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Traducido del francés para Rebelión por Caty R. |
2001-2011: El decenio que marca el final de cinco siglos de hegemonía occidental absoluta sobre el resto del planeta
Portada de la revista estadounidense Time Magazine del 22 de agosto de 2011, un mes marcado por las revueltas del Reino Unido, la crisis de la deuda europea, el hundimiento atlantista en Libia, la rebaja de la calificación económica de Estados Unidos y la masacre de Oslo.
El comandante Massud, Rafic Hariri, Benazir Bhutto, Hosni Mubarak, Zine el Abidine Ben Alí: La decapitación de los principales pivotes de la influencia occidental en tierras del Islam.
Diez años después de su lanzamiento a bombo y platillo, «la estrategia de la conmoción y el pavor» (1) desembocó en un paisaje devastado, tanto para los países atacados como para los atacantes. El balance de pérdidas occidentales en Afganistán e Irak se elevaba en agosto de 2011, según «una estimación extremadamente prudente, a 225.000 muertos y alrededor de 365.000 heridos».
Según ese estudio, realizado por los profesores Neta Crawford y Catherine Lutz en la primavera de 2011, por cuenta de la Universidad Brown , el número de soldados muertos se cifra en 31.741: unos 6.000 estadounidenses, 1.200 aliados, 9.900 iraquíes, 8.800 afganos, 3.500 paquistaníes y 2.300 miembros de empresas militares privadas, lo que ha convertido a esta guerra en la más mortífera para Estados Unidos después de la guerra de Vietnam, y sin duda la más cara desde la Segunda Guerra Mundial (2).
El coste total de las guerras de Estados Unidos en Afganistán, Irak y Pakistán habría costado la astronómica suma de 3,7 billones de dólares. Sólo Irak habría costado al presupuesto estadounidense un billón de dólares. Esa cifra no incluye el mantenimiento de los 90.000 soldados estadounidenses emplazados en la zona durante el período de transición. Ni corea ni Vietnam costaron tanto, a pesar de que la guerra de Vietnam (1960-1975) duró quince años y el cuerpo expedicionario estadounidense se elevaba a 500.000 soldados (3).
Las guerras estadounidenses desde el 11 de septiembre de 2001 han costado más que la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), la más cara hasta ahora (2 billones de dólares, 1,5 billones de euros). A lo que hay que añadir los sustanciales daños colaterales de 200.000 civiles iraquíes muertos, casi un millón de heridos y tres millones de desplazados.
La debilidad del mundo árabe frente a la geoestrategia tectónica impulsada por los atentados antiestadounidenses del 11 de septiembre de 2001 y la subsiguiente colisión frontal en Afganistán e Irak contra los dos principales focos de percusión de la estrategia regional del eje saudí-estadounidense en la esfera árabe musulmana, transformó el liderazgo tradicional árabe. Propulsó al firmamento de la iconografía internacional a Osama bin Laden, el líder de Al-Qaida, la organización clandestina transnacional, la chispa del cambio; a su compañero el mulá Omar al que nunca faltó carburante, el motero más famoso de la historia de la humanidad a pesar de su hándicap visual; así como al dignatario chií libanés Hasan Nasralá, el líder de Hizbulá, al igual que su émulo iraquí Moqtada Sdar, único dirigente de Irak dotado de una triple marca de legitimidad: espiritual, nacionalista y popular; el único dirigente iraquí de envergadura nacional que nunca ha transigido respecto a sus principios y mucho menos ha pactado con los que considera que son sus «enemigos», al contrario que las demás facciones iraquíes.
A la vista de esta hecatombe, lo que ahora debería atormentar a Estados Unidos no es tanto el fantasma de Vietnam como la amenaza de una suerte idéntica a la del imperio de Alejandro Magno, que acabó enterrado en Mesopotamia. La víspera de la intervención estadounidense en Irak George W. Bush, recuperando los viejos hábitos de los cowboys estadounidenses, publicó una baraja de 52 cartas con los retratos de los 52 dirigentes iraquíes más buscados por sus servicios de inteligencia. Ebrio de victoria y orgulloso de su captura, Bush no prestó atención al hecho de que ese juego de cartas ya se estaba jugando a la contra y el retrato planeaba sobre los protagonistas estadounidenses de la guerra.
La guerra anglo-estadounidense contra Irak ha provocado la destrucción de uno de los pocos Estados laicos del mundo árabe, Irak, y el dúo diplomático franco-estadounidense sobre Líbano, la vacante del poder presidencial del único país árabe dirigido por un presidente cristiano. Un precedente de graves consecuencias para el futuro.
