El presente texto es una primicia del libro: C. Cansino, Los #DecálogosHeréticos de @cesarcansino (México, Océano, 2012)
No es una conjetura ni una ocurrencia, es simplemente la ponderación de un hecho que está esperando por explicaciones persuasivas. Que las redes sociales se han convertido en el espacio público por excelencia del siglo XXI, en la moderna ágora de deliberación y confrontación de ideas y opiniones, es una realidad incontrovertible. ¿Pero esta condición es suficiente para postular que la democracia en el futuro se jugará de manera decisiva en las redes sociales? Mi respuesta es un sí rotundo y definitivo. Veamos por qué.
1. Quien conoce mi obra sabe que desde hace mucho tiempo he defendido una concepción de la democracia que la percibe no sólo como una forma de gobierno sino como una forma de vida, una forma de sociedad. Este ajuste respecto de las concepciones dominantes nace de la necesidad de (re)colocar a los ciudadanos en el centro de la vida pública, de restituirles su condición de sujetos políticos, sustraída por los políticos profesionales, quienes se arrogan para sí ese monopolio. De hecho, mi tentativa teórica en innumerables libros y ensayos ha sido concebir a la política como el lugar decisivo de la existencia humana, y al espacio público como el lugar de encuentro de los ciudadanos en condiciones mínimas de igualdad y libertad, el espacio natural donde los individuos transparentan (en el sentido de hacer públicos) sus deseos y anhelos, sus frustraciones y congojas, y por esta vía instituyen con sus opiniones y percepciones los valores que han de regir al todo social, incluidos a los políticos profesionales.[1] Según esta concepción, nada preexiste al momento del encuentro de ciudadanos libres, el momento político por antonomasia, sino que es ahí, en el intercambio dialógico incluyente y abierto, donde se llenan de contenido los valores vinculantes, sin más guión que la propia indeterminación; o sea, ahí donde se encuentran individuos radicalmente diferentes (como los que integran a cualquier sociedad plural) pueden generarse consensos, pero también acrecentarse las diferencias. Huelga decir que para esta concepción, todo es politizable, a condición de que sea debatible. En suma, según esta noción, los verdaderos sujetos de la política son los ciudadanos desde el momento que externan sus opiniones y fijan sus posiciones sobre todo aquello que les preocupa e inquieta en su entorno cotidiano.
2. Lejos de lo que pudiera pensarse, esta forma de vivir la democracia siempre ha existido en las democracias realmente existentes, desde el momento que sólo este tipo de gobierno puede asegurar condiciones mínimas de igualdad ante la ley y de libertad a los ciudadanos, lo cual resulta indispensables para la expresión espontánea y respetuosa de las ideas. Sin embargo, también es verdad que la esfera del poder institucional suele ser ocupado por gobernantes y representantes que lejos de gobernar en tensión creativa con la sociedad lo hacen en el vacío, generándose un corto circuito entre ellos y la sociedad.
La crisis de las democracias representativas contemporáneas tiene su estro en este hecho cada vez más evidente. Desde cierta tradición teórica, el fenómeno ha sido explicado como una colonización de la sociedad por los sistemas instrumentales del poder y el dinero que todo lo avasallan a su paso.[2] Otros autores, por su parte, ven en el elitismo de la política profesional, en cualquiera de sus manifestaciones posibles —como la oligarquía o la partidocracia—, el impedimento para que la sociedad sea considerada de manera más incluyente por quienes toman las decisiones en su nombre en una democracia representativa.[3] Pero independientemente de las explicaciones, lo interesante es señalar que no obstante los factores reales del poder que merman el impacto de la sociedad en la democracia, confinándola casi siempre a legitimar a los políticos profesionales y a los partidos mediante el sufragio, las sociedades nunca han dejado de expresarse, o sea que siempre, en mayor o menor medida, han condicionado el ejercicio del poder, necesitado siempre de legitimidad para conducirse. Es lo que algunos teóricos han denominado la capacidad instituyente de la sociedad desde sus imaginarios colectivos, o sea todo aquello que de manera simbólica construyen las sociedades desde su tradición, su historia, sus percepciones, sus temores y su interacción con otras sociedades.[4] Con lo que queda mejor ilustrado mi entendimiento de la democracia como un modo de vida. El impacto de esa capacidad o su intensidad pueden variar de una democracia a otra, pero siempre permanece in nuce, ya sea como acción o reacción, a pesar de lo que muchos políticos profesionales quisieran.
