La guerra contra el ordenador personal
Versvs
Buscando la raiz de las guerras del copyright que estamos viviendo, hay que remontarse hasta el origen mismo de la informática moderna. Hasta esos grupos de académicos que en los años 70 aprovecharon la visión que los estrategas habían esbozado una década antes para la investigación y la inteligencia militar. Fueron ellos quienes comenzaron a extender una red y a desarrollar nuevas prácticas y nuevo conocimiento en ella. Gracias a la visión de aquellos pioneros, un par de décadas después (ya en los años 90) la verdad flotaba en el ambiente: la llegada de la «sociedad de la información» era inminente y, con ella, también la de la economía basada en la información.
Desde que esa noción fue asumida, quienes controlaban los aparatos de poder han tenido un sueño húmedo: el de proveer a los usuarios acceso inmediato y de pago
a todas la información que deseen... cobrando lo máximo posible por
cada una de ellas. Esta ambición ha chocado una y otra vez con un muro
hasta ahora infranqueable: Internet hace tremendamente difícil bloquear
el uso que se hace de la información y, en consecuencia, forzar a cada
usuario a pagar cada vez que desea acceder a algo.
Por el contrario, lo que surgió desde el comienzo fue un nuevo tipo de economía: la economía de la atención. Las estrategias para lograr el cumplimiento de aquel viejo sueño han sido varias: la recentralización de la Red, tanto a nivel de software como a nivel de hardware han pretendido en todo momento devolver a los usuarios a un estado de independencia y autonomía inferior al que disfrutaban. El caudal de datos que Internet puede manejar crece exponencialmente y el coste del hardware para almacenar datos disminuye exponencialmente. ¿Por qué, entonces, esa insistencia reciente con la nube? Para recuperar el control, para crear dependencias a los usuarios.
Desde que Richard Stallman iniciara hace casi tres décadas la mayor revolución de nuestro tiempo al crear e impulsar el movimiento del software libre su figura ha sido objeto de críticas y burla. Sin embargo, aquellas afirmaciones que sus detractores tildaron de paranoia son una realidad innegable en 2012: los sistemas operativos para móviles no son libres y mantienen al usuario en una jaula en la que es casi imposible hacer algo que no haya sido pensado por el diseñador del dispositivo (ni hablar ya de ejecutar código), los dispositivos portátiles son ampliamente usados para espiar a sus usuarios y, por si fuera poco, este tipo de sistemas operativos-jaula comienzan ya su asalto a los ordenadores personales.
En los ordenadores personales nos jugamos el futuro: Windows 8 podría impedir que instales tu Linux (Microsoft dijo que eso sólo será así de forma opcional... una opción para reducir nuestras opciones) y en algunas arquitecturas sólo ejecturará aplicaciones para Metro, esto es, si te compras tu ordenador con Windows en esa arquitectura, tu ordenador tendrá la usabilidad de un tablet. Y en el típico tablet el control lo tiene el fabricante, siendo la capacidad de usarlo para usos no pensados por el fabricante extremadamente reducida. Las aplicaciones tipo Metro sólo se podrán instalar desde la App store de Microsoft y deberán ser aprobadas por Microsoft para estar ahí. Apple cambió el comportamiento del scroll en OS X para asimilarlo al diseñado para iPhone y iPad.
Una tendencia, tres caras de un mismo prisma:
Ante este advenimiento de nuevo hardware de capacidades limitadas por un software diseñado a tal efecto, la anti-Internet (centralizada, controlada, disneyficada) se regocija mientras los hackers ven un futuro steampunk en el que los sistemas de DNS alternativos (que llevan años con nosotros) gozan de adopción masiva y las darknets y la economía identitaria son parte de nuestra cotidianeidad.
Todo ello parece inevitable pese a los esfuerzos por controlar la Red, pero lo parece tan sólo porque damos por sentado que tendremos con nosotros la herramienta que nos ha acopañado en todas nuestras batallas en las últimas décadas. Esa herramienta es el ordenador personal, pero el ordenador personal tal y como lo conocimos, abierto, configurable, clónico, manipulable y hackeable podría no estar con nosotros cuando nos haga falta, víctima de una guerra que está pasando desapercibida para muchos. Inundando el mercado de cajas tontas de bajo precio, el PC se convierte en objeto de lujo, «para desarrolladores» y uso profesional que será artificialmente caro precisamente cuando el hardware es más barato. Es el precio de la libertad y espero equivocarme, pero nos lo van a subir muy pronto. En el camino quedarán los excluidos, la mayoría, con sus tablets-pc, herramientas diseñadas para consumir y no para crear.