El gran organizador de ese «caos constructivo», George Bush ya es, de forma precoz, objeto de investigación en las academias diplomáticas y militares como el contraejemplo perfecto de gobernante, y es seguro que conseguirá el poco envidiable título de «peor presidente de la historia de Estados Unidos» perseguido en el imaginario mundial por el periodista iraquí Muntazar al Zayédi, el más famoso lanzador de zapatos de la historia de la humanidad, el Espartaco de los tiempos modernos.
Por su parte Jacques Chirac, opositor de la guerra de Irak pero alineado a la aventura estadounidense de Líbano, ya está disfrutando de un cómodo, pero no apacible, retiro en la insegura residencia de su benefactor libanés. El expresidente francés que amenazaba con los rayos de la justicia internacional a los asesinos de su amigo multimillonario está, a su vez, en una situación delicada ante la justicia de su propio país por negocios que le han proporcionado beneficios ilícitos por responsabilidades ficticias sobre trabajos ficticios sin embargo financiados con el dinero, muy real, del contribuyente francés.
El «gran juego» de Afganistán para un «Gran Oriente Medio» ha resultado calamitoso para sus iniciadores al erradicar a los principales pivotes de la influencia occidental en tierras del Islam: el comandante Massud Shah, el León de Oanshir, en Afganistán; los dos antiguos ministros Rafic Hariri y Benazir Bhutto, el suní libanés en 2005 y la chií paquistaní en 2007, dos personalidades situadas en los extremos del eje que serviría de palanca al advenimiento del «Gran Oriente Medio», ambos eliminados de la misma forma en sendos atentados, víctimas mayores del disyuntivo discurso occidental. Peor, además en Líbano, zona de liberación de la presión estadounidense sobre Irak, a la desaparición de Rafic Hariri siguió la decapitación de sus principales patrocinadores mediáticos en el escenario occidental, el director del periódico An Nahar, Gébrane Tueni, y el periodista Samir Kassir. Un despedazamiento del que no habría sido capaz el asesino en serie más metódico. Un resultado realmente impresionante.
Subyace en este epílogo el problema principal del desajuste de la percepción de Occidente con respecto a la realidad oriental, en particular la visión de los intelectuales occidentales sobre Benazir Bhuto, así como sobre el comandante Massud Shah o Rafic Hariri, que conduce directamente a hablar de psicoanálisis. Benazir es para ellos, clínicamente, un fantasma exótico total: La bella sultana desvelada, la antiburka, la jefa del harén, políticamente hablando. Los intelectuales occidentales han desarrollado con respecto a ella una especie de «discurso sobre la servidumbre voluntaria».
Heredera de una dinastía política cuyo destino trágico sin duda es único en el mundo con cuatro personalidades asesinadas, entre ellas dos ex Primeros Ministros, récord mundial absoluto de todos los tiempos, esta mujer glamourosa de una gran modernidad, que más que impulsar una dinámica de cambio democrático en su país se presenta como ejemplo de la lucha de la liberación de la mujer en el tercer mundo árabe musulmán, cayó en el conformismo de una gestión burocrática deudora de las sociedades patriarcales y sus métodos más rancios usando y abusando de su poder con desprecio de los principios más elementales de la sagacidad política.
Un cambio idéntico se produjo en el caso del comandante Massud Shah, muerto en un atentado la víspera de los ataques a Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001. Massud, únicamente apreciado por los franceses entre los cuales los intelectuales de renombre consideraban un honor haberse entrevistado con él, incluso aunque el encuentro fuera virtual y solo estuviera en la imaginación del que contaba la entrevista. Alumno del liceo francés de Kabul, se considera que Massud benefició con su ilustración a los servicios franceses en el laberinto afgano. Fuera de Francia ha sido casi un desconocido durante mucho tiempo. A su muerte le erigieron mártir de la libertad, lo mismo que a Rafic Hariri en Líbano a pesar de que fue uno de los principales proveedores de fondos de las guerras entre las facciones libanesas.
El tropismo occidental respecto al Islam desemboca en el hecho de que cada notable intelectual dispone de su «minoría protegida»: El filósofo André Glucksman de los chechenos, aunque su nuevo amigo el presidente Nicolás Sarkozy se haya convertido en el mejor amigo occidental del presidente ruso Vladimir Putin; Bernard Henry Lévy se ocupa de Darfur, aunque su empresa familiar esté señalada como implicada en la deforestación del bosque africano; y Bernard Kouchner tiene a los kurdos, colaboracionistas de los estadounidenses en la invasión de Irak. Es como si estos notables pretendieran compensar su hostilidad hacia las pretensiones árabes, especialmente las palestinas, dando su apoyo al Islam periférico.