3. Entonces, si la democracia ha de ser concebida cabalmente como el gobierno del pueblo, como una moderna república (res-pública), y en ese sentido como una forma de sociedad y no sólo de representación política, la idea de espacio público-político resulta crucial. Sin embargo, por muchas razones, la concepción clásica del ágora o la plaza pública fue minada en la modernidad no sólo en la práctica sino incluso semánticamente. Así, lo “público” terminó asociándose con el Estado, o mejor, con el ejercicio del poder, y lo “privado”, con todo aquello que atañe a lo social, incluidas sus preferencias políticas, amén de los consabidos ámbitos de lo familiar, lo mercantil o lo religioso.[5] La inversión conceptual está tan introyectada culturalmente que muchos ciudadanos la asumen a pie juntillas, al grado de concebirse a sí mismos como “apolíticos”, para desmarcarse de los políticos profesionales, los cuales son percibidos casi siempre como una raza aparte de egoístas y cínicos. Sin embargo, con la caída del Estado benefactor hace cuatro décadas (que asumía como suyo el deber de procurar bienes y servicios a la sociedad), y con la crisis de la democracia representativa (que se expresa en un malestar creciente de los ciudadanos al sentirnos cada vez menos representados por nuestros gobernantes), las democracias modernas han visto un proceso gradual de activación social que ha venido a restituirle a la sociedad un rol mucho más destacado que al que estaba confinado en el pasado inmediato.[6] Sin duda, en ese proceso jugaron un papel decisivo las sociedades en los países comunistas en los años noventa del siglo pasado, que decidieron asaltar las plazas y las calles para demandar las libertades que les negaron sus dictaduras durante décadas.
La caída del Muro de Berlín es por ello el símbolo inequívoco no sólo del derrumbe de los regímenes comunistas sino también del resurgimiento de la sociedad en clave postotalitaria. De ahí en adelante, las sociedades en las democracias viejas y nuevas se han venido activando y movilizando con distintas intensidades y modalidades, recuperando para sí un protagonismo político que los inquilinos del poder les habían sustraído arbitrariamente.[7] Incluso antes del crucial 1989, muchas democracias occidentales experimentaron grandes movilizaciones sociales por reivindicaciones de todo tipo hasta entonces ignoradas o pospuestas en los andamiajes normativos de sus naciones, como los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de los jóvenes, o por cuestiones ecológicas, entre muchas otras causas. Posteriormente, las sociedades comenzaron a agruparse en organizaciones no gubernamentales (ONG’s) para tomar en sus manos la defensa de derechos de todo tipo insuficientemente garantizados por sus Estados o para impulsar proyectos e iniciativas que consideraban necesarios, pero que olímpicamente habían sido desentendidos o ignorados por las autoridades. Al tiempo que este proceso avanzaba en todas partes, aportando una energía social inédita a los ámbitos de decisión vinculantes, y acotando por esa vía al poder ocupado por partidos y gobernantes, emerge un nuevo ingrediente que viene a complementar e incluso a modificar radicalmente el espacio público-político tal y como se conoció hasta entonces: las así llamadas redes sociales.
