Más fútbol, menos democracia
¿Cuánto fútbol puede soportar la democracia? O al revés: ¿cuánta democracia es permitida, con sus protestas y “excesos”, para garantizar una Copa Mundial de fútbol? La pregunta no es retórica. Al contrario: retumba hoy en la agenda política de la presidenta Dilma Rousseff y los suyos. Y está también, como pesadilla precoz, en los cálculos monetarios de la poderosa FIFA. ¿Cuántos movilizados, cuánta calle, son tolerables en democracia sin arriesgar la organización del mayor evento mundial de fútbol?
Hace casi cuarenta años, tres intelectuales al servicio de la Comisión Trilateral publicaron su célebre reporte sobre “la gobernabilidad de las democracias”. En el informe daban cuenta de la crisis de las democracias trilaterales (Estados Unidos, Europa y Japón) como resultado de la “sobrecarga” de demandas sociales que el sistema político, estancando y débil, no podía responder. El exceso de democracia, pues, como desafío y amenaza, engendraba una riesgosa crisis de (in)gobernabilidad.
Ese discurso/espantajo de la ingobernabilidad, que en Bolivia conocimos bien como sostén de la hegemónica democracia pactada, se tradujo pronto en la conservadora consigna de los regímenes políticos del neoliberalismo: “más gobierno, menos democracia”. Igual no deja de ser paradójico que mientras los teóricos de la Trilateral, en 1975, nos advertían sobre los excesos de la democracia, en América Latina –plena de dictaduras– estábamos preocupados, más bien, por su ausencia.
La advertencia sobre la gobernabilidad de las democracias reapareció estos días de manera tosca y esférica. Preocupado por las actuales protestas en Brasil que podrían afectar la Copa 2014, el secretario general de la FIFA recuperó la lógica Trilateral a favor de un gobierno macizo que limite los ímpetus democráticos. “A veces menos democracia es mejor para organizar una Copa del Mundo”, dijo. Y aseguró que para la Copa 2018 en Rusia, con “un jefe de Estado fuerte como Putin”, tendrán más facilidades.
“ Más fútbol, menos democracia”, podría ser entonces la nueva consigna de la FIFA. Claro que para los negocios e intereses de los barones del fútbol mundial el mejor escenario no es necesariamente menos democracia, sino “ninguna democracia”. Así al menos lo entiende el presidente de la FIFA que, en un arrebato de sinceridad, confesó haber quedado feliz cuando en la Copa Argentina 78 “hubo una reconciliación del pueblo con el sistema político militar de la época”. Qué tal. Viva el fútbol, arriba las dictaduras.
Esta simpatía con las “virtudes” de los regímenes no democráticos tampoco es nueva ni está emparentada solo con los campeonatos de fútbol. Durante muchos años, con extensivos estudios comparados, algunos politólogos y economistas se empeñaron a fondo en demostrar que los gobiernos autoritarios, eximidos de los complejos procesos decisionales de la democracia, eran más favorables para el desarrollo. Se esforzaron en vano. La evidencia resultó más bien favorable a las democracias.
¿Cuánto fútbol puede soportar la democracia? Eso depende. Si la organización de un Mundial implica gastos multimillonarios salpicados de corrupción, en tanto se garantizan mal y a retazos los derechos económicos, sociales y culturales de la ciudadanía, entonces la democracia sale a la calle y se rebela. “Más dignidad, menos Copa”, grita. Es el “efecto saturación”. El hambre de pan fue saciada; el hambre de belleza, en cambio, es insaciable, para decirlo en palabras del poeta Fernández Retamar.
¿Y cuánta democracia es permitida para que –como prometió Dilma– “la Copa del Mundo 2014 sea la mejor de todos los tiempos”? Eso también depende. No de los poderes, que siempre apostarán por más gobierno (que no necesariamente significa más Estado), sino de la acción directa, la calle, que habrá de exigir más democracia. Es en la movilización extrainstitucional que pueden conquistarse no sólo mejores condiciones de educación, salud, transporte, sino en especial un proceso constituyente que reforme la economía y la política.
José Luis Exeni Rodríguez es investigador político boliviano.
Hace casi cuarenta años, tres intelectuales al servicio de la Comisión Trilateral publicaron su célebre reporte sobre “la gobernabilidad de las democracias”. En el informe daban cuenta de la crisis de las democracias trilaterales (Estados Unidos, Europa y Japón) como resultado de la “sobrecarga” de demandas sociales que el sistema político, estancando y débil, no podía responder. El exceso de democracia, pues, como desafío y amenaza, engendraba una riesgosa crisis de (in)gobernabilidad.
Ese discurso/espantajo de la ingobernabilidad, que en Bolivia conocimos bien como sostén de la hegemónica democracia pactada, se tradujo pronto en la conservadora consigna de los regímenes políticos del neoliberalismo: “más gobierno, menos democracia”. Igual no deja de ser paradójico que mientras los teóricos de la Trilateral, en 1975, nos advertían sobre los excesos de la democracia, en América Latina –plena de dictaduras– estábamos preocupados, más bien, por su ausencia.
La advertencia sobre la gobernabilidad de las democracias reapareció estos días de manera tosca y esférica. Preocupado por las actuales protestas en Brasil que podrían afectar la Copa 2014, el secretario general de la FIFA recuperó la lógica Trilateral a favor de un gobierno macizo que limite los ímpetus democráticos. “A veces menos democracia es mejor para organizar una Copa del Mundo”, dijo. Y aseguró que para la Copa 2018 en Rusia, con “un jefe de Estado fuerte como Putin”, tendrán más facilidades.
“ Más fútbol, menos democracia”, podría ser entonces la nueva consigna de la FIFA. Claro que para los negocios e intereses de los barones del fútbol mundial el mejor escenario no es necesariamente menos democracia, sino “ninguna democracia”. Así al menos lo entiende el presidente de la FIFA que, en un arrebato de sinceridad, confesó haber quedado feliz cuando en la Copa Argentina 78 “hubo una reconciliación del pueblo con el sistema político militar de la época”. Qué tal. Viva el fútbol, arriba las dictaduras.
Esta simpatía con las “virtudes” de los regímenes no democráticos tampoco es nueva ni está emparentada solo con los campeonatos de fútbol. Durante muchos años, con extensivos estudios comparados, algunos politólogos y economistas se empeñaron a fondo en demostrar que los gobiernos autoritarios, eximidos de los complejos procesos decisionales de la democracia, eran más favorables para el desarrollo. Se esforzaron en vano. La evidencia resultó más bien favorable a las democracias.
¿Cuánto fútbol puede soportar la democracia? Eso depende. Si la organización de un Mundial implica gastos multimillonarios salpicados de corrupción, en tanto se garantizan mal y a retazos los derechos económicos, sociales y culturales de la ciudadanía, entonces la democracia sale a la calle y se rebela. “Más dignidad, menos Copa”, grita. Es el “efecto saturación”. El hambre de pan fue saciada; el hambre de belleza, en cambio, es insaciable, para decirlo en palabras del poeta Fernández Retamar.
¿Y cuánta democracia es permitida para que –como prometió Dilma– “la Copa del Mundo 2014 sea la mejor de todos los tiempos”? Eso también depende. No de los poderes, que siempre apostarán por más gobierno (que no necesariamente significa más Estado), sino de la acción directa, la calle, que habrá de exigir más democracia. Es en la movilización extrainstitucional que pueden conquistarse no sólo mejores condiciones de educación, salud, transporte, sino en especial un proceso constituyente que reforme la economía y la política.
José Luis Exeni Rodríguez es investigador político boliviano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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