Víctima de un daño consecuente como resultado del vuelco hacia Estados Unidos de su amigo francés, la eliminación de Rafic Hariri en febrero de 2005 (4), sobrevino el mismo año del deceso de su protector, el rey Fahd de Arabia Saudí, muerto seis meses después en agosto de 2005, en el mismo mes en que Mohamed Ahmadineyad, el representante del ala dura del régimen islámico, fue elegido presidente de la República de Irán. El anuncio del final de la misión de combate del ejército estadounidense en Irak, el 21 de agosto de 2010, tuvo lugar el día que se puso en marcha la central nuclear iraní de Boucher. Una de esas coincidencias desafortunadas que resuenan como victorias para sus beneficiarios
Remate final, el mundo árabe, una de las principales víctimas colaterales de la instrumentalización del Islam como arma de combate político contra el bloque soviético, uno de los principales contribuyentes a la liberación de Europa del yugo nazi y sin embargo el principal perdedor de su apuesta por Estados Unidos, en una palabra el principal damnificado del juego, llevará a cabo un sobresalto emancipador: En 2011, con ocasión del décimo aniversario del 11 de septiembre, se liberará de las figuras emblemáticas de de la sumisión al orden israelí-estadounidense, el egipcio Hosni Mubarak y el tunecino Zine el Abdine Ben Alí, mientras la protesta se extendía por una decena de países árabes, en particular Siria, Libia, Yemen y Barhéin pero sin afectar, curiosamente, a Arabia Saudí que sin embargo es uno de los principales responsables de este caos.
Después de diez años de acoso Osama bin Laden fue eliminado en una espectacular incursión estadounidense en Pakistán, el 2 de mayo de 2001, igual que su sucesor en Yemen, Anual Al Awlaki, mientras Estados Unidos se apoderaba de forma permanente del petróleo de Irak desplazando a su aliado francés. Pero los lugartenientes del líder de Al-Qaida están diseminados por todo el perímetro del Islam, en Irak y Yemen -los dos antiguos pivotes estratégicos de Arabia Saudí-, en Somalia, en el Sahel, perseguidos con más o menos éxito por el Comando de Operaciones Especiales (SOCOM) desplegado en casi 120 países, con los costes financieros inherentes.
Con un presupuesto de 9.800 millones de dólares, el SOCOM cuenta con una plantilla de 65.000 miembros de los que el 85% están desplegados en los veinte países del CENTCOM, cubriendo el «Gran Oriente Medio», de Afganistán a Marruecos: Afganistán, Arabia Saudí, Barhéin, Egipto, Emiratos Árabes unidos, Irán, Irak, Jordania, Kazakstán, Kuwait, Kirguizistán, Líbano, Omán, Pakistán, Catar, Siria, Tadjikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Yemen. El resto de los efectivos está desplegado en América Latina y en el sur y sudeste asiáticos.
Además, la pérdida de 25.000 millones de capitalización bursátil durante la crisis bancaria de 2008 por culpa de los fondos especulativos gestionados por individuos sin escrúpulos al estilo de Robert Madoff –sin embargo una personalidad del establishment estadounidense-, hecho único en los anales de la economía, tres años después, en 2011, al favorecer el auge de los fondos soberanos del sur, especialmente China en el papel de árbitro, ha fragilizado considerablemente las economías occidentales en una posición más defensiva que la de China, que maneja la estrategia del yuan dirigiéndose a instaurar una nueva moneda internacional de referencia distinta del dólar, ha conseguido llegar a África soslayando a Europa y suplantándola, sin disparar un tiro, en su antiguo coto privado (5).
Ciertamente cuarenta y dos años de cooperación estratégica con Estados Unidos han desembocado en la judaización casi completa de Jerusalén, en la colonización casi completa de Palestina, en la implosión de Irak y la pérdida del poder suní en Bagdad, el desmembramiento de Sudán por la escisión de un enclave pro israelí en la desembocadura del Nilo y en la implosión de Libia sin que a pesar de todo Arabia Saudí cuestione su colaboración con el Gran Protector de Israel, el avalista de todos sus privilegios.
Y el mejor aliado de los países occidentales contra el nacionalismo árabe y su socio fundamental en la implosión de la Unión Soviética por medio de la guerra de Afganistán, paradójicamente es el más estigmatizado, en la persona del hijo pequeño de uno de los fundadores de los Hermanos Musulmanes, Tariq Ramadán, por parte de los intelectuales más pro estadounidenses del escenario europeo, como demuestran las imprecaciones casi diarias de santa Catherine Fourest contra el «Hermano Tariq».
Pero el invierno de 2011 floreció en una dulce «primavera árabe» y parió un verano letal para el campo occidental.