4. Por efecto de la irrupción de las sociedades democráticas en los asuntos públicos, mediante la deliberación colectiva de todo aquello que les atañe, o incluso mediante la gestión de bienes colectivos, lo público dejó de ser competencia exclusiva de lo estatal. De hecho, en las democracias modernas cada vez más lo político está contenido en lo social, y las sociedades son cada vez más protagonistas de su historia. Sin embargo, poner las cosas en esos términos ha tenido que enfrentar fuertes resistencias por parte de los enfoques teóricos dominantes en las ciencias sociales y las humanidades, casadas con preconcepciones institucionalistas o estatalistas que le conceden poco espacio o impacto a la cuestión social. Justo por esas resistencias he tenido que decretar sin miramientos la muerte de la ciencia política en un libro al mismo tiempo premiado y denostado por mis pares intelectuales.[8]
Para esas perspectivas cerradas y dogmáticas en el plano empírico, una concepción alternativa como la que he resumido aquí resultaba no sólo incómoda sino incluso “radical”. Puesto en esos términos, su alegato no deja de ser curioso porque en su perspectiva lo radical no es otra cosa que lo que en realidad es consustancial a la democracia y que le había sido negado teóricamente, o sea volver a colocar a la sociedad en el centro de lo público-político. ¿Puede haber algo más básico y elemental que eso? Claro que no, pero las rigideces de los paradigmas cientificistas dominantes les impiden a sus partidarios ver lo evidente. Ciertamente, una perspectiva como la mía tiene un componente de radicalidad que asusta a los científicos porque rompe todos sus esquemas y certidumbres: la indeterminación de la democracia. En efecto, concebir a la democracia no sólo como una forma de gobierno sino también como una forma de vida implica asumir sin reservas la total indeterminación de la democracia, desde el instante en que se acepta que nada preexiste al momento de encuentro de individuos libres y radicalmente diferentes, o sea que sólo en el espacio público-político se definen y redefinen permanentemente los valores y los contenidos de esos valores que han de articular al todo social. Siguiendo con esta lógica, debemos aceptar que las sociedades no siempre elijen lo mejor para ellas sino con frecuencia optan por retrocesos en sus propias libertades y conquistas. Se trata de un elemento de incerteza al que no se puede renunciar si es que realmente nos asumimos como demócratas o si se prefiere como “demócratas radicales”. Cabe recordar que pretender mantener lo social bajo control, en el marco de un guión preconcebido, es un rasgo propio de mentalidades totalitarias. De hecho, como bien nos enseñó la más grande filósofa de todos los tiempos, Hannah Arendt, la única manera de entender a cabalidad la democracia es concibiéndola como el justo opuesto del totalitarismo.[9] Ahora bien, adscribirse a esa concepción alternativa de la democracia exige abandonar las perspectivas deterministas, institucionalistas o formalistas largamente dominantes en las ciencias sociales, incapaces de aprehender la dimensión simbólica de la democracia, que no es otra cosa que lo que las sociedades quieren, sus anhelos, sus deseos, sus aspiraciones… Y eso no se registra con sondeos cuantitativos sino simplemente con la experiencia, con la ocupación simbólica, como lo hace cualquier ciudadano, de la calle, la plaza pública y de cualquier otro espacio de interacción social. Obviamente, pensar lo público-político en la actualidad no puede hacerse sin considerar a las nuevas redes sociales, la moderna ágora virtual de la democracia.
5. A veces me pregunto qué hubieran pensado los precursores intelectuales de esta manera alternativa de concebir la democracia, como Castoriadis, Lefort y la propia Arendt, si les hubiera tocado en vida ver y participar de las redes sociales que hoy han irrumpido masivamente en nuestras sociedades. Creo que todos verían cristalizadas en ellas sus principales tesis sobre la democracia como forma de vida. Y es que de algún modo las redes sociales restituyen a los ciudadanos una centralidad simbólica que les había sido escamoteada en la práctica cotidiana de las democracias realmente existentes.
