La guerra de Wall Street contra las ciudades: por qué no se puede – ni se debe – pagar a los tenedores de bonos |
Michael Hudson · · · · · |
10/09/12 |
El ritmo de la
guerra de Wall Street contra el 99% se acelera, preparándose para entrar a
matar. Tras haber demonizado a los empleados públicos por tener programado
recibir una pensión por los servicios prestados durante toda una vida de
trabajo, los tenedores de bonos insisten en quedarse, por el contrario, con el dinero.
Es la misma filosofía de austeridad a la que se ha obligado a Grecia y España,
y la misma que está induciendo al presidente Obama y a Mitt Romney a apremiar a
la reducción de la Seguridad Social y Medicare.
A diferencia del
gobierno federal, la mayoría de los estados y ciudades disponen de
constituciones que les impiden mantener un déficit presupuestario. Esto
significa que, cuando recortan los impuestos sobre la propiedad, tienen o bien
que pedir prestado a los pudientes o recortar el empleo y los servicios
públicos.
Durante muchos
años pidieron prestado pagando intereses libres de impuestos a los opulentos
tenedores de bonos. Pero soportar su precio ha llegado a un punto en que parece
arriesgado a medida que la economía se hunde en la deflación de la deuda. De
California a Alabama encontramos ciudades en suspensión de pagos. No pueden
invertir la tendencia y recuperar los impuestos sin ocasionar más suspensiones
de pagos y abandonos por hipotecas. Alguien tiene que dar, de modo que las
ciudades achican el gasto público, reducen los sistemas escolares y los
contingentes policiales y ponen a la venta sus activos para pagar a los
tenedores de bonos.
Esto se ha
convertido en la causa principal del creciente desempleo en Norteamérica,
contribuyendo a impulsar a la baja la demanda del consumo en una pesadilla
keynesiana. Menos evidentes resultan los demoledores recortes que se producen
en la atención sanitaria, la formación laboral y otros servicios, mientras se
dispara el importe de las matrículas en las universidades públicas y las “tasas
de participación” en los institutos de secundaria. Los sistemas escolares se
desmoronan como nuestras carreteras conforme se deshacen de profesores en una
escala como no se había visto desde la Gran Depresión.
Sin embargo, los
estrategas de Wall Street consideran estas apreturas de los presupuestos
locales y de los estados como una bendición del cielo. Tal como dio en
expresarlo Rahm Emanuel, una crisis es una oportunidad demasiado buena para
echarla a perder, y la crisis otorga a los acreedores apalancamiento financiero
para impulsar medidas políticas contra el trabajo y oportunidades de
privatización. Se prepara el terreno para una “cura” neoliberal: recortes de
pensiones y de la atención sanitaria, incumplimiento de las promesas sobre
pensiones hechas al mundo del trabajo y puesta a la venta del sector público,
dejando que los nuevos propietarios levanten cabinas de peaje por todas partes,
de carreteras a escuelas. El término novedoso del momento es “extracción de
renta”.
De modo que tras
haber provocado la crisis fiscal, el legado de decenios de recortes fiscales a
la propiedad financiados a base de una deuda cada vez más ingente se va a pagar
ahora arrendando o vendiendo activos públicos. Chicago ha arrendado su Skyway
[vía elevada de tránsito de más de 12 km. de largo que atraviesa un puente]
durante 99 años a quienes cobrarán el peaje, y sus parquímetros durante 75
años. El alcalde Emanuel ha contratado a la Gestión de Activos de J.P.Morgan
para que imparta “consejos” sobre cómo vender a los privatizadores el derecho a
cobrar tasas por utilizar servicios públicos que eran anteriormente gratuitos o
estaban subvencionados. Es el moderno equivalente norteamericano del movimiento
de cercamiento (“enclosure”) en Inglaterra entre los siglos XVI al XVIII.