La primera «contraprestación» mayor de la Alianza Atlántica en una operación dirigida contra un país del conjunto árabe-africano, el estancamiento de la OTAN en Libia, se superpone a la perversión del levantamiento libio en un régimen cripto-islamista, a la matanza xenófoba de Oslo en julio de 2011, a la represión policial de los disturbios del Reino Unido de agosto de 2011, a la crisis de la deuda europea sancionada con la salida de tres Primeros Ministros de la Eurozona : Georges Papandreu (Grecia), Silvio Berlusconi (Italia) y José Luis Zapatero (España), han llevado a la caducidad el papel de director moral de los países occidentales en la denuncia de las protestas populares en Damasco, Teherán, Pekín y otros lugares.
La ofensiva de las petromonarquías del Golfo contra el flujo contestarlo árabe, así como la instrumentalización del Tribunal Especial para Líbano en relación con el asesinato de Rafic Hariri, han permitido la desestabilización de Siria, eslabón esencial del engranaje regional antioccidental, en una guerra de sustitución contra Irán. Pero no han impedido que la República Islámica , sometida a un embargo desde hace treinta años, haya accedido a la categoría de «potencia en umbral nuclear» ni que Estados Unidos se haya visto obligado a retirarse de Irak.
El veto de Estados Unidos respecto a la admisión de palestina en la ONU y su claudicación frente al congelamiento de la colonización rampante de Palestina, se superpone con el efecto acumulativo y corrosivo de la alianza contra natura entre Israel y la extrema derecha europea, materializada sintomáticamente por la masacre de Oslo, sellando la impostura moral de la alianza de los descendientes de las víctimas del genocidio hitleriano con los herederos espirituales de sus antiguos verdugos, al tiempo que marca el fracaso moral de Occidente y el final de los cinco siglos de hegemonía occidental absoluta sobre el resto del planeta.
Un exalcohólico [George W. Bush, N. de T.] reconvertido al mesianismo evangélico, «born again», jugando al ángel purificador con el riesgo de extraviar a su país y jugarse el estatuto de primera potencia planetaria de todos los tiempos; un militar impetuoso borracho de ruido y furia, un «borderline» pantagruélico caído en estado «vegetal» [Ariel Sharon, N. de T.]; el presidente de un país [Jacques Chirac, N. de T.] que prescribe el orden moral, convertido en «okupa» de lujo, pensionista póstumo de su amigo asesinado… (6)
Salvo para desesperar a su propio campo no se podría haber soñado un trío más idóneo para la irradiación de la democracia, la defensa del denominado «mundo libre» y la supervivencia de sus propios protegidos en todo el mundo.
Bis repetita placent: Deberíamos revisar a nuestros clásicos «No debemos cruzar el Éufrates. Más allá del Éufrates es el dominio de los aventureros y los bandidos» (El Testamento de Augusto)
Notas:
(1) Doctrina de la guerra postsoviética formulada por Harlan Ullman y James Wade en 1996, por cuenta de la Defensa Nacional de Estados Unidos, «Conmoción y pavor» es una doctrina militar que se basa en utilizar una fuerza aplastante y espectaculares manifestaciones de fuerza para paralizar al adversario y anular su voluntad de luchar.
(2) Los civiles pagan el precio más caro: 172.000 muertos (125.000 iraquíes, 35.000 paquistaníes y 12.000 afganos). En cambio los investigadores sólo cuentan entre 20.000 y 51.000 el número de insurgentes eliminados. Por otra parte unos 168 periodistas y 266 trabajadores humanitarios han muerto desde que Estados Unidos entró en esos países con su «guerra contra el terrorismo».
Esos conflictos han producido un flujo masivo de refugiados y desplazados de más de 7,8 millones de personas, sobre todo de Irak y Afganistán. Según la web independiente icasualties.org, así como antiwar.org, el saldo de pérdidas en Irak y Afganistán se elevaba el 16 de agosto de 2011 a 7.453 muertos, de ellos 74 soldados franceses en Afganistán. A eso se añade la cifra de 430 suicidios entre los militares en activo, según el «Departamento de Asuntos de los Veteranos».
(3) «The Price of Liberty: Paying for Amenica’s Wars» (El precio de la libertad, el coste de las guerras estadounidenses), de Robert Hormats, alto responsable del banco de negocios Goldman Sachs.
(4) «La stratégie chinoise du yuan ruine les finances en Occident» (La estrategia china del yuan arruina las finanzas en Occidente), de Antoine Brunet, Le Monde, 8 de agosto de 2011.
(5) Sobre la estrategia financiera de China, ver: «Geoeconomía mundial, un cambio estratégico», René naba, 15 de octubre de 2008.
(6) Para un estudio documentado sobre ese período, leer: http://www.renenaba.com/hariri-de-pere-en-fils-hommes-d-affaires-premiers-ministres/, René Naba, Harmattan, 2011.
Sobre la reversión de la política francesa con respecto a Estados Unidos tras las diferencias respeto a Irak, leer de Richard Labévière Le Grand retournement Bagdad Beyrouth, Seuil, octubre 2006.