Como es sabido, lo que distingue a las democracias de los modernos de las democracias de los antiguos es la representación.[10] Si en la antigüedad griega los ciudadanos podían dirimir directamente los asuntos de la polis, la complejidad de las sociedades modernas exigía incorporar mecanismos indirectos de representación para encausar la voluntad de los ciudadanos. Los jacobinos se dieron cuenta muy pronto que la voluntad general nacida caóticamente de la Asamblea podía conducir a una nueva tiranía, tan cruel y voraz como la de los monarcas absolutos que se intentaba derrocar, la tiranía de las mayorías. Por eso, después de la malograda experiencia revolucionaria francesa, los primeros experimentos exitosos de democracia —la inglesa y la estadounidense—, tuvieron como eje la idea moderna de la representatividad. Una fórmula que permitió al mismo tiempo preservar las ideas ilustradas de la soberanía del pueblo y la supremacía de los derechos individuales, y conferir a la sociedad una forma de estructuración política legítima y promisoria. Sin embargo, la representación consintió la afirmación de élites partidistas que con el paso del tiempo terminaron monopolizando el quehacer político, relegando nuevamente a la sociedad a roles accesorios, como la legitimación mediante el sufragio de las propias élites. Por ello, si las democracias modernas estás en crisis es porque los ciudadanos nos sentimos cada vez menos representados por nuestros representantes, o sea es una crisis de representación, caracterizada por un alejamiento o incluso un corto circuito entre representantes y representados.[11] Pero como suele suceder, el malestar social se ha abierto paso frente a la ignominia. Primero fueron los movimientos sociales, luego la sociedad volcándose en las plazas públicas, luego organizándose en ONG’s, y ahora ocupando las redes sociales, gracias a la masificación de las nuevas tecnologías de la información.
En esta perspectiva, las redes sociales constituyen la nueva ágora, el lugar donde se construye cotidianamente la ciudadanía y se definen los valores sociales. Las redes sociales nos recuerdan que la democracia no puede edificarse en el vacío, sino en contacto permanente con la sociedad. Si la representatividad fue la fórmula que permitió que la democracia como forma de gobierno se concretara en sociedades complejas como las modernas, las redes sociales son el vehículo moderno que restituye a la sociedad su centralidad y protagonismo frente a los déficits de representatividad que acusaba desde hace tiempo. Además, no podía ser de otra manera, pues si las sociedades modernas se han vuelto cada vez más complejas, es decir más pobladas, plurales, activas y heterogéneas, sus formas de expresión no podían limitarse a lo local, sino que para trascender debían irrumpir en el mundo complejo y global de las comunicaciones que sólo las redes sociales pueden ofrecer.
Por eso, si en algún lugar se juega hoy la democracia, entendida como el espacio público donde los ciudadanos deliberan desde su radical diferencia sobre todos los asuntos que les atañen, es en las redes sociales, un puente poderoso que pone en contacto en tiempo real a millones de individuos. Huelga decir que la comunicación que fluye en las redes sociales es abierta y libre, pues es un espacio ocupado por los propios usuarios sin más condicionante o límite que su propia capacidad de expresarse. Y no es que las redes sociales vayan a ocupar el lugar que hoy ocupa la representación política, sino que la complementa, la estimula, por cuanto sus mensajes y contenidos ya no pueden ser ignorados por los gobernantes so riesgo de ser exhibidos y enjuiciados públicamente en estos modernos tribunales virtuales. De hecho, los políticos profesionales están cada vez más preocupados por el impacto de las redes sociales, se saben vigilados, observados, y finalmente intuyen que ya no pueden gobernar a espaldas de la ciudadanía. Muchos quieren entrar en las redes sociales, congraciarse con sus usuarios, ser populares, pero no saben cómo hacerlo, pues los usuarios de las redes no se dejan engañar fácilmente, la crítica puede ser implacable. De algún modo, las redes sociales llenan de contenido esa idea clásica de que el poder está en vilo, me refiero al poder ocupado por los políticos profesionales, pues su permanencia o caída depende siempre de una sociedad cada vez más crítica, informada y participativa.[12] Los políticos profesionales se han dado cuenta por la irrupción de la sociedad en las redes sociales, que ya no pueden apropiarse arbitrariamente de la política, pues la política está hoy más que nunca en todas partes. En suma, las redes sociales reivindican al ciudadano, lo visibilizan frente a la sordina consuetudinaria de los políticos profesionales.
6. ¿Por qué este rol que hoy desempeñan las redes sociales no lo realizaron antes otros medios de comunicación, como la radio y la TV? La pregunta tiene sentido, pues mucho antes que llegaran las redes sociales lo hicieron los medios electrónicos, mismos que nunca pudieron convertirse en un foro auténtico de y para los ciudadanos, pese a que muy pronto invadieron todos los hogares. Ciertamente, tanto los medios tradicionales (la prensa, la radio y la TV), como las redes sociales (Twitter, Facebook y otras), son medios de comunicación, pero sería un error meterlos en el mismo saco. La primera diferencia es que los medios tradicionales siempre han sido ajenos a la sociedad, siempre han respondido a los intereses de sus dueños, por lo que la comunicación que emiten es unidireccional, vertical, del medio al receptor, sin posibilidad alguna de interacción o diálogo con la sociedad.