Todas las luchas que tenemos pendientes dependen de tener éxito algo primordial: disponer de herramientas. La primera y más importante batalla es la de poseer hardware que podamos controlar y usar a nuestro antojo, evitar la tabletización de la informática personal para poder usar el software que necesitamos para ser autónomos y libres.
Por el contrario, lo que surgió desde el comienzo fue un nuevo tipo de economía: la economía de la atención. Las estrategias para lograr el cumplimiento de aquel viejo sueño han sido varias: la recentralización de la Red, tanto a nivel de software como a nivel de hardware han pretendido en todo momento devolver a los usuarios a un estado de independencia y autonomía inferior al que disfrutaban. El caudal de datos que Internet puede manejar crece exponencialmente y el coste del hardware para almacenar datos disminuye exponencialmente. ¿Por qué, entonces, esa insistencia reciente con la nube? Para recuperar el control, para crear dependencias a los usuarios.
Desde que Richard Stallman iniciara hace casi tres décadas la mayor revolución de nuestro tiempo al crear e impulsar el movimiento del software libre su figura ha sido objeto de críticas y burla. Sin embargo, aquellas afirmaciones que sus detractores tildaron de paranoia son una realidad innegable en 2012: los sistemas operativos para móviles no son libres y mantienen al usuario en una jaula en la que es casi imposible hacer algo que no haya sido pensado por el diseñador del dispositivo (ni hablar ya de ejecutar código), los dispositivos portátiles son ampliamente usados para espiar a sus usuarios y, por si fuera poco, este tipo de sistemas operativos-jaula comienzan ya su asalto a los ordenadores personales.
En los ordenadores personales nos jugamos el futuro: Windows 8 podría impedir que instales tu Linux (Microsoft dijo que eso sólo será así de forma opcional... una opción para reducir nuestras opciones) y en algunas arquitecturas sólo ejecturará aplicaciones para Metro, esto es, si te compras tu ordenador con Windows en esa arquitectura, tu ordenador tendrá la usabilidad de un tablet. Y en el típico tablet el control lo tiene el fabricante, siendo la capacidad de usarlo para usos no pensados por el fabricante extremadamente reducida. Las aplicaciones tipo Metro sólo se podrán instalar desde la App store de Microsoft y deberán ser aprobadas por Microsoft para estar ahí. Apple cambió el comportamiento del scroll en OS X para asimilarlo al diseñado para iPhone y iPad.
Una tendencia, tres caras de un mismo prisma:
- los ultraportátiles baratos, que fueron promovidos ampliamente en la esperanza de las operadoras de vender tarifas de datos, suben de precio o desaparecen de las estanterías, toda vez que las tarifas de datos se venden ya en el móvil, un entorno mucho más amigable a las operadoras y la cultura de usuario que poco a poco han logrado imponer. Como dijimos en La neutralidad de la Red, no es que Internet llegue al móvil, sino que el móvil llega a Internet.
- Los portátiles comienzan a venir ya en dos módulos para que te quedes la pantalla y lo uses a modo de tablet.
- Los portátiles se convierten, directamente, en una prolongación del móvil.
Ante este advenimiento de nuevo hardware de capacidades limitadas por un software diseñado a tal efecto, la anti-Internet (centralizada, controlada, disneyficada) se regocija mientras los hackers ven un futuro steampunk en el que los sistemas de DNS alternativos (que llevan años con nosotros) gozan de adopción masiva y las darknets y la economía identitaria son parte de nuestra cotidianeidad.
Todo ello parece inevitable pese a los esfuerzos por controlar la Red, pero lo parece tan sólo porque damos por sentado que tendremos con nosotros la herramienta que nos ha acopañado en todas nuestras batallas en las últimas décadas. Esa herramienta es el ordenador personal, pero el ordenador personal tal y como lo conocimos, abierto, configurable, clónico, manipulable y hackeable podría no estar con nosotros cuando nos haga falta, víctima de una guerra que está pasando desapercibida para muchos. Inundando el mercado de cajas tontas de bajo precio, el PC se convierte en objeto de lujo, «para desarrolladores» y uso profesional que será artificialmente caro precisamente cuando el hardware es más barato. Es el precio de la libertad y espero equivocarme, pero nos lo van a subir muy pronto. En el camino quedarán los excluidos, la mayoría, con sus tablets-pc, herramientas diseñadas para consumir y no para crear.
Todas las luchas que tenemos pendientes dependen de tener éxito algo primordial: disponer de herramientas. La primera y más importante batalla es la de poseer hardware que podamos controlar y usar a nuestro antojo, evitar la tabletización de la informática personal para poder usar el software que necesitamos para ser autónomos y libres.
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