Al presentar a
los empleados locales como enemigo público número uno, la crisis urbana está
contribuyendo a traer de vuelta la guerra de clases. El sector financiero
sostiene que pagar las pensiones (o incluso el sueldo base) absorbe ingresos
fiscales que se emplearían, si no, en pagar a los tenedores de bonos. Scranton,
en el estado de Pennsylvania, ha reducido los salarios del sector público al
mínimo legal “temporalmente”, mientras otras ciudades tratan de desbaratar los
planes de pensiones y los contratos de sueldos diferidos…y se van al casino
de Wall Street y juegan a perder en un intento desesperado de cubrir las
responsabilidades de las pensiones sin financiación. Estas se han cifrado
recientemente en un total de 3 billones, más otro billón en prestaciones de
atención sanitaria sin financiación.
Aunque fue Wall
Street quien urdió la economía de la burbuja cuya explosión ha disparado la
crisis fiscal, a sus cabilderos y sus teorías de Quincalla Económica no se les
exige que rindan cuentas. En lugar de culpar a quienes recortaban impuestos
proporcionando beneficios imprevistos a los banqueros y a los magnates de
bienes inmuebles, es a los profesores y a otros empleados públicos a quienes se
les dice que devuelvan sus salarios diferidos, que es lo que son las pensiones.
No se reservan reclamaciones para los depredadores financieros.
Por contra, ha
llegado la hora del desahucio para proporcionar un surtido de oportunidades de
sacar algo, conforme las ciudades se ven obligadas a operar como hizo
Nueva York para evitar la bancarrota en 1974: traspasar la gestión a las
personas designadas por Wall Street. Al igual que en Grecia e Italia, los
políticos electos han de ser substituidos por “tecnócratas” nombrados para
llevar a cabo lo que Margaret Thatcher y Tony Blair hicieron en Inglaterra:
poner a la venta los restos del sector público y convertir todos los programas
sociales en fuente de ganancias.
El plan consiste
en lograr una triple meta. En primer lugar, otorgar a los privatizadores el
derecho a convertir la infraestructura pública en oportunidades de imponer
peaje. La idea consiste en obligar a las ciudades a equilibrar su presupuesto
arrendando o vendiendo sus carreteras y sistemas de autobuses, escuelas y
cárceles, bienes inmuebles y otros monopolios naturales. Mediante este proceso
se promete crear un nuevo mercado para los bancos: prestar a los inversores
carroñeros para que compren el derecho a instalar peajes en la infraestructura
básica de la economía.
Los funcionarios
públicos electos no podrían implicarse en medidas políticas tan depredadoras y
contrarias al mundo del trabajo. Sólo la “magia del mercado” puede deshacer los
sindicatos del sector público, reducir los servicios públicos y poner peajes en
las carreteras, los sistemas de agua y alcantarillado, mientras se recortan
líneas de autobuses y se elevan las tarifas.
Para llevar a
cabo este plan financiero, es necesario encuadrar el problema de modo que se
descarten alternativas menos sociales. Tal como lo describió Margaret
Thatcher: TINA (There Is No Alternative [NHA, No Hay Alternativa]) a la
puesta a la venta del transporte público, los bienes inmuebles y hasta de los
sistemas escolares y los penales.
Desmantelamiento de departamentos
de educación pública y policía para pagar a los tenedores de bonos
La política de
impuestos locales solía guardar relación con la educación. Los Estados Unidos
se dividían en rejillas fiscales con el fin de financiar distritos escolares, junto
a carreteras, líneas de autobuses, sistemas de agua y de alcantarillado. Los
ayuntamientos con las mejores escuelas gravaban más la propiedad, pero esto
hacía más deseable vivir en esos distritos, y de ese modo elevaban los precios
inmobiliarios en lugar de hacer que bajaran. Con ello se realimentaban las
mejoras urbanas. Los distritos de impuestos reducidos se quedaban atrás.
Ya no es ésta la
vía norteamericana. Se ha demonizado la educación especialmente. El otrora gran
sistema escolar de California es la víctima más visible de la Proposición 13
del estado, la congelación del impuesto sobre la propiedad en vigor desde 1978.
La Asociación de Propietarios de Apartamentos de Los Ángeles utilizó a su
testaferro, Howard Jarvis, como cabildero a fin de prometer a los
votantes que poco cambiaría recortando la educación y las bibliotecas.