La TV y la radio pueden tener públicos cautivos y hasta fieles seguidores o incluso teléfonos en el estudio para retroalimentarse de sus audiencias, pero su razón de ser es comunicar desde los particulares intereses y valores que representan y buscan preservar. Por su parte, las redes sociales surgieron en Internet con la idea de conectar simultáneamente a miles de personas de manera horizontal, desde sus propios intereses y necesidades, sin mayor límite que su creatividad. En ese sentido, aunque Twitter o Facebook tienen dueños y sus acciones cotizan en la bolsa, su éxito reside precisamente en la libertad que aseguran a sus usuarios para comunicarse entre sí, al grado de que son los propios usuarios los que terminan ocupando las redes sociales desde sus propios intereses. Desde cierta perspectiva, si los medios tradicionales se convirtieron en el cuarto poder en la era moderna, dada su enorme penetración social y capacidad de influencia; las redes sociales se han convertido repentinamente en un quinto poder, un poder detentado por la ciudadanía por el simple hecho de ejercer ahí de manera directa y masiva su derecho a expresarse, a opinar de todo aquello que le inquieta.
Por eso, si hay un lugar donde hoy se materializa la así llamada “acción comunicativa” que alguna vez vislumbró el filósofo Habermas, o sea la comunicación no interesada, horizontal, dialógica entre pares y libre del dominio de los sistemas instrumentales, ese es precisamente el que hoy ocupan las redes sociales,[13] aunque aún están en espera de mayores y mejores teorizaciones como las que han concitado durante décadas los medios tradicionales, sobre todo con respecto a su relación con la política y la democracia. Pero la tarea no es fácil. Ni siquiera tratándose de los medios tradicionales existe todavía consenso sobre la manera que impactan o influyen en la democracia. Para unos, los apocalípticos, como Giovanni Sartori, la TV llegó muy temprano a la humanidad y se ha vuelto contra ella, no sólo porque marca una involución biológica del homo sapiens al homo videns, sino porque alimentan la ignorancia y la apatía de una sociedad, lo cual es aprovechado por los políticos para manipularla de acuerdo a sus propios intereses.[14]
Para otros, algunos posmodernos y culturalistas, como Gianni Vattimo, la TV amplió el espectro de la mirada de los ciudadanos, por lo que acercó a los políticos a la sociedad, los volvió más humanos y en consecuencia susceptibles de crítica y juicio, amén de que ofreció a los espectadores nuevos referentes provenientes de otras realidades lo que les permitió, por simple contrastación, reconocer los límites y deficiencias de la suya.[15]Como quiera que sea, las preocupaciones intelectuales de lo que hoy se conoce como “videopolítica” o “teledemocracia” no son las de las redes sociales. Más aún, estos debates se volverán obsoletos conforme las redes sociales se vayan imponiendo en el gusto y el interés de las sociedades contemporáneas. No digo que los medios tradicionales desaparecerán o dejarán de tener súbitamente el impacto que hoy tienen, pero sí es un hecho que las redes sociales, por sus características intrínsecas asociadas a la libre expresión de las ideas, terminarán impactando y hasta colonizando a los medios tradicionales. De hecho ya lo hacen, con frecuencia éstos aluden a lo que se dice en Twitter o Facebook para tener una idea más precisa de lo que interesa y preocupa a la sociedad, y saben que permanecer al margen de las redes sociales los aislará sin remedio.