Primera parte: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142272
Fuente original: http://www.renenaba.com/le-testament-d-auguste-2/
Portada de la revista estadounidense Time Magazine del 22 de agosto de 2011, un mes marcado por las revueltas del Reino Unido, la crisis de la deuda europea, el hundimiento atlantista en Libia, la rebaja de la calificación económica de Estados Unidos y la masacre de Oslo.
El comandante Massud, Rafic Hariri, Benazir Bhutto, Hosni Mubarak, Zine el Abidine Ben Alí: La decapitación de los principales pivotes de la influencia occidental en tierras del Islam.
Diez años después de su lanzamiento a bombo y platillo, «la estrategia de la conmoción y el pavor» (1) desembocó en un paisaje devastado, tanto para los países atacados como para los atacantes. El balance de pérdidas occidentales en Afganistán e Irak se elevaba en agosto de 2011, según «una estimación extremadamente prudente, a 225.000 muertos y alrededor de 365.000 heridos».
Según ese estudio, realizado por los profesores Neta Crawford y Catherine Lutz en la primavera de 2011, por cuenta de la Universidad Brown , el número de soldados muertos se cifra en 31.741: unos 6.000 estadounidenses, 1.200 aliados, 9.900 iraquíes, 8.800 afganos, 3.500 paquistaníes y 2.300 miembros de empresas militares privadas, lo que ha convertido a esta guerra en la más mortífera para Estados Unidos después de la guerra de Vietnam, y sin duda la más cara desde la Segunda Guerra Mundial (2).
El coste total de las guerras de Estados Unidos en Afganistán, Irak y Pakistán habría costado la astronómica suma de 3,7 billones de dólares. Sólo Irak habría costado al presupuesto estadounidense un billón de dólares. Esa cifra no incluye el mantenimiento de los 90.000 soldados estadounidenses emplazados en la zona durante el período de transición. Ni corea ni Vietnam costaron tanto, a pesar de que la guerra de Vietnam (1960-1975) duró quince años y el cuerpo expedicionario estadounidense se elevaba a 500.000 soldados (3).
Las guerras estadounidenses desde el 11 de septiembre de 2001 han costado más que la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), la más cara hasta ahora (2 billones de dólares, 1,5 billones de euros). A lo que hay que añadir los sustanciales daños colaterales de 200.000 civiles iraquíes muertos, casi un millón de heridos y tres millones de desplazados.
La debilidad del mundo árabe frente a la geoestrategia tectónica impulsada por los atentados antiestadounidenses del 11 de septiembre de 2001 y la subsiguiente colisión frontal en Afganistán e Irak contra los dos principales focos de percusión de la estrategia regional del eje saudí-estadounidense en la esfera árabe musulmana, transformó el liderazgo tradicional árabe. Propulsó al firmamento de la iconografía internacional a Osama bin Laden, el líder de Al-Qaida, la organización clandestina transnacional, la chispa del cambio; a su compañero el mulá Omar al que nunca faltó carburante, el motero más famoso de la historia de la humanidad a pesar de su hándicap visual; así como al dignatario chií libanés Hasan Nasralá, el líder de Hizbulá, al igual que su émulo iraquí Moqtada Sdar, único dirigente de Irak dotado de una triple marca de legitimidad: espiritual, nacionalista y popular; el único dirigente iraquí de envergadura nacional que nunca ha transigido respecto a sus principios y mucho menos ha pactado con los que considera que son sus «enemigos», al contrario que las demás facciones iraquíes.
A la vista de esta hecatombe, lo que ahora debería atormentar a Estados Unidos no es tanto el fantasma de Vietnam como la amenaza de una suerte idéntica a la del imperio de Alejandro Magno, que acabó enterrado en Mesopotamia. La víspera de la intervención estadounidense en Irak George W. Bush, recuperando los viejos hábitos de los cowboys estadounidenses, publicó una baraja de 52 cartas con los retratos de los 52 dirigentes iraquíes más buscados por sus servicios de inteligencia. Ebrio de victoria y orgulloso de su captura, Bush no prestó atención al hecho de que ese juego de cartas ya se estaba jugando a la contra y el retrato planeaba sobre los protagonistas estadounidenses de la guerra.
La guerra anglo-estadounidense contra Irak ha provocado la destrucción de uno de los pocos Estados laicos del mundo árabe, Irak, y el dúo diplomático franco-estadounidense sobre Líbano, la vacante del poder presidencial del único país árabe dirigido por un presidente cristiano. Un precedente de graves consecuencias para el futuro.
El gran organizador de ese «caos constructivo», George Bush ya es, de forma precoz, objeto de investigación en las academias diplomáticas y militares como el contraejemplo perfecto de gobernante, y es seguro que conseguirá el poco envidiable título de «peor presidente de la historia de Estados Unidos» perseguido en el imaginario mundial por el periodista iraquí Muntazar al Zayédi, el más famoso lanzador de zapatos de la historia de la humanidad, el Espartaco de los tiempos modernos.
