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quinta-feira, 10 de abril de 2025
augusto ,arx
¿Se cuenta el principado de Augusto merecidamente
entre las épocas más prósperas de Roma?
Al que investiga de qué naturaleza fue la época de Augusto
se le presentan muchas cosas a partir de las cuales se puede
tener un juicio sobre ella.1
Primero, una comparación con las otras épocas de la historia de Roma, pues si demuestras que la
época de Augusto fue similar a épocas anteriores, a las que llaman
prósperas, pero distinta de aquellas a las que la opinión de antiguos y
modernos [llaman funestas por las costumbres deterioradas y cam-
biadas a su peor aspecto, la República dividida en partidos, además
de las hazañas de guerra mal emprendidas, puedes elaborar una con-
jetura sobre esta época, a partir de las otras; y luego se debe indagar
qué dijeron sobre ella los mismos antiguos, qué pensaron del impe-
rio romano los pueblos extranjeros —si lo respetaron o lo desprecia-
ron— y, finalmente, cómo fueron sus artes y su literatura.
Pero para no extenderme más de lo necesario, compararé la más
hermosa época anterior a Augusto, a la cual hicieron próspera la sen-
cillez de costumbres, el gusto por el esfuerzo y la integridad tanto de
los magistrados como de la plebe —época en la que el sur de Ita-
lia comenzó a ser sometido—, y también la de Nerón —no hay una
peor—, con la época de Augusto.
En ningún momento los romanos se apartaron del estudio de
las artes liberales más que en la época anterior a las Guerras Púnicas,
cuando la instrucción era estimada en menos —dado que los hom-
bres ilustres de aquellas épocas ponían especialmente su dedicación
y esfuerzo en la agricultura—, la elocuencia considerada superflua
—puesto que decían ocuparse de sus asuntos con pocas palabras y
no procuraban la elegancia del discurso, sino la fuerza en sus enun-
ciados—; pero la historia no estaba desprovista de elocuencia, dado
que se refería sólo a los hechos y únicamente consistía en la redac-
ción de anales.
Pero toda esa época estuvo colmada de la pugna de patricios y
plebeyos; pues desde que los reyes fueron expulsados hasta la primera
guerra púnica, se compite por el derecho de unos y otros, y gran parte
de la historia se refiere sólo a las leyes que los tribunos o los cónsules
crearon, con enorme esfuerzo de una parte o de otra.
Hemos dicho ya qué se debe elogiar de aquella época.
Si queremos definir la época de Nerón, no son necesarias muchas
palabras, puesto que, asesinados los mejores ciudadanos, gobernando
un juicio infame, violadas las leyes, incendiada la capital y procurando
los generales la gloria en la paz más que en la guerra —temiendo que
sus éxitos suscitaran la sospecha y sin algo que los motivara a grandes
hazañas—, ¿quién preguntará cómo fue aquella época?
Nadie puede dudar por qué la época de Augusto es distinta a ésta, pues
su gobierno es notable por la clemencia, dado que los romanos pensaban
que ellos gobernaban —aún cuando se les había desvaneció toda libertad,
incluso toda apariencia de libertad—, y no veían que la libertad les había si-
do arrebatada, que las instituciones y las leyes habían cambiado por decreto
del príncipe, superando hasta los más altos honores, que antes habían teni-
do los tribunos de la plebe, los censores y los cónsules, habían sido entonces
ocupados por un solo hombre, y que el emperador tenía otro nombre que
designaba los poderes que antes habían poseído los tribunos y cónsules, los
había privado de su libertad. Ciertamente si los ciudadanos pueden dudar
quién es el príncipe o si ellos mismos gobiernan o son gobernados, ésta es la
gran prueba de la clemencia.
En la guerra, sin embargo, los romanos nunca fueron más afortuna-
dos, pues los partos fueron sometidos, los cántabros vencidos, los recios
y los vindelicos derrotados; pero los germanos, los peores enemigos de
los romanos, a los que César había combatido en vano, superaron a los
romanos en cada combate, con traición, con trampas y bravura, y en sus
bosques. Pero la fuerza de muchas tribus de Germania estaba ya abatida3
completamente, tanto por la ciudadanía romana, que Augusto ofreció
a cada pueblo, como por las armas que los generales experimentados
sostuvieron, y por la enemistad surgida entre ellos mismos.
Por lo tanto, en la paz y en la guerra la época de Augusto no debe ser
comparada con el tiempo de Nerón ni de los peores príncipes.
Además, los partidos y las luchas que hallamos en la época anterior
a las guerras púnicas, entonces habían terminado, pues vemos que Au-
gusto reunió en sí mismo todas las facciones, todos los cargos públicos y
toda soberanía, y así, el imperio no pudo apartarse de sí mismo, porque
atrae el mayor peligro a todo el Estado, disminuida su autoridad entre
los pueblos extranjeros y los asuntos públicos siendo administrados
más por ambición que por el bienestar de la ciudadanía.5
Pero la época de Augusto no debe de este modo llamar nuestra aten-
ción para pasar por alto que es inferior a aquella otra edad en muchos
aspectos; porque disminuidas o de plano suprimidas las costumbres, la
libertad y la virtud, mientras reinan la avaricia, la lujuria y el exceso,
esta misma época no puede ser llamada próspera. Pero el gobierno
de Augusto, las instituciones y las leyes de los hombres a los que él había
elegido para que restituyeran la república trastornada y la mejorasen,
lograron en gran manera que el desorden, ocasionado por las guerras
civiles, terminara.
Por ejemplo, vemos que Augusto purga el Senado —al que habían
entrado los hombres más corruptos— de las huellas de los crímenes
,habiendo expulsado de él a muchos cuyas costumbres le eran odiosas,
y habiendo introducido a muchos, que destacaron por su valor e inte-
ligencia.
En el principado de Augusto, hombres destacados por su repu-
tación de valor y sabiduría siempre disfrutaron de las delicias de la
administración pública. Pues ¿quién puede mencionar hombres de
esa época más grandes que Mecenas, que Agripa? Contemplamos el
mismo genio del príncipe, aunque nunca estuvo despojado de la en-
voltura del fingimiento, como ya hemos dicho, no abusando de su
autoridad. Parece que oculta su fuerza invisible con una apariencia
más indulgente; y si bien la República, tal como fue antes de las gue-
¿Se cuenta el principado de Augusto merecidamente
entre las épocas más prósperas de Roma?
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