No olvidemos además, que lo que se dice en los medios tradicionales también es motivo de deliberación pública para las propias redes sociales. Por ello, si hay una problemática a dilucidar asociada con el extraordinario avance de las redes sociales en las democracias modernas, no es si éstas “manipulan” o “desinforman” o no lo hacen, como se discute a propósito de los medios tradicionales, sino hasta qué punto podrán desarrollarse como espejos de la sociedad, como tribunales de la política institucional, antes que los poderes fácticos busquen minimizar su impacto mediante regulaciones y controles de todo tipo. De ese tamaño es el desafío que las redes sociales han abierto casi silenciosamente para los intereses de los poderosos, así como los riesgos que entraña su inusitado crecimiento.
7. Llegados a este punto, conviene precisar que no todas las redes sociales existentes en la supercarretera de la información están dotadas de las características necesarias para convertirse en lo que aquí he llamado el lugar decisivo de la democracia. Ante todo, tienen que ser populares, pues de lo que se trata es de propiciar la interacción abierta y plural de miles de usuarios en tiempo real. En la actualidad, las únicas dos redes sociales que cumplen este requisito son Twitter y Facebook, y al parecer ninguna otra de las muchas que existen en internet parece amenazar su hegemonía. Ahora bien, no obstante que Facebook llegó primero, ha venido perdiendo adeptos frente al rápido crecimiento de Twitter, y creo no exagerar al decir que sólo es cuestión de tiempo para que Twitter desplace definitivamente a Facebook y se convierta en la red social más popular a nivel mundial.
Huelga decir que esta tendencia se debe ante todo a las características intrínsecas de Twitter y de las que adolece Facebook, y que además lo aproximan más a la idea de espacio público que aquí he defendido. En efecto, Facebook nació como un medio para poner en contacto a amigos y conocidos, y en buena medida así se ha mantenido, en cambio Twitter nació para poner en contacto a individuos entre sí simplemente porque resulta interesante o enriquecedor tenerlos como interlocutores. Además, la fórmula de los 140 caracteres por tweet posibilitó la interacción ágil, dinámica y abierta de todos con todos, materializando la idea de un ágora donde todos pueden opinar y ser escuchados. Asimismo, tener la posibilidad de participar de los TT (trending topics o temas que marcan tendencia) y debatir de todo aquello que preocupa a la sociedad en tiempo real, generando una suerte de termómetro de los intereses sociales, abona al potencial de Twitter respecto de otras redes sociales. Por estas y muchas otras virtudes es que sostengo que la democracia se jugará cada vez más en Twitter.
De hecho, el potencial de Twitter ha quedado ya de manifiesto en las múltiples expresiones de indignación que tuvieron lugar en varias partes del mundo a lo largo de 2011, ya sea convocando a movilizaciones o simplemente repudiando a los tiranos y presionando para derrocarlos. Si Twitter ha contribuido a todo ello, imagínense lo que puede hacer en una elección, exhibiendo las contradicciones de los candidatos, reprobando sus dichos y acciones, o elogiando la sensatez y la capacidad de otros. Se podrá objetar que las redes sociales siguen siendo irrelevantes frente a las poderosas audiencias que aún conservan los medios tradicionales, o que los usuarios de Twitter son todavía un porcentaje muy reducido de la población de un país, lo cual es hasta cierto punto cierto, pero los grandes cambios ocurren cuando hay una masa crítica capaz de impulsarlos, y hoy esa masa crítica reside invariablemente en Twitter.
8. Sin embargo, en un mundo de intereses tan poderosos, las redes sociales pueden ser víctimas de su propio éxito. No es descabellado suponer que tarde o temprano alguien buscará neutralizar su impacto, mediante regulaciones y controles legales de todo tipo, con lo que perderán la frescura y la independencia que hoy disfrutan. De hecho, al estar inmersas en el mercado, ya existen en Twitter mecanismos velados de censura para modificar los TT por dañar la imagen de un político o un partido. La lógica es simple, si un TT puede comprarse por parte de firmas comerciales para promocionar productos y servicios, también pueden ser comprados por los políticos para los mismos propósitos. Asimismo, si los TT pueden comprarse es lógico que también haya interesados en erogar dinero para que algunos temas desaparezcan del TT cuando afectan a alguien. Este tipo de censura ya se ha desplegado en Twitter, que no por ser una red social ocupada libremente por los usuarios, deja de ser un negocio multimillonario. Sin duda, este tipo de cuestiones minan la credibilidad de Twitter, pero es un riesgo inminente que, paradójicamente, toca a los propios usuarios denunciar, exhibir y hasta castigar con su eventual abandono en casos extremos, lo que amenazaría la propia rentabilidad comercial de Twitter. Además de estas prácticas, han emergido otras igualmente dañinas, como la compra indiscriminada de seguidores virtuales por parte sobre todo de políticos profesionales para mostrarse con ello muy populares, o la creación de bots o réplicas mediante las cuales esos mismos políticos reproducen mensajes de apoyo para sí mismos o críticas a sus adversarios, en un juego perverso de simulaciones que contamina la comunicación en Twitter.