Por su parte Jacques Chirac, opositor de la guerra de Irak pero alineado a la aventura estadounidense de Líbano, ya está disfrutando de un cómodo, pero no apacible, retiro en la insegura residencia de su benefactor libanés. El expresidente francés que amenazaba con los rayos de la justicia internacional a los asesinos de su amigo multimillonario está, a su vez, en una situación delicada ante la justicia de su propio país por negocios que le han proporcionado beneficios ilícitos por responsabilidades ficticias sobre trabajos ficticios sin embargo financiados con el dinero, muy real, del contribuyente francés.
El «gran juego» de Afganistán para un «Gran Oriente Medio» ha resultado calamitoso para sus iniciadores al erradicar a los principales pivotes de la influencia occidental en tierras del Islam: el comandante Massud Shah, el León de Oanshir, en Afganistán; los dos antiguos ministros Rafic Hariri y Benazir Bhutto, el suní libanés en 2005 y la chií paquistaní en 2007, dos personalidades situadas en los extremos del eje que serviría de palanca al advenimiento del «Gran Oriente Medio», ambos eliminados de la misma forma en sendos atentados, víctimas mayores del disyuntivo discurso occidental. Peor, además en Líbano, zona de liberación de la presión estadounidense sobre Irak, a la desaparición de Rafic Hariri siguió la decapitación de sus principales patrocinadores mediáticos en el escenario occidental, el director del periódico An Nahar, Gébrane Tueni, y el periodista Samir Kassir. Un despedazamiento del que no habría sido capaz el asesino en serie más metódico. Un resultado realmente impresionante.
Subyace en este epílogo el problema principal del desajuste de la percepción de Occidente con respecto a la realidad oriental, en particular la visión de los intelectuales occidentales sobre Benazir Bhuto, así como sobre el comandante Massud Shah o Rafic Hariri, que conduce directamente a hablar de psicoanálisis. Benazir es para ellos, clínicamente, un fantasma exótico total: La bella sultana desvelada, la antiburka, la jefa del harén, políticamente hablando. Los intelectuales occidentales han desarrollado con respecto a ella una especie de «discurso sobre la servidumbre voluntaria».
Heredera de una dinastía política cuyo destino trágico sin duda es único en el mundo con cuatro personalidades asesinadas, entre ellas dos ex Primeros Ministros, récord mundial absoluto de todos los tiempos, esta mujer glamourosa de una gran modernidad, que más que impulsar una dinámica de cambio democrático en su país se presenta como ejemplo de la lucha de la liberación de la mujer en el tercer mundo árabe musulmán, cayó en el conformismo de una gestión burocrática deudora de las sociedades patriarcales y sus métodos más rancios usando y abusando de su poder con desprecio de los principios más elementales de la sagacidad política.
Un cambio idéntico se produjo en el caso del comandante Massud Shah, muerto en un atentado la víspera de los ataques a Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001. Massud, únicamente apreciado por los franceses entre los cuales los intelectuales de renombre consideraban un honor haberse entrevistado con él, incluso aunque el encuentro fuera virtual y solo estuviera en la imaginación del que contaba la entrevista. Alumno del liceo francés de Kabul, se considera que Massud benefició con su ilustración a los servicios franceses en el laberinto afgano. Fuera de Francia ha sido casi un desconocido durante mucho tiempo. A su muerte le erigieron mártir de la libertad, lo mismo que a Rafic Hariri en Líbano a pesar de que fue uno de los principales proveedores de fondos de las guerras entre las facciones libanesas.
El tropismo occidental respecto al Islam desemboca en el hecho de que cada notable intelectual dispone de su «minoría protegida»: El filósofo André Glucksman de los chechenos, aunque su nuevo amigo el presidente Nicolás Sarkozy se haya convertido en el mejor amigo occidental del presidente ruso Vladimir Putin; Bernard Henry Lévy se ocupa de Darfur, aunque su empresa familiar esté señalada como implicada en la deforestación del bosque africano; y Bernard Kouchner tiene a los kurdos, colaboracionistas de los estadounidenses en la invasión de Irak. Es como si estos notables pretendieran compensar su hostilidad hacia las pretensiones árabes, especialmente las palestinas, dando su apoyo al Islam periférico.