Argumentó que “el 63 % de los graduados es analfabeto, en cualquier caso”, así
que quién necesita libros. Se congeló la educación y otras partidas del gasto
público mientras los impuestos sobre la propiedad se recortaban en un 57%, del
2.5 o el 3% a un 1% de su valoración estimada, y se congelaron a los
niveles de precios de 1978 para los propietarios que han mantenido sus bienes.
El resultado es que el sistema escolar de California se derrumbado, pasando al
puesto número 47 de todo el país.
Para los
neoliberales, lo positivo es que degradar la educación hace a los ciudadanos
más susceptibles a la falsa conciencia del Tea Party cuando se trata de cómo
votar de acuerdo con sus intereses económicos. Cuando se aprobó la Proposición
13, por ejemplo, los inversores comerciales prometieron a los propietarios de
viviendas que los recortes de impuestos en todos los órdenes harían más
accesible la vivienda y bajarían los alquileres. Pero subieron, igual que los
precios inmobiliarios. Esta es la Gran Mentira de los recortadores neoliberales
de impuestos: la promesa de que recortar impuestos rebajará los costes en lugar
de proporcionar una ganancia inesperada a quienes poseen propiedades…y también
a los bancos a medida que la subida del valor de los alquileres queda “libre”
de capitalizarse en préstamos para hipotecas. Los nuevos compradores tienen que
pagar más, con lo que se eleva el coste de la vida y se hace negocio.
En 1978, en
vísperas de la Proposición 13, los propietarios de locales comerciales pagaban
la mitad del total de los impuestos inmobiliarios y los que poseían viviendas
la otra mitad. Pero hoy la parte de quienes tienen vivienda ha aumentado hasta
llegar a dos tercios, mientras que los impuestos sobre usos comerciales han
descendido a un tercio. Los encargados de los préstamos bancarios han
capitalizado los recortes de impuestos en hipotecas más grandes, de modo que
los precios de la vivienda no han caído, han aumentado. El alcalde de Los
Ángeles, Antonio Villaraigosa, exclamó compungidamente el año pasado que “ya es
hora de encarar la desigualdad de la Proposición 13, que permite que los
grandes intereses empresariales consigan ganancias inesperadas que deberían
destinarse a quienes tienen una vivienda. No estamos financiando el Estado.
Estamos diezmando el Estado y los servicios que suministra”.[1] Propuso un impuesto de dos tramos sobre la
propiedad, que recuperase mayores tasas para inversores comerciales y
absentistas.
Enseñar en un
colegio es una ocupación agotadora. Esa es una razón por la que los profesores
forman uno de los sindicatos más fuertes de Norteamérica. Sus sueldos no han
aumentado tan rápidamente como sus gastos, debido a que han acordado percibir
menores ingresos a largo plazo con el fin de asegurarse una pensión al concluir
sus días de trabajo. Estos contratos sufren hoy ataques…para pagar a los
tenedores de bonos. Los estados y ciudades insisten hoy en que no se puede
pagar a los tenedores de bonos sin dejar a dos velas a su mano de obra.
De forma que
estamos hoy viendo la locura de no gravar fiscalmente la propiedad y
substituir los ingresos fiscales por la petición de préstamos…pagando intereses
libres de impuestos a los tenedores de bonos más ricos del país. Recortar la
base del impuesto sobre la propiedad encuentra así a su víctima gemela en la
suspensión de pagos de la promesa de pensiones.
Los impuestos al
sector inmobiliario se han desfondado, pasando de dos tercios de los ingresos
urbanos en la década de 1920 hasta solo una sexta parte hoy en día en el
conjunto de los Estados Unidos. Pero en lugar de hacer más accesible la
vivienda, estos recortes fiscales han “liberado” el valor de los alquileres
sólo para acabar pagándoselo a los bancos.
También en esto
California ha abierto camino. En 1996, sus votantes aprobaron la Proposición
218, que requiere de cualquier nuevo impuesto, tasa o tasación de propiedad, su
aprobación por dos tercios de los votantes (se establecieron unas cuantas excepciones
para mantener la viabilidad de los sistemas de alcantarillado y agua). Esta
estratagema “mata de hambre a la bestia”, siendo la “bestia” las
infraestructuras públicas y los servicios sociales. Se están reduciendo los
contingentes policiales y recortando los servicios sociales. Y a medida que
aumenta la pobreza urbana, se incrementa la delincuencia, con lo que se impone
un coste de la vida “invisible”.