Como quiera que sea, parece que los propios usuarios de esta red social han creado sus propias vacunas para denunciar y exhibir este tipo de conductas. De lo que se desprende que el potencial de las redes sociales como espacios genuinos de deliberación pública depende en buena medida de la responsabilidad con la que se muevan en ellos sus propios usuarios. En esa perspectiva, y dicho a título personal, soy partidario de que los usuarios de Twitter lo hagan con sus nombres y apellidos verdaderos y no de manera anónima, o sea con nombres ficticios o seudónimos, pues en esa medida las opiniones ganan en credibilidad, y el debate se vuelve más transparente y democrático.
9. Suele pensarse que el primero en utilizar a su favor el potencial de algo desconocido hasta entonces marcará una tendencia o un patrón. Sin duda ese fue el caso de la campaña presidencial de Barack Obama, quien supo aprovechar las redes sociales, en particular Facebook, para ganar la presidencia de Estados Unidos en 2008. El caso de Obama ha motivado múltiples estudios y libros al grado de considerarlo un paradigma de éxito de lo que hoy se conoce como “cibercampaña”.[16] Ninguna campaña antes de ésta fue capaz de aglutinar por internet a tantos simpatizantes, recaudar tanto dinero para la propia campaña, y mantener un contacto tan directo y permanente con los votantes, elementos todos que sin duda redituaron en el contundente triunfo de Obama.
Sin embargo, se equivocan rotundamente quienes creen ver en esta experiencia el modelo a seguir para desarrollar campañas exitosas en la nueva era de la información. Y esto es así por una simple razón, las redes sociales cambian tan vertiginosamente como las propias tecnologías informáticas. Hoy, por ejemplo, a diferencia de la campaña de Obama, más que apoyarse en Facebook para conectar con sus simpatizantes, un candidato en campaña deberá hacerlo por Twitter si es que realmente quiere trascender. Ello se debe a que Twitter ha desplazado a Facebook en lo que al debate de los asuntos públicos se refiere, y ofrece de inmediato, gracias a los TT que genera permanentemente, un barómetro que mide el impacto de los contendientes. Empero, no hay nada más difícil para un político en campaña que conquistar a los tuiteros, que suelen ser críticos y perspicaces, y que saben o intuyen que sus opiniones trascienden a la sociedad en su conjunto y pueden cambiar el rumbo de una elección, sobre todo en el contexto de comicios con amplios márgenes de indecisos, debido a una pobre oferta política o partidista. Una cosa es cierta, las elecciones en el futuro se jugarán cada vez más en Twitter y cada vez menos en los medios tradicionales o en los mítines o plazas públicas.