Víctima de un daño consecuente como resultado del vuelco hacia Estados Unidos de su amigo francés, la eliminación de Rafic Hariri en febrero de 2005 (4), sobrevino el mismo año del deceso de su protector, el rey Fahd de Arabia Saudí, muerto seis meses después en agosto de 2005, en el mismo mes en que Mohamed Ahmadineyad, el representante del ala dura del régimen islámico, fue elegido presidente de la República de Irán. El anuncio del final de la misión de combate del ejército estadounidense en Irak, el 21 de agosto de 2010, tuvo lugar el día que se puso en marcha la central nuclear iraní de Boucher. Una de esas coincidencias desafortunadas que resuenan como victorias para sus beneficiarios
Remate final, el mundo árabe, una de las principales víctimas colaterales de la instrumentalización del Islam como arma de combate político contra el bloque soviético, uno de los principales contribuyentes a la liberación de Europa del yugo nazi y sin embargo el principal perdedor de su apuesta por Estados Unidos, en una palabra el principal damnificado del juego, llevará a cabo un sobresalto emancipador: En 2011, con ocasión del décimo aniversario del 11 de septiembre, se liberará de las figuras emblemáticas de de la sumisión al orden israelí-estadounidense, el egipcio Hosni Mubarak y el tunecino Zine el Abdine Ben Alí, mientras la protesta se extendía por una decena de países árabes, en particular Siria, Libia, Yemen y Barhéin pero sin afectar, curiosamente, a Arabia Saudí que sin embargo es uno de los principales responsables de este caos.
Después de diez años de acoso Osama bin Laden fue eliminado en una espectacular incursión estadounidense en Pakistán, el 2 de mayo de 2001, igual que su sucesor en Yemen, Anual Al Awlaki, mientras Estados Unidos se apoderaba de forma permanente del petróleo de Irak desplazando a su aliado francés. Pero los lugartenientes del líder de Al-Qaida están diseminados por todo el perímetro del Islam, en Irak y Yemen -los dos antiguos pivotes estratégicos de Arabia Saudí-, en Somalia, en el Sahel, perseguidos con más o menos éxito por el Comando de Operaciones Especiales (SOCOM) desplegado en casi 120 países, con los costes financieros inherentes.
Con un presupuesto de 9.800 millones de dólares, el SOCOM cuenta con una plantilla de 65.000 miembros de los que el 85% están desplegados en los veinte países del CENTCOM, cubriendo el «Gran Oriente Medio», de Afganistán a Marruecos: Afganistán, Arabia Saudí, Barhéin, Egipto, Emiratos Árabes unidos, Irán, Irak, Jordania, Kazakstán, Kuwait, Kirguizistán, Líbano, Omán, Pakistán, Catar, Siria, Tadjikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Yemen. El resto de los efectivos está desplegado en América Latina y en el sur y sudeste asiáticos.
Además, la pérdida de 25.000 millones de capitalización bursátil durante la crisis bancaria de 2008 por culpa de los fondos especulativos gestionados por individuos sin escrúpulos al estilo de Robert Madoff –sin embargo una personalidad del establishment estadounidense-, hecho único en los anales de la economía, tres años después, en 2011, al favorecer el auge de los fondos soberanos del sur, especialmente China en el papel de árbitro, ha fragilizado considerablemente las economías occidentales en una posición más defensiva que la de China, que maneja la estrategia del yuan dirigiéndose a instaurar una nueva moneda internacional de referencia distinta del dólar, ha conseguido llegar a África soslayando a Europa y suplantándola, sin disparar un tiro, en su antiguo coto privado (5).
Ciertamente cuarenta y dos años de cooperación estratégica con Estados Unidos han desembocado en la judaización casi completa de Jerusalén, en la colonización casi completa de Palestina, en la implosión de Irak y la pérdida del poder suní en Bagdad, el desmembramiento de Sudán por la escisión de un enclave pro israelí en la desembocadura del Nilo y en la implosión de Libia sin que a pesar de todo Arabia Saudí cuestione su colaboración con el Gran Protector de Israel, el avalista de todos sus privilegios.
Y el mejor aliado de los países occidentales contra el nacionalismo árabe y su socio fundamental en la implosión de la Unión Soviética por medio de la guerra de Afganistán, paradójicamente es el más estigmatizado, en la persona del hijo pequeño de uno de los fundadores de los Hermanos Musulmanes, Tariq Ramadán, por parte de los intelectuales más pro estadounidenses del escenario europeo, como demuestran las imprecaciones casi diarias de santa Catherine Fourest contra el «Hermano Tariq».
Pero el invierno de 2011 floreció en una dulce «primavera árabe» y parió un verano letal para el campo occidental.
La primera «contraprestación» mayor de la Alianza Atlántica en una operación dirigida contra un país del conjunto árabe-africano, el estancamiento de la OTAN en Libia, se superpone a la perversión del levantamiento libio en un régimen cripto-islamista, a la matanza xenófoba de Oslo en julio de 2011, a la represión policial de los disturbios del Reino Unido de agosto de 2011, a la crisis de la deuda europea sancionada con la salida de tres Primeros Ministros de la Eurozona : Georges Papandreu (Grecia), Silvio Berlusconi (Italia) y José Luis Zapatero (España), han llevado a la caducidad el papel de director moral de los países occidentales en la denuncia de las protestas populares en Damasco, Teherán, Pekín y otros lugares.