El hecho
económico más importante que hay que reconocer es, por tanto, que sea lo que
sea a lo que renuncie el recaudador fiscal, ello tiende a capitalizarse en
préstamos sobre hipotecas. Y al dejar más renta disponible para que se pague
como interés, recortando los impuestos a la propiedad, obliga a quienes compran
una vivienda a comprometerse en mayores deudas. Los impuestos a la propiedad
más reducidos significan, por tanto, precios de la vivienda más elevados, a
crédito, porque una casa o cualquier otro bien inmueble vale lo que un banco
quiera prestar a los nuevos compradores. De modo que, al capitalizar el valor
de arriendo después de impuestos en un flujo de interés, los banqueros acaban
quedándose con el alquiler, y por tanto, con los recortes a los impuestos sobre
la propiedad.
Eso es lo que hoy
significa el libre mercado: ingresos creados por medio de la inversión del
sector público, “liberados” para que se paguen a los bancos como interés en
lugar de que los recupere el Estado.
La mayoría de los
ingresos urbanos constituyen una “gratuidad” creada mediante los sistemas de
carreteras, escuelas, alcantarillas y agua financiados por los contribuyentes.
Pero ni los especuladores de bienes inmuebles ni los banqueros creen que esta
inversión de los contribuyentes deba recuperarse gravando fiscalmente el
aumento de valor de los terrenos que se produce al proporcionar estos servicios
públicos. En lugar de hacer que el sector público se autofinancie a medida que
se amplían los servicios públicos para crear riqueza, los propietarios privados
son los que se quedan con el beneficio, mientras los bancos capitalizan las
ganancias en mayores préstamos sobre hipotecas, que contabilizan hoy el 80% del
crédito bancario.
El núcleo de la
“falsa conciencia” de los banqueros - la historia de portada con la que los
cabilderos del Tea Party tratan de adoctrinar a los votantes norteamericanos –
es que los impuestos a los activos financieros y de bienes inmuebles castigan a
los “creadores de empleo”. Para más inri,
los beneficiarios de este gasto público pretenden que hay que mimarles con
impuestos preferentes para que inviertan y den empleo, mientras que al
99% hace falta azuzarle y pincharle para que trabaje más duro pagándole
bajos salarios. Este relato falaz ignora el hecho de que nuestros mayores
periodos de crecimiento han sido aquellos en los que eran más altos los tipos
de interés a particulares y empresas. Lo mismo resulta cierto de la mayoría de
los países. Lo que está sofocando el crecimiento económico es la deuda de
conjunto – adeudada al 1% – y los recortes de impuestos a la riqueza que se apunta
a las “gratuidades”.
Sangrar las pensiones públicas
forma parte de la crisis de la deuda en su conjunto
El candidato
republicano a la vicepresidencia, Paul Ryan, y el gobernador de Texas, Rick
Perry, han caracterizado la Seguridad Social como un esquema de Ponzi. Esto es
verdad en el evidente sentido de que se supone que se ha de pagar a los que se
jubilan con las contribuciones de los nuevos que se van incorporando. El
problema no es que el sistema necesite estar prefinanciado para suministrar al
Estado ingresos para recortar impuestos al 1%. El problema es que se
están agotando las nuevas aportaciones a medida que la economía se comba bajo
el peso de una deuda conjunta creciente.
La Seguridad
Social se puede pagar fácilmente. Tras el crac
de 2007, la Fed [la Reserva Federal] imprimió 13 billones de dólares en sus
ordenadores para dárselos a los banqueros. Puedo hacer otro tanto con la
Seguridad Social…y para otorgar subsidios federales en ayuda de los estados y
ciudades de Norteamérica. Puede pagar las obligaciones de las pensiones locales
y de los estados, del mismo modo que pagó al 1% de Wall Street. El problema es
que la Fed no se muestra dispuesta a hacer aquello para lo que se fundaron los
bancos centrales – financiar el déficit del Estado – para dárselo a los
bancos. El objetivo estriba en salvar a los tenedores de bonos y a sus
homólogos de altos vuelos, no al 99%.