10. Hay muchas razones para anticipar que éste será precisamente el caso de las elecciones que tendrán lugar en México para elegir presidente de la República el 1 de julio de 2012. He aquí las más importantes: a) prevalece una amplia franja de indecisos (según cálculos de alrededor del 50 por ciento) del electorado y de ellos un buen porcentaje son tuiteros en busca de definición; b) el 70 por ciento de los indecisos son jóvenes, como el 90 por ciento de los tuiteros, y el voto joven siempre ha sido decisivo en las elecciones en México en la era postautoritaria; c) un buen porcentaje de los tuiteros constituye lo que se conoce como la “masa crítica” de una sociedad, capaz de impulsar y estimular los cambios que el país requiere, amén de que han hecho de Twitter su medio natural de expresión y deliberación pública; d) a diferencia de las elecciones en el pasado inmediato, ahora los medios tradicionales jugarán un papel secundario, pues la nueva ley electoral les prohíbe hacer cualquier tipo de proselitismo durante las campañas, mientras que TW permanece todavía libre de controles y regulaciones, o sea sólo pertenece a quien lo habita; e) al ser un espacio público abierto y horizontal, la moderna ágora de deliberación ciudadana, Twitter constituye el espejo más veraz de las percepciones sociales; nadie puede abstraerse de lo que ahí se defina, ni los políticos, ni los partidos ni los propios medios tradicionales; f) ni los políticos que con dinero manipulan los TT podrán imponer su voluntad sobre la de millones de tuiteros; pues éstos han creado sus propios mecanismos para exhibir a los tramposos; g) sólo en Twitter se exhibirán sin censura los claroscuros de los candidatos, sus defectos y virtudes, cuestión que sin duda influirá en las preferencias electorales; h) Twitter se ha convertido en el medio de socialización política más influyente, muy por encima de Facebook, sobre todo entre la población joven y universitaria; i) los medios tradicionales no pueden permanecer indiferentes a Twitter so riesgo de mostrarse parciales y perder credibilidad; y j) lo que se dice en Twitter impacta cada vez más a la sociedad e incluso empieza a colonizar a otros medios de comunicación tradicionales, los cuales ya se dieron cuenta que permanecer al margen de Twitter es condenarse al aislamiento y el olvido.[17]
[1] Véase en particular C. Cansino, La revuelta silenciosa. Democracia, espacio público y ciudadanía en América Latina, México, BUA, 2010.
[2] Véase en particular J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa, 2 vols., Madrid, Taurus, 1987 y J. Habermas,Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso, Madrid, Trotta, 1998.
[3] Véase, por ejemplo, U. Rödel, G. Frankenberg y H. Dubiel, Die demokratische Frage, Frankfurt, Suhrkamp Verlag, 1989.
[4] C. Castoriadis, La institución imaginaria de la sociedad, Madrid, Tusquets, 1980.
[5] Para mayores elementos sobre este particular remito a C. Cansino, “Estado”, voz para el Léxico de la Política (eds. L. Baca, J. Bokser, I. H. Cisneros, et. al.), México, UNAM/FLACSO/FCE, pp. 222-229.
[6] Véase sobre este tema P. Rossanvalon, La nueva cuestión social: repensar el Estado providencia, Buenos Aires, Manantial, 1998
[7] Véase al respecto, C. Cansino y S. Pineda (coords.), La modernidad exhausta. Posiciones sobre nuestro tiempo veinte años después de la caída del Muro de Berlín, México, UACJ, 2012.
[8] C. Cansino, La muerte de la ciencia política, Buenos Aires, Debate, 2008.
[9] H. Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus, 1974.
[10] La cuestión fue puesta en esos términos por G. Sartori, Democratic Theory, Michigan, Wayne State University Press, 1965.
[11] Al respecto véase C. Cansino, “La crisis de la democracia representativa y la moderna cuestión social”, Revista de la Universidad de México, México, UNAM, núms. 588-589, enero-febrero de 2000, pp. 45-47.
[12] Véase al respecto, C. Lefort, La invención de la democracia, México, FCE, 1990 y A. Maestre, El poder en vilo, Madrid, Tecnos, 1994.
[13] J. Habermas, La teoría de la…, cit.
[14] G. Sartori, Homo Videns. La sociedad teledirigida, Madrid, Taurus, 1997.
[15] G. Vattimo, “Pero el Apocalipsis no llegará por los mass-media”, Topodrilo, México, UAM-Iztapalapa, núm. 3, julio de 1988, pp. 23-25
[16] Véase, por ejemplo, R. Harfoush, Yes we did. Cómo construimos la marca Obama a través de las redes sociales, Madrid, Gestión, 2010.
[17] Los datos aquí reproducidos fueron obtenidos de diversas páginas y blogs especializadas en el comportamiento de Twitter, como eduarea.wordpress.com o estwitter.com
Posted Yesterday by Lucien
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