mentiras sino de verdades a medias (o verdades
secundarias) las que, al ser verdaderas, cumplen la función de ocultar
la parte más verdadera de la verdad. Pero en el caso chileno no estamos
hablando de una convivencia cotidiana en la cual muchos podríamos decir
“durante Pinochet”. Estamos hablando de textos oficiales de estudio, es
decir, estamos hablando de letra escrita –inamovible- impresa en libros
de educación, escritura cuya función es pre-escribir en las mentes de
los niños
Recordemos que en el país totalitario
que nos describió la novela 1994 de George Orwell, la verdad era
sustituida por una mentira (democracia popular en lugar de dictadura
comunista es en ese sentido un clásico término “orwelliano”) Sin
embargo, el post-pinochetismo ha dado un paso más allá de Orwell. En
lugar de cambiar las verdades por mentiras, es cambiada la parte
principal de la verdad por su parte secundaria o, lo que es peor: es
cambiado el sujeto por el predicado. ¿Quién puede negar que una
dictadura (sujeto) es un régimen militar (predicado)? Esa es la trampa,
la ignominiosa trampa chilena.
Suele decirse que la historia la hacen
los vencedores, lo que no es tan cierto. La historia la hacen los
historiadores y no todos son vencedores. Pero en Chile no la están
haciendo ni vencedores ni perdedores sino un hato de sinvergüenzas y
patanes quienes –sabe uno por qué descuidos- han tenido acceso a los
textos de educación oficial de la nación. Hay que sacarlos lo más pronto
de ahí, cambien o no cambien el eufemismo “régimen militar”. Le
educación no puede ser un lugar para negocios, trampas y juegos sucios.
Fernando Mires
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