El problema es
que el mismo sistema financiero está podrido. Ello ha convertido la guerra de
clases de hoy en un conflicto financiero, en el que la táctica primordial
consiste en configurar el modo en que ven los votantes el problema. El truco
consiste en hacerles pensar que recortar los impuestos hará bajar el coste de la
vida y abaratará la vivienda, en lugar de hacer posible que los bancos se
lleven lo que antes se llevaba el recaudador de impuestos. Esa es la impresión
que hay que difundir: recortar impuestos deja más ingresos “gratis total”
disponibles para que los bancos presten en su contra, sobrecargando la economía
aun con más deuda.
He aquí la razón
por la que no es posible que funcione el actual rumbo. Los fondos de pensiones
de estados y localidades van 3 billones de dólares por detrás porque sólo
consiguen retornos de un 1% hoy en día (el único retorno seguro), no el 8+% que
dijeron que había que alcanzar para poder pagar las pensiones por medio de las
ganancias del “capital” (es decir, las gratuidades financiadas por los bancos).
La Fed está manteniendo bajos los tipos de interés en un intento de volver a
inflar los precios de los bienes inmuebles y otros activos para devolverlos a
la feliz década del Burbujameister Greenspan. Si suben los tipos de interés, lo
bastante como para permitir a California, Chicago y otras localidades obtener
intereses suficientes para pagar a quienes se jubilan lo que les prometieron,
entonces los bancos verán cómo baja el colateral de los préstamos de hipotecas.
De manera que la
Fed ha aherrojado a la economía. Ningún político, ni demócrata ni republicano
está dispuesto a subirle los impuestos al sector financiero, al de los seguros
y los bienes inmuebles. Votan en consonancia con aquello por lo que pagan los
contribuyentes de sus campañas: para enriquecer a Wall Street.
En juego está la
vieja cuestión de la elección Quién/A Quién. Dado el dato matemático de que no
pueden pagarse las deudas y no se pagarán, la cuestión es a quién debería darse
prioridad: ¿al 1% o al 99%?
Se está
apremiando a una austeridad agobiada por las deudas y a una reducción del
Estado como si fuera inevitable, y no una elección política para poner a los
tenedores de bonos y el 1% por encima del 99%, en recompensa por el dinero
destinado al cabildeo que se ha gastado en comprar políticos y equivocar a los
votantes para que crean que recortar los impuestos a la propiedad y los
impuestos de los ricos ayudará a la economía.
Pero si
Norteamérica sigue dejando que el 1% redacte las leyes – o lo que viene a ser
lo mismo en estos tiempos, sufragar las campañas políticas de quienes
legislan–, entonces la economía se empobrecerá rápidamente, y mucho. Habrá
concluido en Norteamérica la época del crecimiento.
Alguien tiene que
dar: de no pagarse a los tenedores de bonos, los estados no pueden pagar los
salarios diferidos del trabajo en forma de pensiones y tendrán que reducir los
servicios públicos.
De modo que es
hora de suspender pagos. De lo contrario, Wall Street nos convertirá en Grecia.
Ese el plan financiero, a buen seguro. Es la estrategia de la guerra financiera
de hoy contra la sociedad en su conjunto. Hablé en Letonia con el responsable
del banco central, que explicaba cómo los salarios del sector público habían
caído en un 30%, ayudando a presionar casi igualmente a la baja los sueldos del
sector privado. A esto los neoliberales lo llaman “devaluación interna”,
prometiendo que hará más competitivas sus economías. La realidad es que
aumentará el mercado interno e impulsará al mundo del trabajo a
abandonar.
NOTA: [1] Adam Nagourney, “Tax Cuts From ’70s Confront
Brown Again in California,” The New York
Times, 9 de enero de 2011.
Michael
Hudson es ex
economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes
inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.),
Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el
establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder
Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis
Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado
a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de
Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor
investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de
numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of
American Empire. Su último libro: The Bubble
and Beyond (2012).
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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segunda-feira, 10 de setembro de 2012
La guerra de Wall Street contra las ciudades
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