La ofensiva de las petromonarquías del Golfo contra el flujo contestarlo árabe, así como la instrumentalización del Tribunal Especial para Líbano en relación con el asesinato de Rafic Hariri, han permitido la desestabilización de Siria, eslabón esencial del engranaje regional antioccidental, en una guerra de sustitución contra Irán. Pero no han impedido que la República Islámica , sometida a un embargo desde hace treinta años, haya accedido a la categoría de «potencia en umbral nuclear» ni que Estados Unidos se haya visto obligado a retirarse de Irak.
El veto de Estados Unidos respecto a la admisión de palestina en la ONU y su claudicación frente al congelamiento de la colonización rampante de Palestina, se superpone con el efecto acumulativo y corrosivo de la alianza contra natura entre Israel y la extrema derecha europea, materializada sintomáticamente por la masacre de Oslo, sellando la impostura moral de la alianza de los descendientes de las víctimas del genocidio hitleriano con los herederos espirituales de sus antiguos verdugos, al tiempo que marca el fracaso moral de Occidente y el final de los cinco siglos de hegemonía occidental absoluta sobre el resto del planeta.
Un exalcohólico [George W. Bush, N. de T.] reconvertido al mesianismo evangélico, «born again», jugando al ángel purificador con el riesgo de extraviar a su país y jugarse el estatuto de primera potencia planetaria de todos los tiempos; un militar impetuoso borracho de ruido y furia, un «borderline» pantagruélico caído en estado «vegetal» [Ariel Sharon, N. de T.]; el presidente de un país [Jacques Chirac, N. de T.] que prescribe el orden moral, convertido en «okupa» de lujo, pensionista póstumo de su amigo asesinado… (6)
Salvo para desesperar a su propio campo no se podría haber soñado un trío más idóneo para la irradiación de la democracia, la defensa del denominado «mundo libre» y la supervivencia de sus propios protegidos en todo el mundo.
Bis repetita placent: Deberíamos revisar a nuestros clásicos «No debemos cruzar el Éufrates. Más allá del Éufrates es el dominio de los aventureros y los bandidos» (El Testamento de Augusto)
Notas:
(1) Doctrina de la guerra postsoviética formulada por Harlan Ullman y James Wade en 1996, por cuenta de la Defensa Nacional de Estados Unidos, «Conmoción y pavor» es una doctrina militar que se basa en utilizar una fuerza aplastante y espectaculares manifestaciones de fuerza para paralizar al adversario y anular su voluntad de luchar.
(2) Los civiles pagan el precio más caro: 172.000 muertos (125.000 iraquíes, 35.000 paquistaníes y 12.000 afganos). En cambio los investigadores sólo cuentan entre 20.000 y 51.000 el número de insurgentes eliminados. Por otra parte unos 168 periodistas y 266 trabajadores humanitarios han muerto desde que Estados Unidos entró en esos países con su «guerra contra el terrorismo».
Esos conflictos han producido un flujo masivo de refugiados y desplazados de más de 7,8 millones de personas, sobre todo de Irak y Afganistán. Según la web independiente icasualties.org, así como antiwar.org, el saldo de pérdidas en Irak y Afganistán se elevaba el 16 de agosto de 2011 a 7.453 muertos, de ellos 74 soldados franceses en Afganistán. A eso se añade la cifra de 430 suicidios entre los militares en activo, según el «Departamento de Asuntos de los Veteranos».
(3) «The Price of Liberty: Paying for Amenica’s Wars» (El precio de la libertad, el coste de las guerras estadounidenses), de Robert Hormats, alto responsable del banco de negocios Goldman Sachs.
(4) «La stratégie chinoise du yuan ruine les finances en Occident» (La estrategia china del yuan arruina las finanzas en Occidente), de Antoine Brunet, Le Monde, 8 de agosto de 2011.
(5) Sobre la estrategia financiera de China, ver: «Geoeconomía mundial, un cambio estratégico», René naba, 15 de octubre de 2008.
(6) Para un estudio documentado sobre ese período, leer: http://www.renenaba.com/hariri-de-pere-en-fils-hommes-d-affaires-premiers-ministres/, René Naba, Harmattan, 2011.
Sobre la reversión de la política francesa con respecto a Estados Unidos tras las diferencias respeto a Irak, leer de Richard Labévière Le Grand retournement Bagdad Beyrouth, Seuil, octubre 2006.
Primera parte: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142272
Fuente original: http://www.renenaba.com/le-testament-d-auguste-2/
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